En: http://www.lapatilla.com/site/2014/09/07/gonzalo-himiob-santome-forzar-la-barra/
Gonzalo Himiob Santomé
Existe una gran diferencia entre ver las cosas como son, y tratarlas
en consecuencia, y verlas como nos gustaría que fueran pensando que el
mundo está hecho solo de nuestras percepciones y visiones. Una cosa es
que, incluso actuando de buena fe (la cual a nuestros gobernantes les
falta) interpretemos la realidad desde nuestras aspiraciones, teniendo
claro que nuestros anhelos no tienen por qué ser iguales a los de los
demás, y otra muy distinta es caer en la trampa de convertir en “hecho”,
en una “verdad”, todo lo que no pasa de ser un deseo personal. Nuestra
capacidad humana para transformar nuestro entorno es indiscutible, pero
de allí a pensar que la simple nominación cree “verdad”, y que esa
“verdad” se hace “dogma de fe” solo porque así lo dice y quiere un tipo
que habla en cadena nacional, hay un larguísimo trecho.
Esa manía de forzar la barra, de ver e interpretar la realidad no
como es, sino como a unos pocos les gustaría, o les convendría, que
fuera; ese terco y muy poco humanista empeño de obligar a propios y a
ajenos a interpretar la realidad solo como se “vive” (mejor sería decir
“se alucina”) en la “revolución” venezolana, que no a evaluarla desde la
verdad que nos abofetea todos los días es, de todos los pecados
“revolucionarios”, que son muchos, quizás el más peligroso.
Es peligroso porque revela un nivel de comprensión del mundo y de
nuestras circunstancias absolutamente fanático y ciego que, para
empeorar la cosa, ni siquiera es útil a la sociedad en general. Solo
sirve al poder para medio mantenerse, nada más. Es puro circo, pero nada
de pan. Dicho en otras palabras, el hecho de que nuestros gobernantes
(y desde Chávez hasta Maduro ya llevamos 16 años de esta negativa
esquizofrenia entre “lo que es” y “lo que se quiere que sea” la
realidad) insistan en afrontar nuestros problemas, primero, desde la
absoluta negación, después, desde la repartición de culpas (siempre a
“terceros”) y al final desde la franca incapacidad, recurriendo siempre a
la herramienta de llamar a las cosas como lo que no son; no funciona,
no sirve, no soluciona. Como diría Cantinflas: “Ahí está el detalle”.
Digamos por ejemplo que el desastre económico en el que nos
sumergieron hasta la coronilla Chávez, Giordani, Merentes, Ramírez,
Maduro y todo el combo que les acompaña, pudiera de alguna manera
empezar a solucionarse si dejásemos de llamarlo e interpretarlo como nos
obliga la realidad a hacerlo, y empezáramos a cacarear, que así ha
sido, que todo lo que nos acontece en esta materia, una de las más
sensibles para todos los estratos socioeconómicos por cierto, es
producto de una “guerra capitalista” contra “la revolución”. Hagamos el
ejercicio de situarnos en los ni tan altos pedestales en los que tales
dudosas “estrategias” comunicacionales se inventan, pensando de verdad
(y he allí otro de sus errores de percepción) que todos los venezolanos
somos bobos y que todos, los unos y los otros, creemos a pie juntillas
todo lo que nos dice el poder en cadena nacional. Hagamos este esfuerzo y
sentémonos a ver si esto de “cambiarle de nombre” a la realidad
económica que se padece, de alguna manera, ha funcionado para solucionar
la escasez, para controlar la inflación, para bajar las tasas de
desempleo o para incrementar nuestra capacidad productiva. La respuesta
está a la mano: No funciona. Puede el gobierno llamar a su fracaso como
quiera llamarlo, puede tratar de echarle la culpa a cuanto “enemigo” se
le antoje, pero la verdad, la realidad descarnada y sin matices, en este
aspecto que tomo como ejemplo, le estalla en la cara todos y cada uno
de estos días aciagos a cada venezolano. De nada vale, en consecuencia,
eso de estarle cambiando el nombre a la realidad. La verdad es terca, no
sabe de triquiñuelas, y siempre se impone.
Es como cuando se pretende que alguna de las “misiones” va a ser más
eficiente o mejor si en vez de llamarla “misión tal o cual” se la llama
“Gran Misión tal o cual”. O como cuando se le mete al pueblo el cuento
de que creando un nuevo ministerio, una nueva vicepresidencia, una nueva
“secretaría general adjunta a la subdirección” de cualquier
departamento, se está “haciendo algo” real y válido para solucionar
nuestros problemas, que no creando más gasto público y más burocracia y
corrupción. Es la orgía de la grandilocuencia, de la inventadera, de la
diarrea verbal que piensa que en lugar de ensuciarlo todo, lo que hace
es mejorarlo todo, solo porque así se cree que pasa cuando, en lugar de
trabajar en serio, un presidente habla o dice. Es el empeño, a veces
hasta delirante, de ver las cosas como no son, y de pensar que cambiando
los nombres de las cosas, nuestras más arraigadas costumbres, o hasta
las frases con las que usualmente nos comunicamos, vamos a domar el
fiero y terco corcel de la realidad.
Como cuando se puso al caballo de nuestro escudo a correr “a la
izquierda”, creyendo que eso de la noche a la mañana nos volvería a
todos “socialistas”, o como cuando a nuestras Fuerzas Armadas se les
empezó a llamar “bolivarianas” como si al pueblo le importara en
realidad algo distinto a que cumplan con las funciones que les tiene
asignadas nuestra Constitución o, lo peor de todo, como cuando ahora se
burlan de la más sagrada oración de los católicos, cambiándole al “Padre
Nuestro” el nombre y su sentido, poniendo al lado de Dios y a su mismo
nivel a un ser humano, uno como cualquier otro que, además, pocos
méritos hizo en vida para ser tenido históricamente por algo más que un
gran engaño. Y eso siendo benévolos con su memoria y con su “legado”.
Esto es el paroxismo de la reinvención de la realidad, pensar que
cambiando una oración, una de las más sagradas para millones de
venezolanos, se convierte en “hombre bueno” y hasta “santo”, incluso al
mismo nivel de Dios Padre, a Chávez, un hombre que no hizo más en sus
delirios, tergiversaciones y megalomanías que enemistar hermanos,
perseguir con fanatismo a quien no le seguía y destruirnos
sistemáticamente cualquier posibilidad de desarrollo y de crecimiento.
Hacer eso que se acaba de hacer con el “Padre Nuestro” no es un acto del
“pueblo creador”, es un acto de ignorantes, de obtusos, es un acto
perverso de quienes pretenden imponernos falsedades. Es inaceptable,
pero además es inútil. A nadie se le mitifica ni se le deifica por la
fuerza. Chávez no será nunca ni más ni menos de lo que fue en vida, la
historia pondrá las cosas en su lugar, y ese será para siempre su
castigo.
Así, seguir creyendo que todo “es”, como la “revolución lo ve”, que
no como la realidad lo muestra sin tapujos, es un grave pecado
histórico, de terribles consecuencias además. Seguir pensando que se
puede “construir” la realidad o la verdad, cambiándole el nombre e
imponiéndole a los demás la más sesgada, cerrada y fanática visión sobre
las mismas, es sentarse en una bomba de tiempo que, lamentablemente
para todos, puede estallar en cualquier momento.
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