Monday, December 21, 2015

La nueva España electoral

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Rafael Rojas

España es uno de los países europeos donde se ha hecho más perceptible el cambio político producido por el siglo XXI. Las movilizaciones del 15/M, el movimiento de los Indignados en 2010 y la crisis de los dos grandes partidos hegemónicos desde la transición postfranquista, colocaron en el centro de la escena a una nueva generación que, aunque favoreció el triunfo de Mariano Rajoy y el Partido Popular en 2011, ha dado lugar, en los últimos cuatro años, al surgimiento de dos fuerzas políticas nuevas, Ciudadanos de Albert Rivera y Podemos de Pablo Iglesias, llamadas a transformar la democracia española.
En muy poco tiempo y por la recomposición, sobre todo generacional, de la vida pública peninsular, el mapa electoral cambió. Del bipartidismo se transitó a un campo dividido en cuatro fuerzas: PP, PSOE, Ciudadanos y Podemos. La mayoría de las encuestas pronostica una contienda reñidísima, en la que podría vencer el PP con más del 25 por ciento de los votos, seguido de cerca por el PSOE, y un poco más abajo, entre el 15 y el 20 por ciento del sufragio, Ciudadanos y Podemos. Alguna encuestadora ha llegado a colocar a Ciudadanos por encima del PSOE, pero casi todas dividen el electorado en tres subgrupos: cerca de un 50 por ciento en disputa entre populares y socialistas, un 30 por ciento a decidir entre seguidores de Rivera e Iglesias y el 20 por ciento restante, fragmentado entre los partidos pequeños y regionales.
Rajoy puede reelegirse e, incluso, el líder socialista Pedro Sánchez puede dar una sorpresa el 20 de diciembre. Pero el impacto mayor de la nueva política española se observará en la recomposición de ambas cámaras del parlamento. La construcción de una mayoría legislativa se volverá a partir de ahora mucho más complicada y el pacto de acuerdos requerirá de negociaciones más arduas. Las diferencias generacionales entre líderes y partidos —aunque joven, Sánchez ha dicho que entre la “política vieja y la nueva, se queda con la buena política”, intentando eludir el enfoque generacional— se rebajarán en ese proceso de negociación.
También perderá peso el énfasis al afirmar una identidad post-ideológica, que han puesto tanto Rivera como Iglesias. Los políticos jóvenes deberán construir alianzas en el nuevo congreso y no sería extraño que Ciudadanos se acercara legislativamente al PP —o viceversa— y que Podemos haga más reconocibles sus coincidencias con el PSOE. Al fin y al cabo, los nuevos líderes ya se integran a una clase política y, aunque se propongan rigurosamente no ser parte de una “casta”, comenzarán a comportarse de acuerdo a ese status.
Si hay un punto de acuerdo entre los cuatro líderes, Rajoy, Sánchez, Rivera e Iglesias, es la suscripción de la premisa de la unidad política y territorial de España, frente a los nacionalismos y separatismos. Hasta Iglesias rechazó una declaración unilateral de la independencia de Cataluña y, aunque propuso renovar la vieja fórmula federal por un nuevo pacto plurinacional, se reunió con Rajoy y coincidió en que una separación inconsulta de los catalanes es violatoria de la Constitución. Las elecciones del 20 de diciembre reforzarán, aunque por poco tiempo, el principio de la unidad nacional.
Una nueva España electoral se hará visible el próximo domingo. Luego de la conformación del poder legislativo, ese nuevo electorado se traducirá en un mapa político más heterogéneo y dinámico. La democracia española no será nunca más la misma y el modelo constitucional de la transición de 1978 puede resultarle obsoleto. Lo más probable es que la demanda de un nuevo Constituyente por parte de Podemos no gane apoyos mayoritarios, pero pocos dudan que la Constitución que dio democracia a los españoles deberá adaptarse al nuevo país político del siglo XXI.

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