FAUSTO
MASÓ.
Hasta a
Hitler si hubiera cumplido 89 años lo hubieran confundido con un abuelito
bueno, con mayor razón nos enternecen esas fotos del caudillo cubano convertido
e en un amable anciano. Solo algo falla: Fidel viste siempre ridículamente:
¿nadie lo aconseja a la hora de escoger la ropa?
Fidel no
es Hitler, pero ha cometido un grave error al no haber muerto a tiempo. América
Latina lo está transformando en una figura venerable, en otra muestra de
imbecilidad colectiva. El héroe termina como un abuelito.
Nadie
llama a Fidel dictador. Scioli, un demócrata argentino, viajó a Cuba antes de
las recientes elecciones argentinas, Maduro y Evo corren a celebrar su
cumpleaños.
Luce bien
visitar la isla, en cambio, será siempre una locura suicida reconocer que
Pinochet aceptó terminar su dictadura con un proceso electoral. Y a pesar de la
admiración que todavía despierta Allende ningún chileno quiere volver a
sus políticas económicas, ni anular las reformas de Pinochet. El gobierno de
Bachelet desciende de esa decisión de Pinochet de preguntarle su voluntad al
pueblo. Evo no aplica las políticas económicas de Cuba y Raúl quiere darle la
espalda a la herencia de su hermano, reconoce el fracaso de medio siglo de
socialismo castrista. Sin embargo le apagan las velitas de la torta de
cumpleaños. América Latina no es un continente serio.
Obama se
regocija de restablecer relaciones con la isla, porque una dictadura de
izquierda no es una dictadura, sino una maravilla. Por eso, de corazón,
recomendamos a cualquier político joven que haga coqueteos con la izquierda. No
se reconocerá nunca que Rómulo Betancourt fue 100 veces más importante para
América Latina que Fidel: Betancourt marcó un camino que todo el continente
siguió. En un momento había que elegir entre Betancourt y Castro, afortunadamente
fueron derrotados los que apoyaban a Castro.
Hoy
Maduro visita a Castro, mientras el aeropuerto de Maiquetía es una viva imagen
de la desolación nacional: la economía cae en picada, sobrevivimos gracias a
las limosnas chinas. El bolívar no vale ni siquiera el papel en que se
imprime. No hay comida, nada se produce y el mismo Maduro quiere que el
sector privado reanime a la agricultura, pero el sigue aplaudiendo a Castro.
Así nos va.
¿Qué
hacer frente al desastre? Admirar a Castro, contesta Maduro.
Castro
según el periódico ABC se dedica al “al estudio de cultivos milagrosos que
resuelvan los problemas de producción del país y –de paso– del mundo entero, a
recibir visitas ilustres, navegar por Internet en sus horas de insomnio, gozar
de los mejores tratamientos médicos de la isla y alimentarse con
productos cultivados solo para él. Su ex guardaespaldas, Juan Reinaldo
Sánchez, explicó en un libro que Castro posee una
fábrica que produce quesos, yogures y helados para su consumo exclusivo.” El
personaje no cambia, durante medio siglo arruinó a Cuba con sus experimentos.
Le echan
la culpa de lo que ha ocurrido en Cuba a los Estados Unidos, una mentira que se
desmiente recordando las declaraciones de Fidel en los primeros años de la
revolución: los verdaderos culpable de la catástrofe en la isla son los propios
cubanos que ahora ya no cuentan para nada, los exilados fueron demasiados
torpes y al final les interesó la buena vida en los Estados Unidos, y los
cubanos de la isla solo quieren marcharse en balsa.
Fidel
emprendió una guerra mundial contra los Estados Unidos, alentó a miles de jóvenes
latinoamericanos a dar su vida en la guerrilla. Fue derrotado país tras país.
Nadie recuerda esta historia, ni se pregunta porque todavía el ideal de
cualquier cubano es irse corriendo de su patria. No importa. Apaguemos sus
velitas de cumpleaños.
Castro
sigue representando al héroe latinoamericano. ¡Qué triste!
Ojalá que alguna vez este
continente no sueñe con libertadores ni héroes.
Vía El Nacional
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