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Alfredo Sánchez
El discurso de Nicolás Maduro este martes en la Asamblea Nacional dejó
en
evidencia la sorda hostilidad con la que puertas adentro el
chavismo trata de
convivir desde la muerte de su líder fundamental.
Pero más allá del sórdido
pleito por la transmisión de la herencia, y
apartando lo minúsculo, que puede
resultar de un análisis superficial
de la política doméstica, lo sucedido en
el parlamento tiene que ver
con una crisis más profunda: la de los principios
éticos de nuestra
sociedad y otra no menos importante: la total decadencia de
la
filosofía política en nuestro país.
En su libro "Ética y
ciudadanía", Fernando Savater identificaba como
una de las causas del
resurgimiento de las figuras mesiánicas al
estilo Chávez la propia decadencia
de la razón política.
"Hay poco razonamiento político, hay poca educación
política de los
ciudadanos. A los ciudadanos se les mantiene alejados de
las
explicaciones de cómo funciona el sistema que ellos deben gestionar
y
donde deben participar. Entonces, siempre hay una infantilización,
es
decir, en cuanto las personas no estén educadas se infantilizan, y
la
figura infantil por excelencia es el papá que llega a resolver
las
cosas y nos salva y mata al dragón y nos entrega a la
princesa.
Entonces, mientras más ineducadas estén las personas, más tienden
a
creer en soluciones infantiles y el mesianismo es un infantilismo".
Y el
mesianismo es la Ley Habilitante. Un infantilismo más.
Es el mismo sistema
político que la revolución cubana logró finalmente
exportar a Venezuela
imponiéndolo con la anuencia, complicidad y
cooperación activa de sus agentes
extranjeros infiltrados a los más
altos niveles de la gestión pública en
nuestro país.
Pero si Chávez en cierta forma representó una degradación
vulgar de lo
que fue la revolución cubana, con su buena dosis de
infantilismo
mesiánico, que lo llevó de fracaso en fracaso con las
leyes
habilitantes, lo de Maduro ya es otra cosa.
Quien mejor lo definió
fue Willie Colón cuando se refirió a aquello de
que Venezuela tenía un
presidente Maduro y otro podrido. Solo que en
este caso, el primero ha
resultado estar más descompuesto, putrefacto
y corrompido que el segundo.
Pues lo que va quedando ya del
batiburrillo de ideas locas que fue el
chavismo es apenas un
cretinismo sucesoral que pretende pontificar y dar
discursos sobre la
corrupción al mismo tiempo que nombra a sus familiares en
cargos
claves. Como quien dice pues, zamuro moro cuidando carne. Lo mismo
que
hizo Hugo Chávez, solo que este primer combatiente cada vez
da
muestras más inequívocas y fehacientes de su total y
absoluta
incapacidad para el cargo. Y además ni siquiera puede probar
su
nacionalidad.
Para muchos, el discurso de la Asamblea quedará en eso:
en apenas una
declaración de guerra, una convulsión interina que obligará a
un
reacomodo, pues el sistema, el modelo comunista, es
intrínsicamente
incapaz de depurarse. Solo puede a lo sumo, cambiar de
nombres y eso
si se destranca el juego como producto de un desbalance en
el
equilibrio de poderes que cohabitan el chavismo. A eso apenas
alcanza
el supositorio de triquitraquis anunciado por Nicolás con
tanto
aspaviento.
No habrá tal recomposición ética mientras gobiernen el
país quienes lo
han hundido en esta terrible crisis moral. "La peor
corrupción", dice
Savater, "es la que secuestra el poder que tienen los
ciudadanos", ya
que es "mucho más grave robar el poder que robarle la cartera
al
vecino. La primera corrupción que combate la democracia es
la
corrupción de los que quieren robar el poder y hacer con él lo que
les
parezca adecuado".
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