FERNANDO OCHOA ANTICH| EL UNIVERSAL
domingo 4 de mayo de 2014 12:00 AM
Esa fue la actitud de Nicolás Maduro. Darle una patada a la mesa de negociación. Al principio insistió de mil maneras en la necesidad de entablar un diálogo con la oposición, creyendo que de esa manera lograría restablecer la paz de la República. Su primera sorpresa fue el resultado del primer debate televisivo. Todas las encuestas le dieron un triunfo arrollador a la oposición. La segunda reunión también mostró una contundente derrota para el gobierno. Las propuestas presentadas por la MUD demostraron inteligencia y firmeza: aportes al Plan de Pacificación Nacional, ley de Amnistía, una nueva Comisión de la Verdad y el cabal cumplimiento del procedimiento constitucional para designar los nuevos miembros de los Poderes Públicos. Lo único, que pudo hacer el gobierno, fue rechazar las ideas de la oposición. De allí la molestia de Maduro. Atacar la mesa, como lo hizo, no tiene otra explicación.
Afirmar que la oposición intenta chantajearlo, amenazando con retirarse de la mesa de diálogo "si no se producen resultados concretos", para afirmar con un inexplicable desdén "quien se quiera parar, que se pare, quien se quiera ir del diálogo, que se vaya"... "Vienen a dialogar para buscar impunidad. Y si no les da su pataleta, buscando derrocar al gobierno"... Ante ese ataque tan directo a la oposición, no le quedó a la MUD otro camino que suspender las reuniones. La ofensiva continuó: cadenas y más cadenas, ofensas y más ofensas. No satisfecho, el miércoles pasado se atrevió a afirmar que en un informe que presentará el general Rodríguez Torres a la opinión pública, se darán a conocer "los nombres de todos los personajes que están detrás del golpe de Estado, dos narcotraficantes y un gringo" atreviéndose a comentar que le "mandó mensajes a voceros de la oposición y que los ha visto muy nerviosos".
En política, hay que aprovechar las oportunidades. Si Nicolás Maduro hubiese adoptado un conjunto de medidas apropiadas al inicio de su gobierno, se hubiera diferenciado de Hugo Chávez, fortaleciendo una propia personalidad política. Sólo con haber indultado a los presos políticos y permitido el regreso de los exiliados habría consolidado un creciente prestigio nacional. Eso lo hizo, con gran inteligencia, Eleazar López Contreras... Ahora, tiene la posibilidad de restablecer la vigencia de la Constitución de 1999, creando las condiciones necesarias para fortalecer un régimen pluralista y alternativo. Esa posibilidad, también la tuvo Marcos Pérez Jiménez. Equivocadamente, impuso un plebiscito, y no convocó a elecciones. Los aviones, al bombardear Miraflores el 1 de Enero de 1958 y su desconocimiento por las Fuerzas Armadas 23 días después, deben haberlo convencido de su inmenso error político.
Justamente, la opinión pública, durante toda esta semana, se ha visto presionada por rumores de todo tipo. No sólo fue el programa de José Vicente Rangel, al recordar la detención de los tres generales de la aviación y de los treinta oficiales, sino las permanentes declaraciones de Nicolás Maduro denunciando un posible golpe de Estado. Para colmo, a través de los medios alternativos de opinión, se escuchó un mensaje del capitán (GN) Juan Carlos Caguaripano, excelentemente bien escrito y mejor leído, denunciando la grave crisis militar. También se conoció la destitución del vicealmirante Pedro Pérez, comandante de la Infantería de Marina, por haberse negado a enviar sus unidades de combate a restablecer el orden público en San Cristóbal. Prefirió, demostrando firmes valores profesionales, ser enviado sin cargo a su casa que ordenar un indebido empleo de la infantería de marina...
