EDITORIAL
EL NACIONAL
El
asesinato en plena vía pública de un prisionero de la Policía Bolivariana de
Aragua ha adquirido una gran resonancia internacional pues ha sido el tema
central de todas las agencia de noticias. No era para menos, pues un testigo de
los hechos pudo grabar todos los pasos dados por los integrantes de Poliaragua
antes de proceder a fusilar al detenido que, rendido y desarmado, anticipó las
intenciones de sus captores y trató inútilmente de evitar que le dispararan.
En ningún
momento el prisionero hizo resistencia o algún ademán de atacar a sus captores.
Los policías lo inmovilizaron y le obligaron a abrir los brazos para que el
agente encargado de disparar pudiera apuntar sin interferencias al pecho del
detenido, valga decir con premeditación y alevosía. Posteriormente, el cadáver
fue arrastrado hacía un costado de la acera y allí uno de sus captores,
utilizando sus botas como una pequeña pala lanzó agua y sangre sobre el
cadáver, quizás para crear con ello falsas pistas sobre lo ocurrido.
Lo cierto
es que el video conmovió no sólo a los venezolanos que tuvieron la amarga
oportunidad de verlo sino que demostró, de manera fehaciente, que los regaños
recibidos por el gobierno de Maduro en sus comparecencias ante las instancias
de las Naciones Unidas que se ocupan de los derechos humanos tienen base en la
realidad.
Gracias a
ese video y de otros que han sido mostrados a la opinión pública en
oportunidades anteriores, ya no es posible escudarse señalando estos hechos
como “casos particulares” cuando en realidad son parte de la práctica de los
cuerpos policiales y de seguridad del Estado.
Lo que
más impresiona a los venezolanos es que los policías maten a un sospechoso de
la misma manera en que actúan los malandros cuando asaltan a pacíficos
ciudadanos, a quienes despojan de sus bienes y luego sin ningún motivo le
disparan a la cabeza como si fuera una gran hazaña. Matar así, para desgracia
de los venezolanos decentes y honestos, se ha convertido en una rutina que
comparten tanto el hampa como las policías. Es por tanto una señal
significativa que nos indica el grado de descomposición moral y el desprecio
por la vida que el oficialismo ha instituido en el cuerpo social.
Cuando
desde la primera campaña electoral de Hugo Chávez se incitaba a los pobres a
robar porque ello no implicaba delito si se hacía por necesidad, o también
cuando el comandante anunciaba con entusiasmada voz que “iba a freír en aceite
las cabezas de los adecos” como si eso no fuera un crimen de lesa humanidad, ya
se estaba sembrando no sólo el odio social y racial sino la impunidad para
robar o asesinar en nombre de una propuesta política y de un proyecto
electoral.
El gobernador de Aragua, Tareck
el Aissami, se justificó haciendo saber que “ordenó la detención de los
policías comprometidos con esa aborrecible práctica policial”. Agregó que no se
van a permitir las “viejas mañas del pasado”. Por lo visto, el gobernador sí
permitirá las “nuevas mañas del presente”.
Vía El Nacional
Que pasa Margarita
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