Eduardo Mayobre
Para distraer la atención de las calamidades que debemos vivir a diario los venezolanos, el gobierno ha recurrido a varias maniobras destinadas a atraer la atención pública y minimizar su creciente falta de popularidad. Ha ensayado sainetes nacionales e internacionales que pretenden explotar sentimientos nacionalistas o encender nuevamente la ya apagada llama revolucionaria.
En cada caso ha mostrado su torpeza y en conjunto ha logrado una mezcla de callejones sin salida que amenazan con provocar una explosión, sin que se pueda anticipar cuál de ellos pudiera ser el percutor.
Si comenzamos por los asuntos internacionales, tenemos que el gobierno ha provocado una reanudación conflictiva del problema de límites con Guyana. Lo único que ha logrado es el rechazo unánime de los países del Caribe, a los cuales anteriormente intentó comprar con dádivas petroleras. Ante el fracaso de ese amago, volvió la cara hacia Colombia. Se trata de un asunto más grave debido a que la frontera occidental de Venezuela es una de las más dinámicas del continente, a los fuertes vínculos históricos y a que Colombia es un país que no se puede ningunear. La falta de respeto a los derechos de los colombianos deportados y desplazados, así como la irresponsabilidad de desestimar los lazos comerciales, familiares y culturales entre los habitantes de ambos lados de la frontera han conducido a que un desplante supuestamente patriótico del gobierno de Maduro se transforme en una tragedia humana que concita el rechazo tanto del pueblo venezolano como de la comunidad internacional.
En los aspectos nacionales, muestras innecesarias de exceso de autoridad se han añadido al coctel explosivo en el cual la camarilla gobernante parece autoinmolarse. El caso de Leopoldo López, decidido a pocas semanas de las elecciones parlamentarias, después de una demora inexplicable, resulta simbólico. Aun bajo el supuesto negado de que tuviera alguna responsabilidad, la sentencia es abiertamente desproporcionada. Más de 13 años de prisión por haber pronunciado un discurso no cabe en ningún código jurídico. Eso lo entiende hasta el más analfabeto y de ello toman nota los diferentes organismos internacionales y los gobiernos que todavía tienen una pizca de vergüenza. La condena se añade a las llamadas medidas cautelares contra los medios de comunicación independientes, que incluyen a un número elevado de personeros que no tienen ni arte ni parte en las supuestas ofensas cometidas.
Todo lo anterior es síntoma de la desesperación que acorrala a un gobierno inepto. La inflación galopante, la escasez de los bienes de primera necesidad y las colas en los mercados y las puertas de abastos y supermercados no pueden esconderse. Las fallas de los servicios públicos, tampoco. De manera que todas las medidas de distracción, cada una más torpe que la otra, solo agravan la situación de un gobierno incapaz de tapar los errores cometidos durante los últimos tres lustros y mucho menos de soportar la reducción de los ingresos petroleros que durante algunos años le permitieron engañar a los incautos.
Un termómetro es el precio del bolívar, bautizado fuerte con desfachatez característica. Ha reducido tanto su valor que por pudor ya no es conveniente mencionarlo. Lo malo es que junto a esa desvalorización viene la baja de la producción y del empleo. Y se le añaden la pérdida de poder adquisitivo de los supuestos beneficios sociales que proclamó el proceso. Barrio Adentro se convirtió en un recuerdo y Mercal en una cola interminable. Las pensiones solo sirven para comprar un refresco o una cerveza, si los encuentras.
Ahora solamente queda pensar adónde nos llevan todas las provocaciones que la camarilla gobernante inventa para intentar doblegar el espíritu democrático que domina al pueblo venezolano, el cual se expresará contundentemente en las próximas elecciones parlamentarias, si acaso los dislates del grupo gobernante no impiden que ellas se celebren.
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