Las parlamentarias pueden significar para el Gobierno una guillotina. ¿Qué pasa si Maduro no remonta la cuesta, como la remontó Chávez en el revocatorio de 2004? Maduro es un submarino. Necesita una cápsula como la de Michael Jackson para abastecerse de oxígeno. Si el chavismo no logra voltear los números, le dará una patada a la mesa. ¿De dónde sacará su legitimidad entonces? De donde mismo (según Octavio Paz) la sacó Fidel Castro. Los herederos de Chávez estigmatizarán el voto bajo el alegato de que es un acto burgués.
Este año será decisivo para Venezuela: veremos si el chavismo se mantiene en el carril electoral o si se sale de él forzado por las circunstancias. Ya se sabe que los números no lo favorecen. La última encuesta de Datanálisis señala que 38 por ciento de los encuestados se definen como opositores mientras que apenas 28,9 por ciento se definen como chavistas. El apenas es muy importante: esto no ocurría desde la víspera del referendo revocatorio, cuando Chávez estuvo a punto de perder la consulta (se lo confesó él mismo al periodista Eleazar Díaz Rangel en una entrevista convertida en libro) y entonces, asesorado por los cubanos, colocó sobre la mesa la poción mágica que le devolvió el anhelado rating: las misiones. Unas misiones que fueron acompañadas con tácticas dilatorias en el cronograma electoral. Esta estrategia le permitió ganar tiempo y reposicionarse en el tablero político. Chávez tomó un oxígeno como el que aspiraba Michael Jackson en su cápsula especial: contra todo pronóstico, logró mantenerse en el poder por casi nueve años más.
Este mismo dilema es el que enfrenta hoy Maduro: está de capa caída en los sondeos y se halla ante la necesidad de fabricarse una cápsula como la del Rey del pop o la de su mentor Chávez. Maduro es un submarino de cara a las parlamentarias. ¿Qué puede hacer el Gobierno frente a este panorama apocalíptico? ¿Puede Maduro pasar de submarino a portaaviones? Es algo difícil: Maduro tiene poca capacidad para reinventarse. Y debe lidiar con un enemigo feroz: la hiperinflación. Y con otro enemigo feroz: la escasez. Y con otro enemigo feroz: la inseguridad. Y con otro enemigo que es la suma de los enemigos anteriores: el gran descontento social. Y con una variable que también es un enemigo mortal: la brutal caída de los precios del petróleo, que hará que este año Venezuela reciba 30 mil millones de dólares menos de los que recibió el año pasado. No, Maduro no la tiene nada fácil. Pero, desde luego, cuenta con margen de maniobra. Porque todo el que está en el poder —y mucho más si ese poder se ejerce de manera omnímoda— tiene margen de maniobra.
Por eso, por ese margen de maniobra que le confiere un poder ejercido antidemocráticamente, Maduro lapida a sus adversarios. Los criminaliza. Los saca del ring político para confinarlos en una cárcel militar. Por ese margen de maniobra, el Gobierno seguirá jugando al ventajismo electoral obsceno, como lo ha hecho siempre. Y de allí que el historiador Germán Carrera Damas haya dicho alguna vez que las únicas elecciones limpias que Chávez ganó fueron las organizadas por la democracia en 1998. Por ese margen de maniobra que le da el estar montado en el poder apoyado por tanquetas, el chavismo seguramente recurrirá a algún ardid para tratar de que los números le favorezcan más de lo que pueden favorecerlo. En el pasado fueron los circuitos electorales. Mañana puede ser otra cosa. El Gobierno apelará a todo tipo de triquiñuelas. Incluso a los efectos especiales: le hará sentir a ese 38 por ciento que se define como de oposición (la cifra variará de aquí a diciembre) que Tibisay Lucena es la reencarnación de Al Capone y que no hay nada que hacer. Que el juego está perdido antes de que se celebre.
Pero, en vista de que la realidad es tan aplastante (¿en cuánto está el dólar paralelo hoy?) y de que, según afirman los expertos electorales, el Gobierno no está en capacidad técnica de voltear los números una vez que los números son vomitados por las máquinas de votación, la pregunta que cabe hacerse es: ¿Estará dispuesta la cúpula chavista, en caso de que sus estrategias resulten infructuosas, a perder (suponiendo que la oposición vaya unida y que los votos estén bien cuidados) el control de la Asamblea Nacional? Si la respuesta a esa interrogante es no, vemos entonces por qué el 2015 podría ser tan decisivo para Venezuela. El chavismo puede perfectamente pasar la raya amarilla del tablero electoral. Como la pasó cuando Chávez se declaró abiertamente socialista. Como la pasó cuando empezó a expropiar arbitrariamente. Como la pasó cuando empezó a poner presos a sus adversarios. Como la pasó cuando empezó a liquidar a estudiantes. La raya amarilla que al chavismo le falta pasar es la electoral. ¿La pasará de una vez por todas este 2015?
