PEDRO
A. PALMA.
En
Venezuela se está operando un proceso de inflación galopante de grandes y
crecientes proporciones que se agrava día a día. Su aceleración es alarmante y
sus efectos devastadores se obvian por doquier. Eso ha llevado a muchos a decir
que ya estamos en una situación de hiperinflación, aunque otros piensan que aún
no hemos llegado allí. Si bien tiendo a coincidir con el segundo grupo, también
creo que si las cosas continúan por donde van nos estamos acercando hacia ella
con paso firme y seguro.
Pero,
empecemos por definir qué es una hiperinflación. A mediados del siglo XX se
popularizó la idea de que una economía estaba en situación de hiperinflación
cuando sufría aumentos de precios intermensuales de 50% o más, lo cual
equivalía a una inflación anualizada superior al 12.000%. En esa época, y en
las décadas que siguieron, múltiples países, muchos de ellos latinoamericanos,
estaban sufriendo altas y crecientes inflaciones que desembocaron en
situaciones hiperinflacionarias, que aun cuando de breve duración, sus
abatimientos tomaron tiempo e implicaron importantes sacrificios.
Al igual
que en nuestro caso, aquellos procesos inflacionarios se debieron a crecientes
y recurrentes déficits fiscales que eran financiados en buena medida por los
bancos centrales. La expansión monetaria que ello generaba estimulaba la demanda
interna, pero al no encontrar una reacción equivalente del lado de la oferta de
bienes y servicios, se producían las presiones alcistas de los precios, que a
la larga desembocaban en la hiperinflación. Esto llevaba a las personas a
gastar rápidamente los recursos que percibían, pues sabían que en corto tiempo
su capacidad de compra desaparecería, y a retirar sus ahorros de la banca para
comprar cualquier cosa que preservara el valor, bienes durables y monedas
fuertes entre otras opciones.
Los
retiros masivos de depósitos y el aumento de la morosidad de la cartera de la
banca no solo eliminaban las posibilidades de intermediación financiera, sino
que llevaban a la quiebra a varias de estas instituciones, pudiéndose llegar a
situaciones de crisis bancarias. Adicionalmente, y como bien lo explican Carmen
M. Reinhart y Miguel A. Savastano en su trabajo Realidades de las
hiperinflaciones modernas, (Finanzas & Desarrollo, junio 2003), al
inicio de la hiperinflación se producen ciertos incumplimientos de obligaciones
externas que se multiplican al poco tiempo, se recrudecen los controles de
cambio, se divorcian y distancian las tasas de cambio oficiales y libre, se
segmentan los mercados cambiarios y prolifera la corrupción.
Concluyen
ellos diciendo que de los procesos hiperinflacionarios recientes se pueden
extraer varias lecciones, algunas de las cuales son: 1- El control del déficit
fiscal es siempre elemento central de un programa antiinflacionario. 2-
Eliminar la hiperinflación puede tomar años si la política fiscal no se ajusta
debidamente, y en cualquier caso toma tiempo reducir la inflación a niveles
bajos. 3- La unificación cambiaria y el restablecimiento de la convertibilidad
de la moneda suelen ser elementos esenciales para el abatimiento de la hiperinflación.
4- La actividad económica colapsa durante el proceso hiperinflacionario, y las
medidas de estabilización, si bien evitan su implosión, no propician una
reactivación económica sostenida. 5- La hiperinflación produce una reducción
abrupta de la intermediación financiera. 6- Parte de los capitales fugados
retornan al ceder la inflación, pero la intermediación financiera continúa
dolarizada o sujeta a otras formas de indexación durante muchos años.
Como se
ve, la hiperinflación es una desgracia descomunal, particularmente para los más
pobres, y abatirla es difícil, costoso, duradero y exige grandes sacrificios.
Sin embargo, una vez que se cae en ella, es menos malo padecer las
consecuencias de un plan de estabilización, que seguir sufriendo las penurias
que la misma acarrea.
palma.pa1@gmail.com Twitter: @palmapedroa
Vía
El Nacional
Que pasa Margarita
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