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" Todos mis sobrinos ya se fueron. La única que faltaba se acaba de largar a Australia, que es como decir “más nunca”. En
nuestras reuniones familiares ya no hay jóvenes, solo padres que
hablamos de hijos ausentes, del nido vacío antes de tiempo, de lo caro
que están los pasajes, de las maromas para cancelar la tarjeta de
crédito a tiempo hasta el próximo viaje".
Por: Elizabeth Fuentes, El Nacional 08/10/2013
”
Madre muerta caminando” es como lo describo, mala traducción de “men
dead walking”, que es como rotulan a los condenados a muerte mientras
atraviesan el pasillo que los llevará a la silla eléctrica.
Exagerada
la comparación, por supuesto, pero igual lo repito mentalmente cada vez
que me despido de mi hija y comienzo a atravesar ese trocito de
aeropuerto donde ya no hay regreso, y me volteo para mandarle un besito
volado con cara de que “estoy bien” y ella me responde guapeando por no
llorar, mientras mi yerno, mi otro hijo, la abraza fuerte porque sabe lo
que le espera cuando lleguen a casa y vean la habitación vacía.
Todos mis sobrinos ya se fueron. La única que faltaba se acaba de largar a Australia, que es como decir “más nunca”.
“Eso no tiene consuelo”, les digo a mis hermanos como se lo he repetido a varias de mis amigas que pasaron por semejante dolor.
En
nuestras reuniones familiares ya no hay jóvenes, solo padres que
hablamos de hijos ausentes, del nido vacío antes de tiempo, de lo caro
que están los pasajes, de las maromas para cancelar la tarjeta de
crédito a tiempo hasta el próximo viaje.
Mi hija, les hago el chiste, llena la nevera y la despensa con maravillas para que yo no tenga que gastar nada en eso.
No hay
manera de que entienda que para un venezolano ir a Whole Foods es como
visitar el Moma y que salir a caminar a cualquier hora o caerse a palos
en un bar hasta las dos de la mañana, es ahora un derecho humano solo
para privilegiados.
Los
jóvenes que conozco -profesionales, inteligentes, echados pa’lante-,
meten el verbo “irse” en su conversa con tanta naturalidad como la
palabra “secuestro”.
Una
de ellos me contó, tranquilaza, que a la hora de una emergencia etílica
en pleno bonche, mandan al más pelabolas a comprar la caña o el hielo,
porque no es secuestrable.
Pero
no solo se van por razones “mercantilistas”, como metió la pata una de
las tantas ministras de salud que tampoco sirve para nada: la señora que
gerencia nuestra casa me dice que quiere mandar su muchacho de vuelta a
Colombia ¬ un jovencito buena conducta- porque en su barrio todo es
drogas, asesinatos y ajuste de cuentas.
Cada
día me llega con un cuento más espantoso que el anterior. Que si a la
clase media se le van los hijos, a los humildes se los asesinan, un
dolor incomparable a nuestro rito de aeropuerto.
Una nadería nuestra despedida frente a una espera a las puertas de la morgue.
Mi
hija se aterroriza cada vez que aparece Venezuela en las noticias:
presos descabezados, atracos en cine, asaltos en las iglesias,
narcotráfico, un presidente amenazando con sandeces, secuestros cash,
protestas callejeras, gente matándose por un kilo de harina PAN.
A veces me pide que me quede, que no regrese a ese infierno.
Entonces
me imagino hablando un inglés con mucho acento, sin amigos, sin
historia, sin nada que hacer, pendiente del país y del resto de mis
amores por Internet, cada vez más enfurecida con este destino que nos ha
impuesto esta catajarra de malas personas que dicen gobernarlo.
Porque esa gente no es ni de izquierda ni de derecha. Además de incapaces y flojos, son unos indecentes, así de simple.
Eso que
llamaba mi mamá “gente sin educación de hogar”. Mala gente, en
definitiva, que no tiene valores de ninguna naturaleza y ocultos tras
cuatro consignas se han dedicado a beneficiarse entre sí -amigotes,
familiares, compadres- con cargos, comisiones y contratos millonarios,
haciéndose la vista gorda ante el asalto al erario público que cometen
día tras día para seguir gozando de sus camionetas blindadas, sus
cuentas en dólares, sus pintas de nuevos ricos y lo sabroso que es
viajar gratis y abusar del poder.
Yo sí quiero que se vayan todos, como aquella consigna que nació en Argentina.
Desde
los que no tienen vergüenza para renunciar hasta los que carecen de
cojones para botar a los ineficientes. Ya va siendo hora de que
comencemos a serrucharles el piso voto a voto.v\
Aunque, mientras tanto, podríamos inventar el Día de los Padres Huérfanos ¬
que tal el 6 de diciembre, cuando ganó la joyita de Hugo?- y tomemos
las plazas en silencio, pongamos una bandera de luto en los balcones, en
los autos, en las motos, en los ranchos.
Que
se vayan todos a ver si mi hija puede volver a visitar la tumba de su
abuelita porque, hasta entonces, le tengo prohibición de entrada a
semejante país. |
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