Esos rumores, han vuelto a colocar en el debate nacional un trascendente problema histórico: la justificación ética de un golpe de Estado. En realidad, el problema no es simple. Hace tiempo escribí un artículo que titulé: golpes buenos y golpes malos. Yo creo en esa tesis. Históricamente, en Venezuela ha habido golpes de Estado que no se justifican y otros que sí. Un buen ejemplo es el 18 de octubre de 1945, el cual derrocó al general Isaías Medina Angarita, un gobierno constitucional y democrático, y el 23 de enero de 1958, el cual interrumpió la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Un golpe de Estado sólo puede justificarse moralmente, si la acción militar interrumpe un régimen que, con anterioridad, ha irrespetado el orden constitucional. Patear la mesa de diálogo, en medio de una crisis tan delicada, es más que imprudente... Reflexione, señor Maduro...
Afirmar que la oposición intenta chantajearlo, amenazando con retirarse de la mesa de diálogo "si no se producen resultados concretos", para afirmar con un inexplicable desdén "quien se quiera parar, que se pare, quien se quiera ir del diálogo, que se vaya"... "Vienen a dialogar para buscar impunidad. Y si no les da su pataleta, buscando derrocar al gobierno"... Ante ese ataque tan directo a la oposición, no le quedó a la MUD otro camino que suspender las reuniones. La ofensiva continuó: cadenas y más cadenas, ofensas y más ofensas. No satisfecho, el miércoles pasado se atrevió a afirmar que en un informe que presentará el general Rodríguez Torres a la opinión pública, se darán a conocer "los nombres de todos los personajes que están detrás del golpe de Estado, dos narcotraficantes y un gringo" atreviéndose a comentar que le "mandó mensajes a voceros de la oposición y que los ha visto muy nerviosos".
En política, hay que aprovechar las oportunidades. Si Nicolás Maduro hubiese adoptado un conjunto de medidas apropiadas al inicio de su gobierno, se hubiera diferenciado de Hugo Chávez, fortaleciendo una propia personalidad política. Sólo con haber indultado a los presos políticos y permitido el regreso de los exiliados habría consolidado un creciente prestigio nacional. Eso lo hizo, con gran inteligencia, Eleazar López Contreras... Ahora, tiene la posibilidad de restablecer la vigencia de la Constitución de 1999, creando las condiciones necesarias para fortalecer un régimen pluralista y alternativo. Esa posibilidad, también la tuvo Marcos Pérez Jiménez. Equivocadamente, impuso un plebiscito, y no convocó a elecciones. Los aviones, al bombardear Miraflores el 1 de Enero de 1958 y su desconocimiento por las Fuerzas Armadas 23 días después, deben haberlo convencido de su inmenso error político.
Justamente, la opinión pública, durante toda esta semana, se ha visto presionada por rumores de todo tipo. No sólo fue el programa de José Vicente Rangel, al recordar la detención de los tres generales de la aviación y de los treinta oficiales, sino las permanentes declaraciones de Nicolás Maduro denunciando un posible golpe de Estado. Para colmo, a través de los medios alternativos de opinión, se escuchó un mensaje del capitán (GN) Juan Carlos Caguaripano, excelentemente bien escrito y mejor leído, denunciando la grave crisis militar. También se conoció la destitución del vicealmirante Pedro Pérez, comandante de la Infantería de Marina, por haberse negado a enviar sus unidades de combate a restablecer el orden público en San Cristóbal. Prefirió, demostrando firmes valores profesionales, ser enviado sin cargo a su casa que ordenar un indebido empleo de la infantería de marina...
Esos rumores, han vuelto a colocar en el debate nacional un trascendente problema histórico: la justificación ética de un golpe de Estado. En realidad, el problema no es simple. Hace tiempo escribí un artículo que titulé: golpes buenos y golpes malos. Yo creo en esa tesis. Históricamente, en Venezuela ha habido golpes de Estado que no se justifican y otros que sí. Un buen ejemplo es el 18 de octubre de 1945, el cual derrocó al general Isaías Medina Angarita, un gobierno constitucional y democrático, y el 23 de enero de 1958, el cual interrumpió la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Un golpe de Estado sólo puede justificarse moralmente, si la acción militar interrumpe un régimen que, con anterioridad, ha irrespetado el orden constitucional. Patear la mesa de diálogo, en medio de una crisis tan delicada, es más que imprudente... Reflexione, señor Maduro...
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