EDUARDO
MAYOBRE
}
Joan Manuel Serrat cantaba unos versos de Antonio Machado en los cuales
decía “que no es igual valor y precio”. Esa simple frase recoge la principal
preocupación de los economistas clásicos. Explicar como el valor se
transformaba en precio ocupó gran parte de sus obras. Porque era evidente que
no siempre coincidían. El aire, por ejemplo, no tiene precio pero su valor es
incalculable. Esto condujo a diferenciar entre valor de uso y valor de cambio.
Las primeras páginas de la obra fundamental de Carlos Marx, El
capital, se dedican al tema. Para él el valor de cambio es el valor social
de las mercancías. No necesariamente igual a su precio pero con una relación
que los vincula. Esta relación se analiza durante el primero de los tres tomos
de la obra para llegar a la conclusión de que el valor está determinado por el
tiempo de trabajo socialmente necesario para producir la mercancía.
Lo anterior se menciona con el objeto de destacar que para la formación
de los precios los economistas suponen una base racional. Aun si se abandona el
concepto de valor, como hizo más tarde Alfred Marshall, padre de la economía
moderna, ella queda determinada por la dialéctica de la oferta y la demanda. Se
escribieron al respecto miles de páginas.
El problema actual en Venezuela es que esa base racional ha dejado de
existir. Cuando se tiene una inflación que supera 100% (los tres
dígitos), los precios dejan de ser indicadores de racionalidad. Reflejan que se
vive en la irracionalidad. La razón de tal irracionalidad puede tener varias
causas. La principal es que se ha intervenido arbitrariamente al proceso de
formación de precios. El hecho de que de la noche a la mañana un mismo bien
aumente de precio en, digamos, 20%, o de que en un lugar y circunstancia valga
el doble que en otra significa que su “valor social”, como diría Marx, es
indeterminado. Esto es, que no refleja una realidad, sino una distorsión que ha
sido introducida por razones ajenas a la vida económica.
Tal fue el caso de la gran hiperinflación alemana, en la cual fueron
determinantes las reparaciones impuestas por los vencedores de la Primera
Guerra Mundial. En América Latina, las hiperinflaciones de Argentina, Brasil,
Perú y Bolivia tuvieron como origen los endeudamientos exagerados de esos
países y los aumentos de las tasas de interés provocados por las políticas
económicas internas de Estados Unidos.
Lo cierto es que la inflación y su correlato, la escasez, rompen la
relación entre valor y precio. Como muy bien pueden atestiguar las amas de casa
que se desviven por adquirir un kilo de café, pañales para sus hijos o un
paquete de papel tualé. O los enfermos que no consiguen medicinas, para quienes
ya deja de tener importancia el precio porque de su valor en muchos casos puede
depender su vida. No se trata de la explotación del hombre por el hombre ni de
la llamada “guerra económica”, sino de la guerra que han emprendido contra sí
mismos quienes ignoran los fundamentos básicos de la vida económica y pretenden
erigir una vida social basada en sus prejuicios.
Lo curioso y trágico
consiste en que el resultado termina siendo exactamente lo contrario de lo que
se pretendía obtener. Ante la falta de un sustento racional para los precios,
se vuelve a una situación de enfrentamiento primitivo de la oferta y la
demanda: pago lo que pueda pagar por lo que necesito y recibo lo que pueda
obtener por lo que tengo. En jerga actual, pasa a predominar la lógica del
bachaqueo. O dicho de una manera más pedante, se produce una inversión
dialéctica y el supuesto socialismo del siglo XXI se transforma en el mercado
libre más salvaje.
Vía El Nacional
Que pasa Margarita
No comments:
Post a Comment