En: http://www.lapatilla.com/site/2014/09/18/ibsen-martinez-medicina-tropical/
Ibsen Martínez
Una tarde de marzo de 1908, el doctor Rosendo Gómez Peraza, jefe de
la medicatura del puerto de La Guaira, comentó, en el café de la
estación del ferrocarril, un diagnóstico hecho por él aquella misma
tarde: un caso clarísimo de peste bubónica.
El cónsul de Estados Unidos, presente en la tertulia, pagó su cuenta,
se fue derecho a la oficina del telégrafo y envió un cable a su
embajador en Caracas. La noticia desató la ira de nuestro dictador de
entonces, el canijo, rijoso e irascible general Cipriano Castro, quien
ordenó encarcelar a Gómez Peraza por propalar un alarmante infundio
dirigido, obviamente, a dañar el ya menguado comercio exterior de la
disfuncional república de Costaguana que todavía somos, y desacreditar,
de paso, a su Gobierno. Pero antes de enviar a prisión a Gómez Peraza,
Castro despachó al puerto al talentoso bachiller Rafael Rangel, notable
precursor, entre otros, de la bacteriología tropical en nuestra América.
Hombre medroso en extremo, Rangel era ninguneado por la linajuda
profesión médica caraqueña de entonces, acaso por no haber terminado sus
estudios de medicina y también, todo hay que decirlo, por los
prejuicios raciales que aún perviven, insidiosamente, en nuestro país.
Rangel era brillante: antes de cumplir los treinta ya había hecho
aportaciones que todavía hoy nutren los manuales de bacteriología.
Brillante, pero mestizo. Demasiado amulatado para el gusto de lo que el
cantautor panameño Rubén Blades llamaría “la blanca sociedad”. Por todo
ello, se ha afirmado que el bachiller Rangel se sentía muy en deuda con
su benefactor, el general Castro, generoso patrocinador del flamante
laboratorio de bacteriología del hospital Vargas —el primero que hubo en
Venezuela— del que Rangel era director jefe.
En consecuencia, Rangel se las apañó para no detectar ni aislar layersinia pestis, </CF>bacilo
de la epidemia, y así refutar dolosamente el diagnóstico de Gómez
Peraza, para regocijo de Castro, la cámara de comercio y la lonja de
agencias aduanales de La Guaira. Lo cual no impidió que la peste negra
siguiese matando a la gente por docenas.
Al cabo de unas semanas, el dictador tuvo que rendirse a la evidencia
y Rangel pudo desdecirse de su primer informe pronunciando la palabra
“bubónica” sin sufrir represalia alguna. Se cerró el puerto, se declaró
rigurosa cuarentena y se acometió una campaña sanitaria cuyo éxito
dependió, en gran medida, de discretas visitas que Rangel hizo a la
cárcel para pedir consejo al ibseniano “enemigo del pueblo” de este
cuento: Gómez Peraza, el doctor Stockmann de La Guaira. Pocos meses más
tarde, mientras se hallaba en Europa en viaje de salud, el general
Castro fue derrocado por su compadre y vicepresidente. Al verse sin
valedor, el bachiller no tardó en suicidarse en su laboratorio,
ingiriendo una mezcla de cianuro y vino moscatel.
Este relato de medicina y autoritarismo tropicales me viene sugerido
por la grave emergencia sanitaria que hoy atraviesa Venezuela, donde,
cien años después de la peste de La Guaira, aún los generales y sus
paniaguados entienden de epidemiología y finanzas públicas mucho más que
los propios especialistas. Y, al igual que el bárbaro Cipriano Castro,
no duda en encarcelar a quien ose dar alarma de epidemia.
Esta vez le ha tocado al presidente de la federación médica del
populoso Estado de Aragua, doctor Ángel Sarmiento, a quien el gobernador
del mismo Estado, Tareck El Aissami, ha acusado nada menos que de
terrorismo y ha pedido a la fiscalía que se investiguen los móviles que
pueda tener este “criminal bandido”, “vocero de la derecha fascista”,
para pedir que se declare la emergencia sanitaria en el Estado luego de
que, la semana pasada, se registren en el Hospital Central de Maracay
(la capital estadal) nueve casos de una fatal epidemia, hasta ahora
inexplicable para los médicos venezolanos.
El trastorno es mortal y se presenta con un cuadro febril y
hemorrágico que lo hace sintomáticamente indistinguible del dengue y del
mal causado por el virus de la chikungunya africana. Los pacientes
mueren en un plazo de 72 horas y, mientras escribo este artículo,
comienzan a reportarse casos en Caracas y otras regiones del país.
La Federación Médica venezolana ha hecho pública su solidaridad con
el doctor Sarmiento y respaldado enfáticamente su denuncia de una
epidemia que requiere rápida y eficaz acción oficial en lugar del
socorrido recurso de acusar a la “derecha fascista” y al imperialismo
yanqui de inventar calamidades de embuste para desestabilizar al
Gobierno.
Todo esto ocurre cuando Venezuela, que en el curso de tres lustros ha
transferido a Cuba alrededor de 4.600 millones de euros para pagar muy
publicitados servicios médicos primarios, vive la más grave crisis de su
sistema de salud en un siglo, caracterizada por una dramática carestía
de medicamentos e insumos quirúrgicos y, algo más grave aún: la fuga
masiva de profesionales de la medicina.
Según la Federación Médica, más de 12.000 facultativos han emigrado a
otros países, entre ellos España, en menos de una década. De 1.800
jóvenes médicos graduados en 2013, afirman directivos del gremio, ya
1.100 han abandonado el país ya donde solo quedan en los hospitales desalmados terroristas como el doctor Ángel Sarmiento.
Ibsen Martínez es escritor.
Publicado originalmente en el diario El País (España)
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