Graciela De Majo
El contexto de la economía mundial está cambiando a una velocidad sideral.
Es un hecho cierto que los primeros que se adapten a los cambios serán los que sacarán el mayor provecho en un mundo que no solo no ha dejado de ser interdependiente, sino uno en el que, además, se están fraguando, también aceleradamente, nuevas alianzas.
China será de los primeros en colocarse en la fila de quienes aspiran a liderar los reacomodos que están por surgir y tomar la batuta de los cambios y de las oportunidades que ofrecerá una Europa sin Inglaterra, una Latinoamérica que ya no mirará ávidamente hacia el norte como su tabla de salvación y que se fortalecerá con nuevas alianzas internas, del aislamiento que los Estados Unidos está preconizando equivocadamente para su propia economía, de un subcontinente asiático en donde India le disputará en breve el primer lugar por su tamaño, su inclinación tecnológica y su agresividad.
Es decir, estamos por asistir a transformaciones vitales en la forma en que los países se relacionan y la llegada de Donald Trump no hará sino estimularlo.
A la vuelta de una década estaremos observando un nuevo equilibrio que ya se habrá consolidado pero que se está iniciando en este cuarto de hora con China a la cabeza.
La razón es que más allá de los conflictos y escollos que las medidas tomadas por Donald Trump les pondrán enfrente, serán las oportunidades las que llamarán la atención de la China de Xi y estas no serán pocas.
El primer paso de la milenaria nación deberá ser el de su conversión prudente en una economía de mercado, un proceso que lentamente ya ha venido ocurriendo no tanto por convencimiento dogmático hacia las bondades del sistema, sino porque sus relaciones con terceros así lo han estado exigiendo.
La inclinación natural de Xi Jinping a dotar a su país de instrumentos de la modernidad en los negocios y en el comercio ha estado jugando igualmente en favor de la desregulación interna. Por último los avances tecnológicos no se dan de la mano con la camisa de fuerza que les impone el Estado en las economías controladas como la que se maneja desde Beijing.
No les resultará difícil a los chinos de estas épocas en que el aislacionismo y las regulaciones están ganando tracción a escala planetaria, encontrar un justo equilibrio entre el imperativo socialista de imponer controles férreos sobre los hechos económicos que afectan la vida de los individuos y la libertad absoluta de quienes han preconizado hasta el presente la total apertura de las fuerzas de los mercados.
Una especie de pragmatismo ha estado ganando espacio entre la cúpula del Partido Comunista y entre los líderes chinos de los últimos tiempos trayendo como consecuencia la convicción de que la fuerza que está detrás de los grandes cambios no es la liberalización absoluta sino el crecimiento y la propiedad del conocimiento.
Por último, las nuevas tendencias controlistas de Estados Unidos, Inglaterra y algunos países europeos les están dando la razón a los asiáticos en aquello de que alguna forma de regulación estatal es imperativa ante los excesos de terceros y las pretensiones de los intereses privados y particularmente de las trasnacionales.
El pugilato se ha desatado. No parece que los Estados Unidos, en este caso, tengan las de ganar.
No comments:
Post a Comment