CARLOS J. SARMIENTO SOSA| EL UNIVERSAL
jueves 29 de mayo de 2014 12:00 AM
Los venezolanos conocemos poco de golpes de Estado porque, en realidad, durante el s. XX fueron escasas las acciones de ese tipo. En efecto, durante los años de las dictaduras de los generales Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez no se dieron golpes de Estado, salvo algunas actividades menores resueltas manu militari por las policías políticas de ambos dictadores, hasta la llamada "Revolución de Octubre" del 18 de octubre de 1945 que derrocara al general Isaías Medina Angarita -de la cual poca gente quiere acordarse-, y el fatal golpe de Estado que puso fuera del gobierno a don Rómulo Gallegos, el 24 de noviembre de 1948, a escasos meses de su elección como Presidente constitucional. También, el fraude electoral de 1952 que dio puerta abierta a la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez, fue un golpe de Estado.
Subversivos
Había de transcurrir años para que, el 23 de enero de 1958, fuera derrocada la última dictadura del siglo pasado, y es allí cuando seguidores del ex dictador, descontentos por haber sido desplazados del poder, comenzaron a realizar actividades subversivas para derribar al que habría de ser el primer presidente de la República civil, don Rómulo Betancourt; y esos a quienes se les calificaba coloquialmente de "perezjimenistas", en distintas ocasiones fueron integrantes de grupos que aupaban movimientos sediciosos, empezando a llamárseles golpistas.
Aunque contra Betancourt hubo intentonas subversivas de parte de los movimientos de ultraizquierda de los años 60, que igualmente fracasaron, se les llamaban guerrilleros o insurgentes porque, a pesar de que su intención era atentar contra el gobierno constitucional, estaban bajo la tutela del Partido Comunista de Venezuela (PCV) y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), partidos que habían decretado la lucha armada contra la institucionalidad, lo que los diferenciaba de los golpistas en el sentido en que se entendía a los perezjimenistas.
Hasta que...
Cumplido el período constitucional en 1963, poco se escuchó hablar de golpe de Estado en Venezuela hasta el punto que, prácticamente, fue un asunto que quedó en el olvido, jactándose la república civil de la fortaleza de sus instituciones y de la estabilidad democrática, hasta que el 4 de febrero de 1992 se produjo -sin éxito- una actuación violenta y rápida de fuerzas militares mediante las cuales un grupo de oficiales al mando del teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías intentó vulnerar la legitimidad institucional y apoderarse de los resortes del gobierno para desplazar al entonces presidente Carlos Andrés Pérez, lo que poco después se repitió fallidamente el 27 de noviembre del mismo año, tratándose técnicamente ambos eventos de golpes de Estado, independientemente de las razones que han alegado sus protagonistas en defensa de sus acciones.
La opinión pública, en general, que había estado ajena a ese tipo de actividades por las razones señaladas, comenzó entonces a percatarse de que quienes habían participado en golpes de Estado eran acertadamente denominados golpistas, calificativo ajustado a la definición del DRAE, en su edición 22ª de 2001, que explica que lo es aquel que "participa en un golpe de Estado o que lo apoya de cualquier modo".
Golpista
Y he ahí precisamente, la respuesta a la pregunta que encabeza este artículo porque, de acuerdo a esa definición, para que alguien pueda ser calificado de golpista se requiere: a) que participe en un golpe de Estado ó b) que lo apoye de cualquier modo, lo que implica, necesariamente, que haya en curso un golpe de Estado propiamente dicho, es decir, que se trate de una acción preexistente que tenga por objeto dar al traste con el sistema democrático, como fue el caso de los lejanos intentos de derrocamiento contra los presidentes Betancourt y Pérez, en los que hubo hechos y acciones concretas, incluso con pérdidas de vidas y materiales, auténticos y típicos golpes de Estado.
