Basta con observar las caras de los actores principales, de sus acompañantes, de su camarilla de civiles y militares, de sus seguidores y mercenarios, de los espectadores y de los curiosos de última hora: todos calzan una sonrisa postiza de esas que se usan solo para la ocasión y luego se guardan en la mesita de noche.
Porque, a decir verdad, nadie que esté en sus cabales puede creer que detrás de estas elecciones paticojas se alza un futuro prometedor para Venezuela. De allí que todo este show sufra de una insuficiencia de realidad, de caricatura mal dibujada, de un exceso de engaño y picaresca que la hace intragable.
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