EDITORIAL EL NACIONAL
Esta pregunta la hacemos no solo quienes hemos debido presenciar la
ruina de un país con recursos más que suficientes para aspirar a un mañana muy
distinto al que le deparan el ayer y el hoy practicados por el chavismo, sino
aquellos que en el exterior no entienden cómo puede un rich oil country llegar
a los extremos de miseria alcanzados con Maduro.
¡Odiar a Bolívar! Nada mejor se la ha ocurrido a un sujeto que ya no
apela a la memoria de su mentor porque sabe que, salvo una fanaticada de
paniaguados que medran del tesoro público, ya nadie es capaz de venerar a un
individuo en deuda con la historia, que muchos desprecian o cuestionan.
Esas tres palabras, “odian a Bolívar”, fueron el nudo argumental de la
anémica arenga que atinó a articular en una visita que dispensara a la Academia
Militar, acompañado nada menos que de esa joyita nicaragüense llamada Daniel
Ortega, sobre quien recaen supuestas sospechas de incesto, por las cuales ha
sido objeto de repudio de buena parte de las mujeres latinoamericanas.
Esas tres palabras le sirvieron a Maduro para justificar su
empecinamiento con supuestos, inexistentes golpes de Estado, no sin antes
aclarar: “Una de las cosas que a mí me indignó más fue la decisión de esa junta
pretendida de gobierno que le quitaba el nombre, el carácter y el concepto de
bolivariana a nuestra Fuerza Armada. Odian a Bolívar”, aseveró.
Dicen que los contrarios terminan por juntarse. Lenin sostenía que si se
giraba siempre a la izquierda se terminaría emplazado en la derecha, alegato
que le servía para concluir que el izquierdismo de algunos camaradas
impacientes no era más era una enfermedad infantil del comunismo.
De igual modo, podemos asegurar que el bolivarianismo a ultranza termina
por acartonar la figura del Libertador, banalizar sus pensamiento y minimizar
su gesta; de alguna manera quienes, como Chávez, Maduro y compañía, han
estimulado el excesivo manoseo de su imagen y su nombre –presente en la moneda,
en calles, plazas y avenidas, en los nombres de estados, pueblos, municipios y
ciudades– han contribuido a crear, si no un rechazo, sí una considerable
distancia de lo que algunos consideran es pura manipulación ideológica.
Es lo que hacen los
dictadores: magnificar a los próceres e identificarse con ellos para crear una
iconografía de la dominación que ha llegado al colmo de colocar en exhibición,
como objetos del culto chavista, los uniformes del comandante que nunca muere:
camisas, pantalones, insignias, cinturones, botas, medias sin lavar, y ropa
íntima expuestas para que cadetes y oficiales lo contemplen extasiados y hasta
huelan sus aromas. A eso ha llegado el ultrabolivarianismo.
Vía El
Nacional
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