Quién sabe cuánto tiempo pasó frente al espejo cual Narciso irresoluto. O como la madrastra bruja de Blancanieves. Seguramente, mientras su consorte intentaba embutirse en un mono para disfrazarse de negrita sandunguera, ¿a que no me conoces?, él se probaba una máscara del Zorro. Quizá se extravió en recuerdos de su niñez cuando gritaba ¡aquí es, aquí es!, y le arrojaban caramelos y serpentinas al paso de alguna carroza por el templete del barrio.
Lamentó no haber tenido edad para saber cómo era la cosa con Aldemaro y Sanoja en el Hotel Ávila o con la orquesta de Pérez Prado o de Machito en la Plaza Venezuela. No se sintió a gusto en el rol del justiciero Diego de la Vega y se quitó la careta para probar suerte con un turbante a lo Tamakún. Tampoco le sentó bien el papel de vengador errante.
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