Un gobierno altamente cuestionado por sus presuntos vínculos con el narcotráfico y por serias violaciones a los derechos humanos, un gobierno que está más cerca del cartel que de la polis, no puede darse el lujo de entregar el poder a sus adversarios. La cúpula chavista, que ha convertido la política en un paredón, teme patológicamente que la manden al cadalso, que le pidan cuentas por los excesos que ha cometido. Un gobierno con semejantes características tiene que morir con las botas puestas. Con las botas, no con los votos.
Hay que recordar que el pecado original del chavismo data del 4 de febrero de 1992: fue por la vía de las tanquetas y no por estar inscrito en circunscripción electoral alguna como el teniente coronel Hugo Chávez irrumpió en la escena política. Que después esas tanquetas mutaran a votos, es otra cosa. Pero ahora, en un ciclo que luce perverso, esos votos parece que vuelven a mutar a tanquetas. Regresan a su origen, si es que la élite gobernante no logra controlar la insurrección numérica que desde ya muestran los sondeos y no le queda otro camino que salirse del tablero electoral. Si algo nos diferencia de Cuba (ya son pocas las diferencias) es que todavía estamos en el cuadrante electoral. Y con un beneficio enorme para el Gobierno, que fue apuntado en un tuit por el politólogo Humberto Njaim luego de que se realizaran las últimas elecciones regionales: que Chávez no tuvo que apelar a un régimen de partido único para sostenerse en el poder como sí lo hizo Fidel Castro. Es decir, que la franquicia de Chávez es más light que la de Castro.
Por supuesto no hay todavía un régimen de partido único institucionalizado en Venezuela, pero sí existe ya, de facto, una suerte de ilegalización de los partidos. Hacia eso también ha ido mutando el chavismo, que manda a la cárcel a los líderes políticos de la oposición, que amenaza con allanarle la inmunidad al coordinador de Primero Justicia, Julio Borges. Y eso ocurre porque estamos en otra etapa. La etapa en la que lo electoral se convierte en un juego rudo: claro que tienes derecho a postularte, claro que la gente puede votar por ti, claro que puedes ganar, pero yo, gobierno, te puedo defenestrar si no me convienes. Me salto la Constitución y la soberanía popular. No en balde Chávez usó el término “soberano” en los primeros años de su gestión y luego lo suprimió de su vocabulario. Tampoco lo usan sus herederos políticos: la palabra suena como una pieza arcaica. Es mejor decir el “pueblo”. Es más abstracto y menos electoral. Menos comicial. Más genérico. Y eso cuadra con el hecho de que el chavismo maneja como una de sus hipótesis incursionar en el terreno no electoral. ¿De dónde sacará la legitimidad, si esto llegara a suceder?
De donde mismo la sacó Fidel Castro. En su libro de ensayos Tiempo nublado (publicado por la editorial Seix Barral en 1983), Octavio Paz hace una precisión capital sobre la revolución cubana. Dice lo siguiente: “A pesar de los cuartelazos y las dictaduras, la democracia había sido considerada, desde la Independencia, como la única legalidad constitucional de las naciones latinoamericanas, esto es, como la legitimidad histórica. Las dictaduras, incluso por boca de los dictadores mismos, eran interrupciones de la legitimidad democrática. Las dictaduras representaban lo transitorio y la democracia constituía la realidad permanente, incluso si era una realidad ideal o realizada imperfecta y parcialmente. El régimen cubano no tardó en perfilarse como algo distinto de las dictaduras tradicionales. Aunque Castro es un caudillo dentro de la más pura tradición del caudillismo latinoamericano, es también un jefe comunista. Su régimen se presenta como la nueva legitimidad revolucionaria. Esta legitimidad no sólo substituye a la dictadura militar de facto sino a la antigua legitimidad histórica: la democracia representativa con su sistema de garantías individuales y derechos humanos”.
Precisamente eso que analiza Octavio Paz en Tiempo nublado es lo que está en juego en Venezuela en 2015 si el Gobierno no logra remontar la cuesta (es difícil, pero no imposible: ya lo logró Chávez en 2004 y el propio Maduro con el dakazo) y se decanta, sin cortapisas, por salirse del tablero electoral. El chavismo necesita con urgencia una cápsula a lo Michael Jackson. Si no la consigue, su última carta puede ser darle una patada a la mesa y abolir lo que, mal que bien, nos queda de la democracia representativa.
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