Carlos Blanco
@carlosblancog
La
izquierda venezolana da tumbos entre las patas del enloquecido caballo de lo
que quiso ser una revolución. Es posible que haya muerto y la polvareda no deje
ver el huesero. Su sentencia fue firmada el mismo día que se casó con la
aventura militar de Chávez. En América Latina nunca se avinieron bien la
izquierda y los militares, aunque hubo sus romances. Ya que no fue posible que
el proletariado hiciese la tarea que Marx le confió y dado que la victoria de
Fidel solo se repitió parcialmente en Nicaragua, la izquierda venezolana que
buscó con denuedo el poder muchas veces se encandiló con las charreteras. El
Barcelonazo, el Carupanazo y el Porteñazo, los golpes de 1992, son testimonios
de su inútil viveza.
En
el casorio entre los militares y el grueso de la izquierda falsamente astuta,
sin duda esta llegó al poder en el mismo salto en que perdió el sentido y la
ética de lo que decía animar la búsqueda de ese poder. El espíritu redentor que
la impelía fue entregado como sacrificio en la cripta en la que Hugo Chávez
exigió el voto de obediencia. Hubo dirigentes que me hablaron de sus discordias
con el militarismo impuesto, pero no tuvieron fuerza para plantearlo, salvo
algunos que se cuentan con los dedos del pie izquierdo. Otros no lo hicieron
porque suponían que en el camino se enderezarían las cargas.
El
resultado de 16 años es un régimen militarista, convertido en una dictadura
posmoderna o del siglo XXI, que arruinó Venezuela, que acabó con la izquierda
como quimera y con la institución militar y sus valores. Obsérvese que la
desolación, la represión y la corrupción son los resultados más universales y
tangibles de ese matrimonio de conveniencia.
El
drama de esta izquierda ha alcanzado niveles sublimes cuando uno de sus
miembros, Nicolás Maduro, activista político en barrios y fábricas, convertido
por el azar en heredero, se transfigura en una máquina de represión brutal,
carente de sensibilidad para escuchar la catástrofe que produce el régimen que
representa. No es carencia de neuronas sino la naturaleza criminal de una
izquierda que no fue más que un espejismo de justicia.
Tal
vez lo más patético es que la izquierda que dentro del régimen discrepa –que la
hay– guarda el silencio que jamás tuvo antes, y la izquierda en la oposición
impugna en un plano fundamentalmente administrativo, el de los “errores” del
oficialismo, pero no en el de la naturaleza criminal de su dictadura.
Atraída
por el mar, voló alto y voló lejos, cuando estaba a tiempo no quiso regresarse.
Y ahora que tal vez lo desee, no puede.
Vía El Nacional
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