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Comparen lo ocurrido ayer domingo con lo que ocurrió el glorioso 28 de julio de 2024.
Aquel día, millones salieron a votar y miles arriesgaron su vida para demostrar el resultado. Un año después, todos sabemos lo que ocurrió pero todavía no hay resultados oficiales desagregados mesa a mesa ¿Dónde están? Pregúntenle a los cuatro “fantásticos” del CNE, que a punta de servilletazos desaparecieron votos y aplastaron la soberanía popular, empezando por la rectora Aimée Nogal, supuestamente cercana a factores del campo democrático (por cierto, “con amigos así…”)
Este domingo, en cambio, la historia fue otra: centros electorales anémicos, la maquinaria electoral de la dictadura fundida y ningún candidato pudiendo decir con certeza, actas en mano, cuántos votos obtuvo. Ninguno.
Los venezolanos hace un año hicimos todo lo posible para transformar una emboscada en una elección y actas en mano lo logramos, a juzgar por los votos que sabemos que sacamos y no por lo que ocurrió después.
Ayer la mayoría prefirió pasar de largo, como quien aguarda un momento más propicio para volverlo a intentar.
Los simples llamados a votar porque la abstención no conducen a nada y le regalan alcaldías y concejalías al régimen son, más que argumentos, actos reflejos de una lógica de la resignación, que cree que el cambio no es posible y que implica que lo mejor que se puede hacer es sobrevivir.
Afortunadamente, los venezolanos sabemos con claridad que votando en lo de ayer no llegabámos ni a la esquina, pero también aprendimos que votando como lo hicimos hace un año tampoco es suficiente por sí solo para lograr lo que anhelamos.
Y lo que anhelamos —eso sí— sigue intacto: libertad, justicia, soberanía y una vida digna.
A un año del 28J, pues, la bifurcación venezolana sigue ahí, más viva que nunca. No crean que todo conduce a la consolidación del oprobio. Lo de ayer pudiera ser el comienzo de una resistencia civil amplia y definitiva para derrotar a la dictadura...
Edición elaborada por el Consejo Editorial de Laceiba.