Ya sabemos cuál es la actitud del
régimen: no está dispuesto a ningún tipo de cambios, aun cuando las
circunstancias más estrechas anuncien la posibilidad de la asfixia. El domingo
pasado tratamos de aproximarnos al tema mediante una descripción del discurso
del presidente Maduro, entendido como muestra de una conducta dominante en la
cual no caben las variaciones, mucho menos la idea de la finitud. El discurso
es apenas un testimonio de una vocación de permanencia que jamás se habían
planteado entre nosotros los detentadores del poder hasta las postrimerías del
siglo XX, y cuyo propósito es el control de la sociedad sin consideración de
los lapsos previstos por la ley para la renovación de los poderes públicos. No
parece que se esté develando ahora un intrincado enigma, debido a que
seguramente les han sobrado a los venezolanos las evidencias sobre ese afán de
quedarse con el coroto hasta la consumación de los siglos, como se proclama en
las oraciones para fines de naturaleza religiosa, pero el planteamiento de hoy
trata de aproximarse a las dificultades de la oposición para el enfrentamiento
de un adversario que no concibe su desplazamiento bajo ningún respecto.
Hasta el gomecismo, una tiranía
para la cual no importaba el calendario y contaba con el respaldo de una
economía sin aprietos y con el miedo metido en el pellejo de los hombres de la
época, sabía que tendría que hacer de la necesidad virtud cuando faltara el “César
Democrático”, cuando el loquero pasara a mejor vida, para ensayar caminos
inéditos que pudieran conducirlo a variaciones inimaginables e incluso a la
desaparición. En el chavismo no funciona esa operación propia de los asuntos
públicos condenados a la transformación por la pérdida del favor popular o,
como en el caso del ejemplo, porque la encarnación de la autoridad da con sus
huesos en el cementerio. Languidecen las ideas del principio, y el plan marcha
raudo hacia el futuro; la casa roja muestra señales de ruina, y se le pasan
pañetas de retoque para que se vea como nueva; muere Chávez, y el cadáver
continúa en el reino de este mundo como si cual cosa, determinando el rumbo de
la vida; sobreviene una cadena de fracasos y chascos, y como si no sucedieran.
Tal es el propósito de un “Plan de la Patria”, esto es, de un designio
sacrosanto frente al cual deben rendirse inexorablemente las fuerzas de la
sociedad.
¿Cómo debe actuar la oposición
frente a un adversario que solo tiene el propósito del continuismo sin día de
finiquito, ante un régimen que no va a permitir que se mueva una sola hoja en
su ramazón porque no le da la real gana y porque, juran sus portavoces, debe
cumplir una misión histórica? No hay respuesta sencilla ni única, mucho menos
propuestas capaces de moderar las inquietudes de los factores más radicales de
la colectividad hartos de la “revolución”. Desde la MUD se puede tratar al
chavismo como a una organización como las del pasado, dispuesta a aceptar las
reglas de la alternabilidad y, en último caso, la salida del poder. No ha
dejado de hacerlo así, de mantener una ficción que legitime sus empeños de cuño
democrático y alimente los anhelos de una población cada vez más insatisfecha
con sus gobernantes, pero con un martillo tan blando apenas se le sacan dos
chispas a una roca. Puede decirles a sus seguidores que se deben buscar
instrumentos de acero para llegar hasta la montaña y escalar hasta la cima
después de sacrificios inenarrables, pero sería lo más parecido al anuncio de
una conflagración en la cual nadie se apuntaría con comodidad después de haber
pasado por una ristra de penurias. Puede llamar a una transición sin el parecer
de los supuestos transicionistas, que sería como tocar en el desierto esperando
aplausos de un público que solo existe de veras en la fantasía de los
proponentes. Y así sucesivamente.
Supongo que los lectores
entenderán que el texto que ya termina no se escribió para atacar a la
oposición, sino solo para tratar de comprenderla. Para que nos metamos en el
suplicio de sus zapatos antes de declarar una guerra civil o, mucho peor, antes
de una rendición incondicional. Pero todo depende del conocimiento cabal de las
peculiaridades del adversario, tal como es y no como trata él de parecer.
epinoiturrieta@el-nacional.com
Vía El Nacional
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