Trino Márquez
11 Agosto, 2011
El ministro de la Defensa, general Carlos José Mata Figueroa; el Comandante del Comando Estratégico Operativo, general Henry Rangel Silva, y el nuevo Comandante de la Guardia de Honor Presidencial, general Wilfredo Figueroa Chacín, cada uno a su manera, les han jurado lealtad a Hugo Chávez y al proyecto socialista, sugiriendo al desgaire que no ven con buenos ojos un eventual triunfo de la alternativa democrática en las elecciones del próximo año. Se trata de una amenaza nada velada contra la oposición.
Las manifestaciones de fervor revolucionario de ese sector del generalato hay que conectarlas con las afirmaciones de Chávez en su más reciente entrevista con José Vicente Rangel, caricaturizada magistralmente por Rayma con la imagen de la lombriz y el alacrán. En esa conversación el Presidente enfermo deploraba no haber triunfado el 4-F y mostraba un cierto desdén por los comicios, en general. La revolución no está casada con las elecciones, ni con las de 2012, ni con ninguna otra. Esas consultas son un requisito impuesto por las condiciones nacionales e internacionales, pero los verdaderos revolucionarios, como él, no se atan a esos eventos.
El objetivo supremo reside en alcanzar el poder por cualquier vía, y una vez lograda esta meta, preservarlo de cualquier modo, también. El mensaje resulta claro: va a las elecciones porque las circunstancias lo obligan, pero hay que tener en cuenta que si las pierde arrebata, pues para eso cuenta con el Alto Mando. Intimida con su guardia pretoriana en el caso de que las masas populares terminen de divorciarse definitivamente de él por la calamidad del gobierno que preside y porque su enfermedad no conmueve la fibra de ese pueblo que lo acompañó en sus excesos y errores con conmovedora lealtad.
Chávez, en vista de que ve en serio peligro la continuidad de su régimen más allá de 2012, optó por la política de la provocación y el chantaje. Pero, ¿será verdad que los generales que lo rodean estarán dispuestos a concretar sus amenazas en el caso de que Chávez o el chavismo pierdan la consulta del año entrante? El mundo actual es muy distinto al que surgió en la cabeza del comandante.
Muchos déspotas que durante décadas convocaron a elecciones amañadas o que se negaron durante muchos años a realizarlas, hoy se encuentran fuera del poder y están siendo juzgados por los organismos jurisdiccionales. Un caso emblemático es el del exdictador egipcio, Hosni Mubarak, gravemente enfermo de cáncer y tras las rejas acusado de ser responsable de las muertes que se produjeron durante los sucesos de enero y febrero pasado.
Al Assad, el déspota de Siria, renuente a convocar elecciones libres, encara una protesta que se ha extendido durante varios meses. Abdulá Saleh, el mandón de Yemen del Sur, tuvo que quedarse en Arabia Saudita después del atentado que casi le cuesta la vida. Ben Alí, presidente de Túnez, salio disparado luego de las protestas masivas exigiendo cambios democráticos. El coronel Muhamar Gadafi dejó de ser el líder de la Revolución Verde para convertirse en el carnicero del pueblo libio y navegar sobre un charco de sangre roja y espesa.
Los militares venezolanos deben de estar tomando debida nota de lo que ocurre en esa región del planeta, que parecía dominada por tiranos más sólidos que el macizo guayanés. Además, el Estatuto de Roma pende sobre la cabeza de los autócratas como una sombra de la que no pueden desprenderse. Los oficiales saben diferenciar entre las declaraciones de ocasión pronunciadas para complacer al jefe y los comportamientos concretos cuyo propósito se dirige a desconocer la voluntad popular y reprimir. Las Fuerzas Armadas que acompañaron a Marcos Pérez Jiménez el 30 de noviembre de 1952, cuando desconoció los resultados de las elecciones de esa fecha, fueron las mismas que lo abandonaron el 23 de enero de 1958, solo cinco semanas después de haber convalidado el fraude del 15 de diciembre de 1957.
Lo mismo ocurrirá si la oposición triunfa en la consulta de 2012. La institución armada acatará esos resultados y los hará respetar ante quienes pretendan desconocerlos, incluido Hugo Chávez. El peso del uniforme y de la tradición institucionalista será decisivo. Los militares, a la cabeza quienes hoy vociferan a favor del socialismo, no respaldan a los perdedores, ni a los alzados. Eso sí: tenemos que ganar.
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