Fernando Mires
De la noche a la mañana apareció un
nuevo movimiento en las calles de Alemania. Su nombre: PEGIDA,
“Patriotas Europeos contra la islamización de Occidente”. Su bastión
principal: Dresden. Ni título ni lugar de origen son casualidades. El
rechazo a la “islamización de Europa” es uno de los tópicos de la
ultraderecha europea.
¿Neo-fascismo? Seguramente. Pero el tema
va más allá de una designación politológica. En Dresden, PEGIDA ha
realizando manifestaciones multitudinarias. Las contra-manifestaciones
no reúnen ni a la mitad que convoca PEGIDA. Hay entonces motivos para
encender alarmas.
Dresden, como casi todas las ciudades de
la ex RDA, mantiene una tradición en materias xenofóbicas. ¿Las
razones?: Las raíces democráticas de los ciudadanos del Este no son
profundas. El carácter autoritario del Estado comunista fue transmitido
al interior de diversos sectores de la población y perdura en el tiempo.
No obstante, la xenofobia políticamente organizada amenaza ser un
peligro para toda la nación. Dresden es solo un foco catalizador.
PEGIDA parece ser hacia el lado derecho
de la política alemana lo que PODEMOS es hacia el lado izquierdo de la
política española. Un eje en torno al cual se articulan diversas
protestas cuyo punto común es el miedo a transformaciones que han tenido
lugar en el último decenio. El tránsito de la sociedad industrial a la
sociedad digital —y a las formas multiculturales de vida que esta
conlleva— promete ser tan poco pacifico como el que llevó de la sociedad
agraria a la sociedad industrial durante el siglo XlX.
Las “invasiones islámicas” son por lo
tanto el oscuro objeto del deseo de agresión que determinados ideólogos
ofrecen a sectores aterrados frente a todo lo nuevo y extraño (y
extranjero). De ahí que tampoco es casualidad que los islamófobos
alemanes sean convocados por personajes que han hecho de la lucha en
contra de la UE (y del Euro) una doctrina. Entre otros, el partido de
ultraderecha AfD (Alternativa para Alemania). Mientras AfD se declara
pro-europeo frente a los refugiados islámicos, ante la UE se presenta
como nacionalista. La coherencia nunca ha sido característica de la
ultraderecha.
Menos coherente aún es la elección de la
víctima: La mayoría de los emigrantes huyen del extremismo islamista
que asola sus regiones. Pero en Alemania son recibidos por PEGIDA como
si ellos fueran extremistas islámicos. El procedimiento es perverso. Es
como si los alemanes que huyeron de Hitler hubieran sido repudiados como
nazis en los países donde buscaron refugio. No obstante, no todo es
responsabilidad de PEGIDA. Es también el resultado de la ausencia de
claridad política en los partidos gobernantes con respecto a los
conflictos del mundo islámico.
No me refiero al tema, más
administrativo que político, de la limitación del número de emigrantes.
Me refiero al de la ausencia de solidaridad con los pueblos musulmanes
víctimas del terrorismo de ISIS. Los partidos democráticos alemanes han
dejado así el campo libre a PEGIDA para que aterrorice a las víctimas y
no a los culpables.
Por cierto, no todos los militantes de
PEGIDA son fascistas. Muchos de los problemas a los que PEGIDA alude son
reales. Pero tampoco los que aludió el nazismo durante el siglo pasado
eran temas inexistentes. El problema por lo tanto reside no en el
movimiento PEGIDA en sí, sino en su potencialidad. ¿Cómo impedir la
expansión del fenómeno antes de que sea demasiado tarde?
Antes que nada: ni con indiferencia ni con histeria. El semanario Die Zeit, por ejemplo, afirma de que no hay ningún motivo para preocuparse. Spiegel, por el contrario, entrega la impresión de que estamos ante las puertas del lV Reich.
¿Realizar contra-manifestaciones cada
vez que PEGIDA sale a la calle? Eso solo sirve para afirmar la identidad
democrática de los contra-manifestantes. ¿Prohibir y reprimir a PEGIDA?
Sería peor. Eso desearían los dirigentes de PEGIDA: convertirse en
héroes de un movimiento social perseguido.
La situación que vive hoy Alemania
recuerda el tema de una de las más espeluznantes novelas del escritor
sudafricano J. M. Coetzee : “Esperando a los bárbaros”. Según esa
novela, miles de campesinos eran deportados en nombre de la guerra en
contra de los bárbaros. Mas, esos bárbaros no existían. Eran la simple
proyección de los miedos de los habitantes de las ciudades durante el
tiempo del Apartheid.
La mayoría de quienes siguen a PEGIDA
jamás han tenido un problema con algún islamista. Muchos habitan
ciudades con reducida presencia de extranjeros, Dresden entre otras. No
son muy religiosos, y por lo mismo su religión no se encuentra
amenazada. Tampoco son cultos; luego, la cultura islámica tampoco los
amenaza. Los valores occidentales (tolerancia, respeto a los derechos
humanos) no les son muy caros, toda vez que ellos mismos los rechazan.
Sin embargo, como los habitantes de las ciudades de Coetzee, se sienten
amenazados por los bárbaros. Nadie les ha dicho que los verdaderos
bárbaros podrían ser ellos mismos.
Alemania al estar comprometida con la
razón democrática no tiene otra alternativa sino enfrentar políticamente
a PEGIDA. Eso significa sacar a sus militantes de sus ratoneras e
incitarlos al debate público. No hay nada que aterre más a un antiguo o
neo-nazi que la luz de la vida pública. Pero eso implica claridad,
absoluta claridad para explicar a los ciudadanos los derechos y deberes
que ha contraído la nación alemana con Europa y con el mundo.
Ser demócrata no es solo vivir en
democracia. Es una decisión que obliga a vivir en lucha en contra de los
enemigos de la democracia. Es también una militancia, quizás la más
radical de todas. La democracia nació en contra de la barbarie. Y los
bárbaros no solo están fuera de las ciudades. Están también entre
nosotros e incluso, dentro de nosotros.
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