Enrique Viloria Vera
Como
bien lo precisa Mireya Vásquez en su estudio sobre el Sainete en Venezuela: “A
lo largo del siglo XIX, hubo un intento por hacer teatro popular, pero siempre
fue marginal y marginado, tanto por los temas como por los locales utilizados,
sólo el sainete popular superó este aspecto, ya que siempre buscó altas
pretensiones formales y temáticas. La década de los años 70, con la llegada de
Antonio Guzmán Blanco al poder (1870-1888) fue crucial para Venezuela. El
primer esfuerzo para asentar las bases de un teatro de carácter nacional, se
debe al autócrata civilizador quien en 1875 contrató una compañía con la
finalidad de montar obras nacionales y de formar actores nativos (…) Durante el
período gubernamental del “Autócrata civilizador”, se estrenaron más de cien
obras teatrales. Para este momento está en auge el teatro costumbrista. En esta
época se destaca Nicanor Bolet Peraza quien escribe el sainete A falta de
pan buenas son tartas (1873); también está Vicente Fortoul con su pieza Veinte
mil pesos por un abanico (1880) (…) Este teatro costumbrista se prolongó
hasta principios del siglo XX. (…) Este teatro se acercó al pueblo y así pudo
formar las bases de un teatro nacional; recogía los defectos de la sociedad de
la época y fue por medio de la comicidad como los autores pudieron mostrar los
problemas sociales y hacer crítica a los sistemas de gobierno (…) Sin embargo,
es necesario indicar que en los primeros cincuenta años del siglo XX, el teatro
presentó los cambios propios de la nueva era, surgieron innovaciones en el
lenguaje, en el tema y en la forma. Es
la época de los grandes saineteros, que habían tenido su origen en el teatro
criollo de finales del siglo XIX”.
Entre
los principales saineteros venezolanos está Rafael Guinand, quien destaca por
sus piezas: El rompimiento (1919) y Yo también soy candidato (1939),
entre muchas otras, Leoncio Martínez (Leo)
con El salto atrás (1925) y Luis Peraza (Pepe-Pito) El hombre que se fue (1938).
Andrés
Eloy Blanco, Julián Padrón y Miguel Otero Silva también se han destacado con
sus realizaciones humorísticas para el teatro, en especial, Otero Silva con su
muy polémica pieza teatral Las
Celestiales. Al decir de los investigadores del CIC – UCAB: “Una leyenda,
una joya de la literatura humorística donde al ingenio de Otero Silva se unen
los de Pedro León Zapata y Mateo Manaure. Las
Celestiales fue publicado por primera vez en 1965 de manera prácticamente
clandestina; nadie sabía quiénes eran ni de dónde habían salido los
responsables de aquella compilación de cuartetas y caricaturas donde santos,
mártires y otras figuras del Evangelio eran blanco de una sátira hilarante y
provocadora. El escándalo fue mayor y suscitó la más enérgica condena de la Iglesia , que prohibió a
los católicos la lectura de “semejante colección de blasfemias”, como
calificara el libro el cardenal Quintero. En su opinión ésta era una obra perversa,
que inducía al lector a juzgar la vida de los santos a partir de “un cúmulo de
falsedades”, cuyos autores habían tenido el descaro de hacer pasar por obra de
un sacerdote jesuita”.
De
igual manera, no podemos dejar de resaltar la significativa obra Los siete pecados capitales, producto de la iniciativa de Antonio Costante, en la que
los pecados son escritos a varias manos, a saber, "La Avaricia ", de Manuel
Trujillo, "La Gula ",
de Luis Britto García, "La
Lujuria ", de Rubén Monasterios, "La Pereza ", de Isaac
Chocrón, "La Envidia "
de Elisa Lerner, "La
Soberbia ", de José Ignacio Cabrujas y "La Ira ", de Román Chalbaud.
Más
recientemente, es menester destacar la obra El
aplauso va por dentro de Mónica Montañés, un monologo interpretado por Mimí Lazo que fue
ampliamente representada tanto en Venezuela como en el exterior, al igual que
la obra del prolífico escritor Eduardo Casanova
Chirimoya Flat dirigida por el
también dramaturgo José Tomás Angola.
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