Quién es quien
Como se observa, habiendo sido pocos los golpes de Estado, fallidos o no, en la historia republicana del s. XX, ello explicaría el poco conocimiento de lo que es un golpe de Estado y, particularmente, quién es un golpista; y quizá pudiera ser la razón de que, a la ligera y erradamente, en algunas oportunidades se califique a alguien como golpista por el solo hecho de disentir de la política gubernamental, o se le acusa de tal por la única circunstancia de manifestar pública o privadamente su desacuerdo, cuando ha sido expresado dentro de las reglas democráticas pues, para considerarlo golpista, sería necesario que, previamente, existiera un golpe de Estado en el cual participara ese ciudadano, o que públicamente éste manifestara cualquier tipo de apoyo a una acción insurreccional, claramente ajena a la constitucionalidad.
Subversivos
Había de transcurrir años para que, el 23 de enero de 1958, fuera derrocada la última dictadura del siglo pasado, y es allí cuando seguidores del ex dictador, descontentos por haber sido desplazados del poder, comenzaron a realizar actividades subversivas para derribar al que habría de ser el primer presidente de la República civil, don Rómulo Betancourt; y esos a quienes se les calificaba coloquialmente de "perezjimenistas", en distintas ocasiones fueron integrantes de grupos que aupaban movimientos sediciosos, empezando a llamárseles golpistas.
Aunque contra Betancourt hubo intentonas subversivas de parte de los movimientos de ultraizquierda de los años 60, que igualmente fracasaron, se les llamaban guerrilleros o insurgentes porque, a pesar de que su intención era atentar contra el gobierno constitucional, estaban bajo la tutela del Partido Comunista de Venezuela (PCV) y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), partidos que habían decretado la lucha armada contra la institucionalidad, lo que los diferenciaba de los golpistas en el sentido en que se entendía a los perezjimenistas.
Hasta que...
Cumplido el período constitucional en 1963, poco se escuchó hablar de golpe de Estado en Venezuela hasta el punto que, prácticamente, fue un asunto que quedó en el olvido, jactándose la república civil de la fortaleza de sus instituciones y de la estabilidad democrática, hasta que el 4 de febrero de 1992 se produjo -sin éxito- una actuación violenta y rápida de fuerzas militares mediante las cuales un grupo de oficiales al mando del teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías intentó vulnerar la legitimidad institucional y apoderarse de los resortes del gobierno para desplazar al entonces presidente Carlos Andrés Pérez, lo que poco después se repitió fallidamente el 27 de noviembre del mismo año, tratándose técnicamente ambos eventos de golpes de Estado, independientemente de las razones que han alegado sus protagonistas en defensa de sus acciones.
La opinión pública, en general, que había estado ajena a ese tipo de actividades por las razones señaladas, comenzó entonces a percatarse de que quienes habían participado en golpes de Estado eran acertadamente denominados golpistas, calificativo ajustado a la definición del DRAE, en su edición 22ª de 2001, que explica que lo es aquel que "participa en un golpe de Estado o que lo apoya de cualquier modo".
Golpista
Y he ahí precisamente, la respuesta a la pregunta que encabeza este artículo porque, de acuerdo a esa definición, para que alguien pueda ser calificado de golpista se requiere: a) que participe en un golpe de Estado ó b) que lo apoye de cualquier modo, lo que implica, necesariamente, que haya en curso un golpe de Estado propiamente dicho, es decir, que se trate de una acción preexistente que tenga por objeto dar al traste con el sistema democrático, como fue el caso de los lejanos intentos de derrocamiento contra los presidentes Betancourt y Pérez, en los que hubo hechos y acciones concretas, incluso con pérdidas de vidas y materiales, auténticos y típicos golpes de Estado.
Quién es quien
Como se observa, habiendo sido pocos los golpes de Estado, fallidos o no, en la historia republicana del s. XX, ello explicaría el poco conocimiento de lo que es un golpe de Estado y, particularmente, quién es un golpista; y quizá pudiera ser la razón de que, a la ligera y erradamente, en algunas oportunidades se califique a alguien como golpista por el solo hecho de disentir de la política gubernamental, o se le acusa de tal por la única circunstancia de manifestar pública o privadamente su desacuerdo, cuando ha sido expresado dentro de las reglas democráticas pues, para considerarlo golpista, sería necesario que, previamente, existiera un golpe de Estado en el cual participara ese ciudadano, o que públicamente éste manifestara cualquier tipo de apoyo a una acción insurreccional, claramente ajena a la constitucionalidad.
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