Tuesday, September 15, 2015

El humorismo en el teatro venezolano

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Enrique Viloria Vera

 

Como bien lo precisa Mireya Vásquez en su estudio sobre el Sainete en Venezuela: “A lo largo del siglo XIX, hubo un intento por hacer teatro popular, pero siempre fue marginal y marginado, tanto por los temas como por los locales utilizados, sólo el sainete popular superó este aspecto, ya que siempre buscó altas pretensiones formales y temáticas. La década de los años 70, con la llegada de Antonio Guzmán Blanco al poder (1870-1888) fue crucial para Venezuela. El primer esfuerzo para asentar las bases de un teatro de carácter nacional, se debe al autócrata civilizador quien en 1875 contrató una compañía con la finalidad de montar obras nacionales y de formar actores nativos (…) Durante el período gubernamental del “Autócrata civilizador”, se estrenaron más de cien obras teatrales. Para este momento está en auge el teatro costumbrista. En esta época se destaca Nicanor Bolet Peraza quien escribe el sainete A falta de pan buenas son tartas (1873); también está Vicente Fortoul con su pieza Veinte mil pesos por un abanico (1880) (…) Este teatro costumbrista se prolongó hasta principios del siglo XX. (…) Este teatro se acercó al pueblo y así pudo formar las bases de un teatro nacional; recogía los defectos de la sociedad de la época y fue por medio de la comicidad como los autores pudieron mostrar los problemas sociales y hacer crítica a los sistemas de gobierno (…) Sin embargo, es necesario indicar que en los primeros cincuenta años del siglo XX, el teatro presentó los cambios propios de la nueva era, surgieron innovaciones en el lenguaje, en el tema y en la forma.  Es la época de los grandes saineteros, que habían tenido su origen en el teatro criollo de finales del siglo XIX”.

 

Entre los principales saineteros venezolanos está Rafael Guinand, quien destaca por sus piezas: El rompimiento (1919) y Yo también soy candidato (1939), entre muchas otras,  Leoncio Martínez (Leo) con El salto atrás (1925) y Luis Peraza (Pepe-Pito)  El hombre que se fue (1938).

 

Andrés Eloy Blanco, Julián Padrón y Miguel Otero Silva también se han destacado con sus realizaciones humorísticas para el teatro, en especial, Otero Silva con su muy polémica pieza teatral Las Celestiales. Al decir de los investigadores del CIC – UCAB: “Una leyenda, una joya de la literatura humorística donde al ingenio de Otero Silva se unen los de Pedro León Zapata y Mateo Manaure. Las Celestiales fue publicado por primera vez en 1965 de manera prácticamente clandestina; nadie sabía quiénes eran ni de dónde habían salido los responsables de aquella compilación de cuartetas y caricaturas donde santos, mártires y otras figuras del Evangelio eran blanco de una sátira hilarante y provocadora. El escándalo fue mayor y suscitó la más enérgica condena de la Iglesia, que prohibió a los católicos la lectura de “semejante colección de blasfemias”, como calificara el libro el cardenal Quintero. En su opinión ésta era una obra perversa, que inducía al lector a juzgar la vida de los santos a partir de “un cúmulo de falsedades”, cuyos autores habían tenido el descaro de hacer pasar por obra de un sacerdote jesuita”.

 

De igual manera, no podemos dejar de resaltar la significativa obra Los siete pecados capitales, producto de la iniciativa de Antonio Costante, en la que los pecados son escritos a varias manos, a saber, "La Avaricia", de Manuel Trujillo, "La Gula", de Luis Britto García, "La Lujuria", de Rubén Monasterios, "La Pereza", de Isaac Chocrón, "La Envidia" de Elisa Lerner, "La Soberbia", de José Ignacio Cabrujas y "La Ira", de Román Chalbaud.

 

Más recientemente, es menester destacar la obra El aplauso va por dentro de Mónica Montañés, un monologo  interpretado por Mimí Lazo que fue ampliamente representada tanto en Venezuela como en el exterior, al igual que la obra del prolífico escritor Eduardo Casanova  Chirimoya Flat dirigida por el también dramaturgo José Tomás Angola. 

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