ARGELIA RÍOS| EL UNIVERSAL
viernes 16 de agosto de 2013 12:00 AM
La pestilencia que segregan los escándalos fabricados para desprestigiar a Capriles y a la MUD es una expresión de la gravedad del trance. El ciudadano de a pie se equivoca al creer que la apuesta represiva de Maduro es una prueba de solidez y fortaleza. Los síntomas de la decadencia del sistema no hacen sino reproducirse: el régimen está a la defensiva; una defensiva feroz e inescrupulosa... La verdad, la única verdad, es que nunca antes la revolución se había sentido tan intimidada: la oposición se le ha transformado, ahora sí, en una amenaza real cuya creciente influencia ha acabado con la tranquilidad de la nomenclatura. De eso se trata todo: el oficialismo sabe que lo que tiene enfrente es un adversario próspero, al que debe desprestigiar cuanto antes para evitar que siga consolidándose lo que las encuestas anuncian mes tras mes: una aspiración de cambio que está ganando terreno hasta en los estratos más populares.
El hecho de que Winston Vallenilla sea presentado como un ejemplo de "relevo generacional", es prueba del desgaste del establishment y de la indiscutible depreciación de la propuesta ideológica que una vez se vendió como una "oferta superior". Del mismo modo como la IV buscó en Irene Sáez la posibilidad de una urgente reoxigenación, la V procura hoy una bocanada de aire, apelando a figuras consagradas de la farándula televisiva, del beisbol y el periodismo. El elenco patriótico ha envejecido y devino en una legión de dinosaurios impresentables, necesitados de ocultarse detrás de rostros que intentarán reanimar a las alicaídas bases bolivarianas. La revolución es hoy chatarra jurásica que contrasta con la renovación política ocurrida en el campo de sus adversarios: un contraste desventajoso que toca la nuez del proyecto original de Chávez, cuyo descarrilamiento está exigiendo nada más y nada menos -otra vez como Punto Fijo en sus estertores-, que de una "Reforma del Estado"... Así, con todas sus letras, lo ha sugerido el vicepresidente Jorge Arreaza, al hacer alusión a las recomendaciones que el "consejo anticorrupción" del Consejo de Estado le ha hecho esta semana a Nicolás Maduro, en lo que representa un reconocimiento de la profundidad de las fallas estructurales del "proceso".
No hay nada qué inventar: el régimen se sabe en emergencia, aunque procure inventarse una ficticia autoridad moral y política, arrojando sobre sus contrarios la ñoña que está ahogando a su propio entramado. La vulgaridad que hemos visto en los últimos días no es fortaleza, sino la inequívoca muestra de que la jauría bolivariana está herida: le temen a Capriles y a la Unidad como nunca le habían temido a nadie. En diciembre se les hará muy nítida la puerta de salida.
El hecho de que Winston Vallenilla sea presentado como un ejemplo de "relevo generacional", es prueba del desgaste del establishment y de la indiscutible depreciación de la propuesta ideológica que una vez se vendió como una "oferta superior". Del mismo modo como la IV buscó en Irene Sáez la posibilidad de una urgente reoxigenación, la V procura hoy una bocanada de aire, apelando a figuras consagradas de la farándula televisiva, del beisbol y el periodismo. El elenco patriótico ha envejecido y devino en una legión de dinosaurios impresentables, necesitados de ocultarse detrás de rostros que intentarán reanimar a las alicaídas bases bolivarianas. La revolución es hoy chatarra jurásica que contrasta con la renovación política ocurrida en el campo de sus adversarios: un contraste desventajoso que toca la nuez del proyecto original de Chávez, cuyo descarrilamiento está exigiendo nada más y nada menos -otra vez como Punto Fijo en sus estertores-, que de una "Reforma del Estado"... Así, con todas sus letras, lo ha sugerido el vicepresidente Jorge Arreaza, al hacer alusión a las recomendaciones que el "consejo anticorrupción" del Consejo de Estado le ha hecho esta semana a Nicolás Maduro, en lo que representa un reconocimiento de la profundidad de las fallas estructurales del "proceso".
No hay nada qué inventar: el régimen se sabe en emergencia, aunque procure inventarse una ficticia autoridad moral y política, arrojando sobre sus contrarios la ñoña que está ahogando a su propio entramado. La vulgaridad que hemos visto en los últimos días no es fortaleza, sino la inequívoca muestra de que la jauría bolivariana está herida: le temen a Capriles y a la Unidad como nunca le habían temido a nadie. En diciembre se les hará muy nítida la puerta de salida.
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