LEANDRO
AREA.
He venido siguiendo con el
responsable interés y detenimiento que corresponden la crisis que entre
Colombia y Venezuela se desarrolla y que a estas alturas no muestra salida
promisoria, sino antes bien peligrosos síntomas de escalamiento.
Y todo ello ha ocurrido a
propósito y frente a las narices de terceros con el despectivamente llamado
imperio mediático a la cabeza y con el acompañamiento de una comunidad
internacional cada día más débil, por sesgada y oportunista en cuanto a
intereses e ideología, funciones y vocación de servir a la paz.
En la frontera colombo-venezolana
la realidad se ha hiperventilado, sacado de contexto, y se ha convertido en
pretexto, provocado y planificado, para pisotear en vivo, en directo e
intencionalmente, los derechos humanos en estos tiempos de desprecio, de huida
y de búsqueda desesperada de refugio.
En sus ansias de protagonismo y
de distracción, el gobierno venezolano ha querido crear una matriz absorbente
de opinión que al poner en sintonía temática de altos decibeles al observador
con una situación catastrófica, pretenden distraerlo y abstraerlo de la
realidad real, exagerando, trastocando o mintiendo sobre lo que ocurre en una
de sus partes como si fuera el todo o, dicho de otra manera, encubriendo la
realidad del todo, dramatizando o distorsionando lo que ocurre en una de sus
partes.
No se olvide que hace poco se
intentó ya hacer lo mismo con el tema de Guyana a través de las famosas Zonas
Operativas de Defensa Integral Marítimas e Insulares (Zodimain), y como esa
estrategia no dio los resultados esperados, el show mediático provocador,
trasladaron el foco operativo de atención hacia el que históricamente ha sido
nuestro “enemigo natural”, Colombia, el de la eterna hipótesis de guerra de los
juegos militares, así como en Colombia lo ha sido también, históricamente,
Venezuela.
En esta crisis específica el
factor preponderante, el percutor, no ha sido el geográfico, como antes, la
lucha territorial o el sentimiento de despojo producido por laudos o
incursiones hostiles en, por ejemplo, el golfo de Venezuela (recordar la crisis
de la corbeta “Caldas”), sino una exacerbación emotiva, irracional, social y
política, parecidas a la xenofobia o al nacionalismo según el caso, donde están
incluidos como enemigos provocadores cuestiones de seguridad, lo
agro-alimentario, la presencia paramilitar, el bachaqueo, el contrabando, el
narcotráfico, las bandas armadas, el crimen organizado, los enemigos internos,
el imperio, aunque extrañe advertir, sea dicho de paso, la falta de alusión
directa a la presencia guerrillera, llámese FARC o ELN.
Finalmente está el indudable
interés del gobierno venezolano de que la crisis escale hasta límites
insospechados frente a su previsible derrota electoral en las elecciones de
diciembre para elegir el nuevo parlamento.
Hagamos un esfuerzo para que la
situación no se salga de las manos de estos dirigentes, hijos de una generación
de políticos latinoamericanas que actúan todos como si les dieran cuerda desde
La Habana, que por su parte, y en apariencia contradictoria, lo que busca es
resolver su tirantez con el imperio del norte. Que así sea.
Vía El Nacional
Que pasa Margarita
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