Sunday, December 6, 2015

6D, al cierre del décimo

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Alonso Moleiro
Las cosas en Venezuela, como ya se ha dicho tantas veces, no sólo están mal, sino que están peor de lo que el común de la gente piensa. El daño hecho es muy grande y la carga política de los rojos, que en cualquier otro lugar hace rato que se hubiera expresado



La lectura gruesa del momento venezolano actual nos permitiría afirmar que, incluso, si en este mundo existiera algo de justicia, si la probabilística respeta los intervalos de una frecuencia, lo procedente sería que la alta jerarquía chavista recibiera este fin de semana, por fin, de una vez, una contundente derrota electoral y política.
Las cosas en Venezuela, como ya se ha dicho tantas veces, no sólo están mal, sino que están peor de lo que el común de la gente piensa. El daño hecho es muy grande y la carga política de los rojos, que en cualquier otro lugar hace rato que se hubiera expresado con claridad, ha sido inmerecidamente mínima.
Con los méritos asistenciales, de carácter parcial, y los logros sociales del chavismo, que a estas alturas ya lucen minúsculos, la olla de presión social en gestación, que está siendo infravalorada por la dirigencia del PSUV, está produciendo un deterioro y una erosión social que ya parece completamente irreversible. Nadie puede interpretar una crisis política religiosamente. Ni siquiera los religiosos.
En esta crisis concurren tres circunstancias excepcionalmente graves: ha sido demasiado grande el volumen del dinero administrado; el colapso económico que se aproxima nunca había sido conocida en Venezuela, y el chavismo tiene demasiado tiempo administrando de forma unilateral y unidimensional todo el poder en el país. Fue advertido reiteradamente en torno a lo que le podría suceder y no quiso tomar jamás como buena ninguna opinión ajena.
Parte fundamental del debate político que se aproxima consiste en hacerle ver a los venezolanos que la dirigencia chavista tiene muchas explicaciones qué dar. Los casos de corrupción ya son excesivos; dentro de muy poco será un imperativo nacional normalizar el abastecimiento, acabar con la inflación, colocarle orden fiscal a las cuentas del país, conocer la verdad sobre los detalles que consolidaron la administración irresponsable, manirrota y antinacional que adelantaron los chavistas durante estos años, causantes últimos, qué duda pueda cabernos, de la crisis nacional actual.
La conquista de la Asamblea Nacional no tiene nada de rupturista, ni viola ningún derecho. Será el primer paso para devolverle al país el sentido común. Los debates políticos de los dirigentes adultos se desarrollan sobre la base de la evaluación de las decisiones y la obtención de resultados; nunca forjando aproximaciones divinas.
A toda la nación, incluyendo al chavismo, que nada debería temerle a una derrota, si es que es el PSUV un movimiento serio, le conviene sobremanera que en esta consulta el pueblo decida acogerse a la cláusula constitucional de la alternabilidad política. La derrota es una eventualidad imposible de no encarar en política. El invicto no existe en estos dominios. El país tiene demasiado tiempo en lo mismo, y está, al mismo tiempo, demasiado mal. 
El punto más importante de la llegada de la MUD a una eventual mayoría de la Asamblea Nacional es poder romper con el repugnante código de silencio que impera en el resto de los poderes del estado en torno al manejo de la cosa pública, al estado de las arcas nacionales, a la toma de decisiones comprobadamente equivocadas. En torno a la actual gestión de gobierno se ha ido activando un veto informativo muy cuestionable que incluye a los articulistas del gobierno, a sus empleados, a sus periodistas e intelectuales.
La llegada de la MUD puede desarticular a los sectores más intransigentes del chavismo, aislarlos frente al país. La conquista de la Presidencia de la Asamblea Nacional coloca una bandera de la MUD en el mapa del poder en Venezuela. Es una aspiración que se respira en la calle y que difícilmente pueda impedirse.  La crisis puede producir aproximaciones parciales, acuerdos trascendentales en torno a problemas concretos, que acerquen a las dos partes, a sectores de las dos partes que no tienen por eso que abandonar sus posturas, y configuren el espacio a una nueva manera de hacer las cosas.  
El camino de la rectificación y la transición. Dentro de poco el país tendrá que hablar un nuevo idioma en materia económica y difícilmente exista una realidad que pueda obrar en contrario. Hay un país mayoritario que tiene rato pidiendo la palabra. 

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