Monday, November 2, 2015

Hasta cuando puede deteriorarse la economía sin que pase algo?

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Ángel Alayón

Un amigo me pregunta: ¿Hasta cuándo puede deteriorarse la economía sin “que pase algo”? Aun cuando imagino a qué puede referirse, le pido que precise qué significa la expresión “que pase algo”. Me responde: “que el gobierno tenga que tomar medidas económicas que realmente atiendan las causas del problema”.
Incluso restringiendo la definición, la pregunta es compleja. Las medidas que debe tomar el gobierno de Venezuela, y que incluso algunos voceros del propio gobierno han sugerido, tendrían consecuencias negativas en términos políticos. Al menos en el corto plazo: caída de popularidad, animadversión de grupos perdedores en la redistribución de rentas y falta de apoyo a las medidas, además de las acusaciones de traición al legado y la resistencia inevitable de grupos de presión que verán lesionados sus privilegios ante las medidas.
Esos son los costos inmediatos del cambio. Los beneficios de asumir un proceso de recuperación de la economía quedan preteridos al incierto mediano y largo plazo. Y ya Keynes nos advirtió que, en el largo plazo, todos estaremos muertos.
Hasta ahora, la cuenta política de una transformación económica no le cuadra al gobierno. Y sigue apostándolo todo a un modelo que le funcionó políticamente en el pasado, pero que ya da muestras de fatiga terminal. Ahora se mueve, indefectiblemente, sin el combustible de aquellos portentosos ingresos que sirvieron para sostener en su momento la esperanza y los votos.
Mientras tanto, el modelo estatista-intervencionista-importador, la ilusión de control que ofrece la regulación de precios y el manejo de tres tipos de cambio, continúa acentuando las distorsiones económicas que padecen los venezolanos en el día a día y que se traducen en inflación y en escasez crónica y creciente: la combinación perfecta para el empobrecimiento de un país.
La economía venezolana es una economía disfuncional que, en lugar de hacerle la vida más fácil a la gente, cada vez más se la hace más difícil.
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János Kornai, el célebre estudioso de las economías centralizadas, planteó que hay cuatro factores que inducen al cambio en los países que han implantado un régimen socialista. De acuerdo a su visión, el cambio “se produce por las tensiones acumuladas y las contradicciones” que provienen del propio sistema. Los desvíos del canon socialista son consecuencias de cuatro factores “inductores del cambio”: Primero, de la acumulación de las dificultades económicas. La escasez, crónica e inherente al sistema, muestra su rostro más duro en el racionamiento y en la imposibilidad de satisfacer las necesidades y deseos más básicos. La inflación termina siendo creciente ante el manejo de los déficits fiscales y la ansiedad es inevitable.
El segundo factor está relacionado con el anterior, y es la insatisfacción de la gente con el sistema. Kornai habla del grado de indefensión del ciudadano frente a la escasez. Pero la insatisfacción no se limita a la economía. La insatisfacción también proviene de la insolencia oficial y la arbitrariedad burocrática. “La gente empieza a cansarse de las mentiras oficiales y de las miles de formas de la represión.”
El tercer factor es la pérdida de confianza de los que ostentan el poder. Los que gobiernan comienzan a dudar de la efectividad de sus propias políticas. Dejan de creer en sus propias ideas y métodos ante las rotundas evidencias. “Una vez que se pierde la confianza, el cambio está en la agenda”. “Mientras más profunda es la crisis de confianza, más cerca está el colapso del sistema”.
El cuarto y último factor se refiere al ejemplo que ofrecen otros países. Pese a las restricciones comunicacionales, los ciudadanos se informan sobre cómo se vive en el extranjero, y reconocen la anormalidad de las colas, el alza de los precios y la escasez, y comienzan a concluir que con otro tipo de políticas se obtienen resultados diferentes, para el beneficio de todos. La propaganda se desmorona frente a la realidad.
Kornai registra que la historia del socialismo del siglo XX está llena de ejemplos sobre cómo regímenes socialistas cambiaron sus políticas ante la evidencia de los resultados y la conjunción de los cuatros factores comentados. Un fenómeno que se aceleró y se hizo notorio con la caída del muro de Berlín. Muchos, si no todos los gobiernos, intentaron reprimir estos cambios. En la mayoría de los casos con el uso de la violencia y el terror, pero también, en la casi totalidad de los casos, el cambio se produjo. Y no se limitó a lo económico. También alcanzó lo político.
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La historia está colmada de ejemplos de países cuyo modelo económico colapsa en sus propios términos. Uno esperaría que el gobierno venezolano sepa leer las señales y no esté depositando sus esperanzas en un mágico aumento de los precios del petróleo, o en que los chinos multipliquen milagrosamente la línea de crédito. Sabemos que muchos gobiernos retrasan la decisión de rectificar hasta que el cambio es ineludible pero ya en ese punto puede ser demasiado tarde. También sabemos que hay gobiernos que han intentado preservarse y gobernar una economía devastada, una decisión que sólo puede calificarse de trágica por sus consecuencias.
El modelo económico implementado en Venezuela ha generado, aquí, en cualquier parte y en cualquier momento de la historia, economías disfuncionales. Y ningún alivio temporal cambiará esa realidad. El ejecutivo puede decidir no cambiar, pero no podrá evitar que la gente quiera hacerlo.
Los que conducen la política económica se enfrenta al mismo desafío del piloto del trasatlántico que sabe que la dirección de su nave lo llevará directo a una colisión con un iceberg, y que un golpe de timón a la corta distancia que se encuentra del gran bloque de hielo será difícil, brusco e impopular. Al gobierno le toca escoger. Y a los venezolanos también.

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