Angel Alayón
El cálculo es sencillo: tu sueldo en
bolívares dividido entre 264. El resultado será devastador. Nunca una
operación algebraica había desatado tanta ansiedad.
La economía no soporta la ficción.
Primero se negó la existencia del dólar paralelo, como si desconocerlo
fuera suficiente para que dejara de existir. Luego se prohibió hablar de
él: era aquél que-no-podía-ser-nombrado. Posteriormente se
pasó a restarle importancia. Es decir, existía, pero su impacto era
menor, despreciable. Luego prometieron pulverizarlo, algo que para el
gobierno ha sido tan difícil de cumplir como abolir la ley de la
gravedad. Y, finalmente, se creó el SIMADI, un tipo de cambio que
parecía abrazar al paralelo como si tuviera la intención de fundirse con
él: con aquel que nunca ha sido derrotado.
La más reciente escalada del paralelo
está relacionada con un sistema cambiario que ya era inviable cuando el
precio del barril de petróleo estaba a cien dólares. La diferencia es
que, en las actuales circunstancias, ese mismo sistema cambiario ha
colapsado y amenaza con profundizar la caída de la economía venezolana.
A esta fecha, todavía no se sabe a
cuáles rubros se les asignará el dólar a 6,30. Tampoco se ha realizado
una subasta del SICAD y el Estado no ha participado como oferente en el
SIMADI, ese mercado que no funciona como un mercado y que desde
su génesis fue anunciado como un ensayo. Todos estos elementos
configuran una receta cuyo resultado no es otro que la ansiedad
cambiaria y la búsqueda de monedas duras como refugio, ante la ausencia
de políticas que atiendan las causas de los desequilibrios económicos.
La incertidumbre en política económica
se paga muy caro. Y, como suele suceder, quienes pagan más son quienes
menos tienen: aquellos que no tienen dólares.
La caída de los ingresos petroleros y el
déficit fiscal son las dos cuerdas que aprietan la garganta de la
economía venezolana. El BCV continúa imprimiendo dinero de fantasía,
presionando la inflación al mismo tiempo que el gobierno profundiza los
controles de precios y desestimula la producción. Y como ya no se puede
importar lo que antes se importaba, el único resultado posible es
escasez y colas.
El Gobierno sigue atrapado en su
narrativa de “la guerra económica”, un cuento que cada vez más
venezolanos leen como una simple excusa. Mientras tanto, la
hiperinflación pasa de ser un capítulo más de los libros de textos a
convertirse en una amenaza real contra el bienestar de los venezolanos.
Y el dólar paralelo seguirá allí, como
un síntoma que nos recuerda que las economías siempre pueden empeorar.
Si el gobierno continúa con las mismas políticas, su existencia y vigor
estarán garantizados. Aunque quizás ya es tiempo de cambiarle el nombre:
en lugar del dólar paralelo el gobierno debería llamarlo el dólar
invencible.
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