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Vladimiro Mujica
Así como la revolución chavista es maestra del uso Orwelliano del
lenguaje para transmitir el engaño, la duplicidad y la desinformación,
ésta no deja de generar continuamente material para la construcción de
estructuras sintácticas con palabras de sentido opuesto que producen un
nuevo significado. A un oxímoron clásico como “el silencio atronador” o
“la cruel compasión” habría que añadirle algunos inspirados en el
particular matrimonio entre fantasía y realidad en que se ha convertido
la comunicación entre gobernantes y gobernados en la Venezuela de estos
días.
El “conocimiento ignorante” es un oxímoron que describe
maravillosamente la última peregrina propuesta del gobierno de avanzar
“la revolución del conocimiento”. Por supuesto, no se trata de que la
idea sea mala. La idea de usar el conocimiento para el bien común es
excelente, pero nuestro país tiene las mismas posibilidades de
realizarla que los humanos tenemos de volar sin equipo ni asistencia
hasta alcanzar el Sol.
Sistemáticamente, sin remordimiento, sin conciencia ciudadana, sin
respeto alguno por los logros de la sociedad venezolana, con absoluto
desprecio por el pueblo y sin ninguna consideración por el futuro de
nuestra nación, el chavismo le ha declarado la guerra a muerte al
talento y al conocimiento. Una guerra que ya lleva más de una década y
cuyas víctimas más conspicuas han sido nuestra otrora exitosa industria
petrolera, los avances en política sanitaria y la educación de nuestros
niños y adolescentes.
La política de exterminio de la libertad de pensamiento, con su
instrumento inseparable, la asfixia presupuestaria y el mantenimiento de
salarios miserables, ha generado el éxodo de muchos de nuestros mejores
investigadores de las universidades nacionales y el colapso de
prestigiosos programas de postgrado. A ello hay que añadirle la partida a
otros destinos de nuestros jóvenes profesionales que no encuentran
manera alguna de ensamblar una vida productiva en un país que se ha
convertido en una verdadera pesadilla para cualquier emprendedor. Al
riesgo de morir en un asalto o ser víctima de un secuestro express o
cualquiera de las modalidades de violencia que asechan a los
venezolanos, hay que unirle las dificultades prácticamente insuperables
para obtener un empleo digno y acorde con los conocimientos de nuestros
profesionales. Médicos y odontólogos en los Estados Unidos y España;
ingenieros petroleros de primera línea en Dubai, Colombia, Canadá,
México y Ecuador; profesionales por miles en el Sur de la Florida, son
apenas algunos ejemplos de los resultados de las políticas reales de
“promoción del conocimiento” de nuestros gobernantes. Es lamentable
constatar que en realidad Venezuela paga por el desarrollo de otros
países en un proceso perverso de formación de profesionales que luego no
encuentran ninguna opción para trabajar y crecer en su propia tierra, y
siguen el camino de un éxodo costosísimo para nuestro futuro.
A la Jihad chavista contra el talento y el conocimiento hay que
añadirle la piratería de muchos jerarcas del gobierno cuyo único mérito
es la pertenencia al partido o la afiliación al sistema de reparto
cívico-militar que controla el botín de los puestos de trabajo en la
administración pública. Detrás de la incapacidad de las autoridades
sanitarias para articular un discurso coherente que vaya más allá de la
patraña infame de que el imperialismo nos inunda de virus y zancudos
infectados, están años de poner en manos de gente que no sabe, asuntos
tan delicados como la salud. Mención especial merece el lenguaje de
nuestros gobernantes, el precario uso del español, la vulgaridad en la
forma de expresarse y, en general, la anti-cultura del desconocimiento
del otro y la apología a la violencia. Paradigmas todos que contribuyen
en gran medida a la situación de violencia desmedida e impune que ha
invadido a Venezuela.
Programas faraónicos como la Misión Ciencia, fracasaron en manos de
la politización de las decisiones y la incompetencia supina. Otro tanto
se puede decir del sistema de becas y de los supuestos programas de
apoyo a la investigación. A la acertada decisión de avanzar con una ley
moderna de ciencia y tecnología, le sucedió el desacierto de nuevamente
centralizar todos los recursos y emascular así el esfuerzo de generar
una interacción fructífera entre la universidad y la industria.
El gobierno se llena la boca con grandilocuentes cifras de inclusión
en el sistema escolar y universitario que esconden el hecho de que la
calidad de nuestra educación va en picada, entre otras cosas, por el
simple hecho de que no tenemos suficientes maestros y profesores para
enseñar las asignaturas de ciencias, gracias a la improvisación y
carencias en las políticas educativas del gobierno. La lista de
desaciertos es muy larga, pero un lugar especial lo ocupan los intentos
de adoctrinar a nuestros niños con libros y literatura escolar que
distorsionan nuestra historia y que pretenden reforzar el rol de
semi-divinidad benévola del comandante Chávez.
El llamado a la revolución del conocimiento que hizo el presidente
Maduro hace varios días convoca, no a la alegría y a la participación
por una política acertada del gobierno, sino a la tristeza y a la
indignación, porque se trata simplemente de un engaño más. No puede
haber revolución del conocimiento sin mujeres y hombres que valoren el
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