Sunday, July 8, 2012

Las traiciones que vendrán

En: http://www.lapatilla.com/site/2012/07/08/gonzalo-himiob-santome-las-traiciones-que-vendran/

Gonzalo Himiob Santomé


Llega a mis manos un libro, de alguna manera perverso en su lucidez, que me deja algunas inquietudes sobre nuestro porvenir político, y que quiero compartir con mis lectores. Se titula “Elogio de la traición. Sobre el arte de gobernar por medio de la negación” escrito por Denis Jeambar e Yves Roucaute, que vio la luz en 1988, pero aún ahora en tanto que desmadeja los modos de la traición como desempeño político a lo largo de la historia, tiene un vigencia incuestionable, especialmente en una sociedad tan polarizada como la nuestra.
El texto parte de esta dura premisa: La traición es “una necesidad imperiosa en los estados democráticos desarrollados”. No se refieren sus autores a la traición vestida de cobardía, a la deslealtad trapera, o a la puñalada por la espalda, sino a la “elasticidad” de la que deben hacer gala los políticos modernos, si es que quieren alcanzar verdadera altura de estadistas, para conservar las buenas relaciones entre los individuos que integran el cuerpo social, y para intervenir en los eventuales conflictos de intereses, sin incurrir en excesos o fallas.
Desde la traición de Judas, que se asume en la obra como pilar esencial para la consolidación del cristianismo, y de la Iglesia Católica con posterioridad, hasta los devaneos y alianzas, a primeras vistas casi antinaturales (por ejemplo la que se dio a la muerte de Franco entre el socialista Felipe González y el Rey Juan Carlos de Borbón), pasando por lo que fueron los altibajos de la política francesa desde De Gaulle hasta Chirac, y por el que parecía un insólito acercamiento en su tiempo entre el antisoviético Reagan y Gorbachov; Jeambar y Roucaute nos proponen una visión de las relaciones políticas en la que la “traición” a los propios ideales, a las promesas hechas a los electores, a las alianzas preestablecidas o a los liderazgos que se siguen, o que se han seguido, se muestra como una constante en la actuación de los líderes políticos, ajena al inmovilismo, al que al decir de los escritores que comentamos, son tan afectos los déspotas y los tiranos.
Traición en política, por maquiavélico que se lea, es entonces flexibilidad, al menos si se la comprende como un mecanismo que nos permita dejar de lado los propios dogmatismos y los propios prejuicios, fundados o no, para mediante el contraste con los de los ajenos, lograr fórmulas intermedias de apertura y concertación, que validen y promuevan el reconocimiento mutuo a la legitimidad, y la importancia, de los interlocutores en pugna. Por dura que suene la palabra, “traición” entonces (si queremos ponerle un nombre más bonito podremos llamarla “apertura”, y si nos ponemos moralistas, que también es válido, la llamaremos “incoherencia”) será la capacidad de nuestros líderes para renegar, cuando el bien colectivo así lo demande, de las propias posturas, de las propias ideas y hasta de las promesas electorales, por vehementes que hayan sido antes en su defensa o promoción, a favor de los intereses comunes, colocándose en los zapatos de quienes les son francamente adversos, y cediendo con pragmatismo cuando ello sea necesario al logro de compromisos que permitan lograr o mantener, según el caso, la paz social.
Estamos en la antesala de un momento político decisivo para la historia de Venezuela, pero ese momento no se agota en el evento electoral. Tenemos un país que hace agua entre las tumultuosas mareas de dos gruesos grupos poblacionales completamente opuestos, francamente divergentes, entre los que no parece haber puntos de conexión posibles.
Desde los respectivos liderazgos, nos vemos bombardeados a diario, por mensajes disímiles que proponen visiones de país completamente diferentes. Entre las voces del civismo versus el militarismo, del pacifismo versus el belicismo, del respeto a la diversidad de opiniones versus la imposición de una única idea, del respeto y reconocimiento al “otro” versus los insultos y descalificaciones hacia el contrincante, los dos candidatos hacen promesas, hablan de planes y ofrecen soluciones, o lo que ellos interpretan como soluciones (especialmente se observan graves distorsiones en el discurso, las más de las veces alejado de la realidad, del candidato oficialista) a nuestros problemas; pero en el estado actual de las cosas, quizás valga la pena advertirlo desde ya, creo que debemos tener claro, para ahorrarnos eventuales decepciones o sorpresas, que ninguno de los dos candidatos podrá, en caso de resultar electo, gobernar en paz este país sin “traicionarnos”, esto es, sin el concurso de las fuerzas que hacen parte en este momento de la otra alternativa.
Me atrevo a decir que cualquiera que sea el resultado electoral, el que se acepte o no a quien gane como nuestro presidente legítimo, y el que pueda o no desempeñarse en el cargo en relativa calma, dependerá no exclusivamente del CNE o de los militares, sino de que incluso desde ahora se articule un compromiso mutuo de integración, y de respeto entre el oficialismo y la oposición, que permita después del 7-O fórmulas de coexistencia pacífica, en las que menester es destacarlo, los unos o los otros tendrán que traicionar, valga la expresión, a sus electores e incluso a ideales que ahora se pregonan al fragor de la campaña, como absolutos e inamovibles… Así se mueve hoy día la política real.
Chávez, al parecer, no lo comprende. Nunca lo ha entendido y por eso no es ni será jamás, si nos guiamos por la propuesta de Jeambar y Roucaute, un verdadero estadista y es por eso que está en riesgo real su continuidad en el mandato. Su ideal no contempla la coexistencia con quienes no piensen como él, que para el presidente no son ni siquiera personas, sino más bien y según su lógica militarista, enemigos a los que hay que pulverizar. Su terca persistencia en ello es su más evidente y más grave debilidad, tan es así, y eso demuestra su enanismo político, que se ha atrevido a afirmar que el que no es chavista no es venezolano. Él mismo, con su discurso fanático, personalista y de exclusión, se ha tendido una trampa de la que no podrá escapar, mucho menos ahora, cuando las elecciones ya están a la vuelta de la esquina, y no hay espacio ni tiempo para una rectificación sincera de tales proporciones, por lo menos para una que resulte creíble y vendible.
Capriles está en una sintonía diferente, y por eso entre otras razones, es la mejor opción para Venezuela. Nada en su discurso indica que una vez en el poder gobernará, parafraseando en infeliz aserto de nuestro presidente actual, pensando que el que no es caprilista no es venezolano. Sin embargo vendrán, si resulta electo, “traiciones” eso sí, y quizás es hasta positivo que eso ocurra. Algunas de ellas pueden ya intuirse no tanto en lo que dice el candidato opositor, sino por el contrario, en aquello de lo que aún no habla. La pregunta que debemos hacernos entonces es si llegado el caso, estamos dispuestos a aceptarlo o no, con la mira puesta en la paz y en objetivos nacionales que nos trasciendan, pues como dice Maquiavelo: “El que es elegido príncipe con el favor popular debe conservar al pueblo como amigo”.


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