Lo del mango es francamente
extraordinario. No puedes dejar
de verlo. Es insólito. El presidente recibe la fruta directo en la cabeza. Se
agacha un poco. Luce azorado. No se lo cree. ¿Un mango? La gente se ríe,
comenta, lanza al aire expresiones, grita. Él parece confundido y, al final,
devuelve la fruta. A la distancia, Maduro parece incluso un poco avergonzado. Y
probablemente tiene razón. Ese pequeño suceso también es un dato estadístico.
Es una encuesta que tal vez jamás mencione Hinterlaces. Es una contundente
opinión sobre su gobierno, sobre su figura. A Chávez jamás le hubieran lanzado
ni siquiera una semilla de parchita. ¿Qué está pasando? ¿Acaso ya no lo
respetan? ¿Qué significa esto? ¿Alguien recuerda cuando a George W. Bush le
lanzaron un zapato?
En la siguiente escena, el
presidente está en Anzoátegui. Fresco, sonreído. Parece otro. Cuenta la
experiencia, habla de la cantidad de mensajes que recibió en ese acto y, de
pronto, menciona el mango. De lo más seguro, de lo más McLuhan: el mango es el
mensaje. Habla con naturalidad y muestra la fruta con un texto escrito en
gruesa tinta negra. Un nombre, un teléfono, una llamada de auxilio. Resulta
entonces que dentro del mango hay una mujer que, como premio, recibirá un
apartamento. Olvídate de Twitter. La naturaleza ofrece una poderosa red social,
mucho más efectiva y directa. La vida es un guacal. Si quieres resolver tus
problemas, lánzale una patilla al presidente.
Lo que realmente me parece
extraordinario es lo que no podemos ver. Lo que existe entre esos dos mangos.
Esa línea de sombra y silencio que va de una fruta a otra. Ahí se oculta un
equipo de genios anónimos, una feroz agencia de publicidad que combina tres
elementos letales: mucha creatividad, mucho dinero y ningún escrúpulo.
¿Quiénes son? ¿Dónde están? ¿Cómo
actúan? Tienen una capacidad de reacción admirable. Trabajan con una velocidad
y con una eficacia sorprendentes. En menos de 24 horas inventan y producen una
ficción que convierte una burla al poder en una breve telenovela que promueve
al poder. Publicitariamente, trabucan las debilidades en fortaleza. Son unos
maestros del engaño masivo. Con gente como esa, podrían realizarse muchas
temporadas más de Mad Men. Son los verdaderos reyes del capitalismo
salvaje. Los profesionales del marketing político. Los que día a día convierten
la mentira en una renovada verdad nacional.
No se trata de simple propaganda.
Es algo mucho menos artesanal. Se trata de un ejercicio permanente de
creatividad, de producción de sentidos. Se trata de una continua invención de
la realidad. El mango vacío cruza como una pedrada inquieta y luego regresa
domesticado, lleno de un significado distinto, transformado en una nueva
promesa.
Es un procedimiento que puede
aplicarse a casi todos los ámbitos. Las supuestas denuncias de Leamsy Salazar
contra Diosdado Cabello se devuelven convertidas en un supuesto todavía mayor,
en un tal Jim Luers, un vocero invisible que citan VTV y Telesur, que sirve
para legitimar que el poder demande judicialmente a unos medios de
comunicación. El oficialismo es, cada vez más, una inmensa compañía actoral.
Debe salir a escena a vender los nuevos mangos. Para ser un buen revolucionario
se requiere más oratoria que ideología, más telegenia que disciplina, más
histrionismo que moral. La revolución es una ficción sin límites.
Entre lo que ocurre y lo que el
gobierno dice que ocurre hay siempre un acto imaginativo, una ejecución
virtual. Toma al azar cualquier caso: los asesinatos de Otaiza o de Robert
Serra; la crisis eléctrica y la reducción del horario laboral de todas las
dependencias públicas; la reservas de oro empeñadas en un banco extranjero; la
muerte de nueve personas en uno de los edificios de la Gran Misión Vivienda… La
realidad es un mango. Un mango que hay que pintar rápidamente. Un mango que
requiere otra historia. Una nueva piel, un maquillaje diferente. Un mango que
necesita urgentemente ser inventado.
Vía El Nacional
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