Monday, September 14, 2015

El gobierno se quita la máscara, cuál máscara?

EN: Recibido por email

JOAQUIN CHAFFARDET

En la Venezuela chavista, el Iluminado de Sabaneta junto sus cuarenta
mil ladrones, cual un Versace o Valentino, impuso la moda del disfraz
perpetuo. Los personajes del oficialismo, desde los más encumbrados
hasta los más pelabolas que buscan una migaja, se disfrazaban de
militares con safaris color verde olivo. Parecer militar, de acuerdo a
la maldición gitana que nos legó el Libertador, les infundía fuerza,
valor, les daba “caché” robolucionario. El mismo Iluminado de
Sabaneta, dado de baja de las fuerzas armadas, se disfrazaba de
militar activo sin serlo. Para que el Iluminado pudiera vestir un
uniforme militar verdadero reformaron la ley orgánica de las fuerzas
armadas y le dieron el grado de militar activo, “comandante en jefe”.

Y es que pareciera que muchos militares vinculan su existencia
presente y futura a poder vestir el uniforme. Nunca podré olvidar a un
militar que me tocó representar en juicio porque fue dado
arbitrariamente de baja y que a la salida de la Sala de Audiencias del
TSJ se quejó amargamente, casi con lágrimas en los ojos, no por el
atropello de que estaba siendo víctima sino porque le querían “quitar
su uniforme”. Recuerdo a otro militar, gran amigo mío, a quien me tocó
representar en un largo juicio, que en una ocasión me dijo “…Joaquín
tenemos que terminar este juicio antes de que me quiten este disfraz,
porque después que a uno se lo quitan pasa a ser un güevon…” Una frase
memorable que nunca olvidaré.

Luego vino, y todavía perdura, el disfraz de camión de bomberos o
bombillo de burdel: rojo de pies a cabeza, incluyendo calzoncillos y
pantaletas. El disfraz  los hace sentirse parte del poder, los
identifica con el sátrapa, los hace sentirse poderosos y temidos, no
necesitan dar explicaciones para solicitar favores  y migajas, el rojo
del atuendo es explicación más que suficiente.

Después el Iluminado de Sabaneta, quien parecía presentir su fin,
comenzó a disfrazarse de deportista. Quería proyectar la imagen de un
hombre sano, físicamente saludable, ya que mentalmente era una
personalidad claramente enferma. Y primero puso de moda la gorra de
pelotero. Más adelante subió un escalón y se disfrazó de atleta de
pista y campo con su monos Nike o Addidas, que el tipo parece que no
se los quitaba ni para dormir. Tal fue su influencia, que la momia
cubana, Fidel Castro, adoptó el mono atlético como sustituto de su
disfraz de mariscal soviético.

Pero hagamos un alto. Así como Chávez impuso esa moda entre sus
ministros y su padre adoptivo, así como impuso su lenguaje en el
lenguaje político de los venezolanos, incluida la oposición,
Igualmente impuso sus disfraces en muchos personeros de la oposición,
que terminaron renunciando al capitalista flux y a la aristocrática
corbata. Empezaron a usar gorras de peloteros en todas sus apariciones
públicas, como si aspiraran a ser reconocidos por algún scout de los
Yankees de Nueva York o los Tigres de Detroit. No quedó títere sin
gorra.

Pero la moda no se quedó ahí. La vaina alcanzó al nivel del candidato
presidencial de la oposición, quien recorría el país vistiendo monos
deportivos de distintos colores y con su cachuchita el tricolor patrio
salpicado de estrellas sobre. Y la cosa picó y se extendió y nuestro
candidato aparte del disfraz del deportista, que no sé si alguna vez
lo fue, le agregó el acudir sin afeitarse, y aparentemente sin
bañarse, a sus apariciones públicas. En otras palabras, el escenario
político venezolano se convirtió en una especie de festival de
disfraces con más de un payaso, encabezando la lista de payasos el
Iluminado de Sabaneta y sus obsecuentes ministros y militares.

Hoy me sorprenden los comentarios en las redes sociales y en alguna
prensa internacional, diciendo que “el régimen”, es decir la
dictadura, “se quitó la máscara” con la sentencia condenatoria de casi
14 años contra Leopoldo López. La verdad es que el régimen nunca se ha
puesto máscara alguna. Se ha puesto variados disfraces, pero nunca
máscara alguna que ocultara su naturaleza totalitaria. El Iluminado de
Sabaneta nunca ocultó sus intenciones, o al menos cualquier observador
medianamente acucioso le pudo “ver las costuras” desde antes de las
fatídicas elecciones de 1998.

El régimen chavista nunca ha usado máscaras. Desde que a Venezuela le
cayó la maldición del Iluminado de Sabaneta, luego bautizado como el
Comediante Supremo y Eterno, el país se encuentra sometido a una
dictadura. Dictadura que ha pasado por diferentes etapas en cuanto a
sus arbitrariedades, represión y corrupción, que desde hace años se
han venido incrementando, día a día, en intensidad, violencia y
descaro.

El anuncio del Iluminado de Sabaneta en la campaña electoral de 1998,
de su intención de freír en aceite las cabezas de los adecos, es decir
la cabeza de millones de venezolanos de entonces, fue tomado a la
ligera, sin advertir la amenaza que entrañaba para todos los
venezolanos. Era un desliz de un dictador agazapado.

Así, que no es históricamente correcto decir que el régimen se “se
quitó la máscara”, porque nunca ocultó ni disimuló su talante
totalitario. La realidad ha sido que en gran medida la sociedad
venezolana y su dirigencia política, han pasado años con una venda en
los ojos o haciéndose de la vista gorda ante el hecho indiscutible de
que desde 1999 vivimos bajo unja dictadura. Es algo así como quien no
va al médico para que no le vaya a decir que tiene cáncer o cualquier
otra enfermedad temida; es como el que no quiere o se resiste oír o
leer malas noticias y entonces no lee la prensa, no oye la radio ni ve
la televisión.

He visto y oído a numerosos dirigentes democráticos negándose a
rajatablas a calificar al régimen de dictadura tales como Henrique
Capriles, Edgar Zambrano, Julio Borges, Marquina, Petkoff, Aveledo,
etc, etc, etc.

A lo mejor la sentencia a Leopoldo López sea suficiente para que todos
los venezolanos vean  la realidad y aquellos que voltean para otro
lado o se hacen de la vista gorda pongan los pies sobre la tierra. El
régimen no se quitó ninguna máscara con la malhadada sentencia a
Leopoldo. Nunca ha tenido máscara sino que no lo han querido ver a la
cara.



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