Fermín Lares
El pueblo está bravo, como dijo el ex copeyano Eduardo Fernández en un discurso en el viejo Congreso en una conmemoración del 5 de Julio.
Pero está bravo no solo el pueblo venezolano. El pueblo está bravo en el mundo, en varios lugares, y en otros está desesperado. El mundo entero está convulsionado por la cantidad de cosas que están pasando. La crisis de refugiados en Europa, la matanza de inocentes en Siria y en Irak por parte de Al-Assad y el Estado Islámico, el terrorismo talibán y somalí, el conflicto ucraniano. Guerras sin fin, crisis económicas, falta de balances y equilibrios.
Esta semana empezó noticiosamente con el triunfo el sábado del socialista Jeremy Corbyn como líder del Partido Laborista en la Gran Bretaña, un hombre que pregona la renacionalización de los servicios públicos en su país, del transporte por ferrocarriles, quiere abolir el pago de la matrícula universitaria y restaurar las becas estudiantiles (¿es tanto pedir?), aunado al desarme nuclear británico y al aumento en los gastos sociales desde el sector público, estos últimos restringidos por el gobierno del conservador David Cameron.
Corbyn ha sido considerado desde hace tiempo en el Reino Unido como de un ala extrema de la izquierda del Partido Laborista, un dirigente ligado desde sus inicios a los sindicatos, que clama por acabar con las inequidades del capitalismo, y con banderas similares a las que han enarbolado los partidos Syriza, en Grecia, y Podemos en España.
El triunfo de Corbyn ha dado pie a comentarios en la prensa internacional sobre que hay un momento antiestablecimiento (anti-establishment) en el mundo, en el que los partidos de izquierda son tan vulnerables como los de derecha a ser tomados por las corrientes populistas.
Tómese en cuenta que, especialmente para la sociedad norteamericana, un partido como el Laborista británico es considerado de izquierda, parecido al Demócrata de los Kennedy o al de Obama, que es visto como liberal con tendencia izquierdosa. Hasta no hace mucho, lo de izquierda del Partido Laborista se ubicaba más en sus orígenes, intensamente socialdemócratas. Después del ultraconservador mandato de la Thatcher, que gobernó desde 1979 a 1990, Tony Blair conquistó el poder nuevamente para los laboristas en 1997, virando a su partido fuertemente hacia el centro, proponiendo un Nuevo Laborismo que lo acercaba más al individualismo capitalista.
La alegada vulnerabilidad de partidos de izquierda y de derecha frente a los embates del llamado populismo relaciona el triunfo de Corbyn, en el Reino Unido, con los avances de Bernie Sanders como precandidato demócrata en Estados Unidos, y a la vez con la delantera que lleva Donald Trump en la competencia por la nominación presidencial republicana.
Hace tres meses, nadie pensaba que Corbyn, quien no tiene dos días en política, iba a ganarse el liderazgo de su partido, que lo coloca como primer candidato a competir contra los conservadores en las elecciones generales de 2020. Blair llegó a decir que un triunfo de Corbyn representaría la aniquilación del partido, y 60% de los votantes, no obstante, sufragó por él.
Lo mismo ha ocurrido con Sanders, quien hoy está por delante de Hillary Clinton en las encuestas entre los demócratas de Iowa y Nueva Hampshire, y le está latiendo en la cueva en Carolina del Sur, en los tres estados donde habrá las primeras elecciones para escoger el abanderado presidencial. Lo distinto en este caso es que la Clinton, quien todavía está por encima de los precandidatos de todos los partidos en las encuestas nacionales, no embiste frontalmente contra Sanders, sino que trata de acercarse a sus planteamientos. Sanders defiende con fervor a las clases media y trabajadora mientras ataca a los milmillonarios y a Wall Street. “Ya basta –dice–. Que sepan que no pueden seguir haciendo lo que quieran”.
Trump, por su parte, se ha ido posicionando de tal manera en el electorado republicano que en la encuesta revelada este lunes por la cadena de TV, ABC y el diario The Washington Post, el magnate inmobiliario y personaje de la televisión tiene 33% de las preferencias republicanas, seguido por el neurocirujano de raza negra Ben Carson, con 20% y luego por Jeb Bush, que solo logra 8%.
Trump y Carson, con estilos de campaña completamente opuestos, el empresario sin desperdiciar epítetos contra los latinos, las mujeres y sus contrincantes políticos, y el médico con un hablar pausado, reflexivo y voz baja, se han venido afianzado en la punta contra los políticos de profesión. El análisis predominante para explicar los avances de Trump y Carson, del lado republicano, y de Sanders, del lado demócrata, es que ello responde al descontento nacional hacia los políticos, que no se ponen de acuerdo para solucionar los problemas esenciales del país, entre ellos una creciente brecha entre el 1% muy rico y el resto del país, con salarios que no alcanzan a veces ni con tres empleos.
El pueblo está bravo en Estados Unidos, está bravo en el Reino Unido, lo está en España y en Grecia. El pueblo está bravo en lugares donde impera la democracia, pero donde también han perdido terreno la clase media y los trabajadores. El descontento social y la falta de atención a quienes menos tienen siempre traen consecuencias.
Trump y Sanders son dos caras de una misma moneda. Sanders promete con pasión abogar por los intereses de los trabajadores contra los superricos, pero sus seguidores son hasta ahora mayoritariamente blancos educados, sifrinos e intelectuales. No ha conquistado todavía a los latinos, afro-americanos y mujeres, que en el lado demócrata están con Clinton. Trump, por su parte, tiene un discurso racistoide, machista y regresista, en el sentido de querer traer a la sociedad norteamericana a lo que fue quizás en los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, más blanca y más próspera, que se daba el lujo de tener fuertes sindicatos porque había mucho que repartir con menos competencia internacional. Su discurso atrae a los blancos menos educados, a los que se sienten desplazados por la inmigración, a quienes creen que el gobierno debería promover valores tradicionales en la sociedad.
“Es difícil resistirse a los paralelos estilísticos con el difunto hombre fuerte de Venezuela, Hugo Chávez”, comentaba recientemente sobre Donald Trump, Michael Shifter, presidente de Diálogo Interamericano, un prestigioso centro de análisis de asuntos latinoamericanos de Washington. “Su discurso consciente, su instinto al tratar los temas candentes, la megalomanía y las burlas y bromas hacia los rivales políticos (es difícil pensar en algo comparable en los últimos años en Estados Unidos) evoca los discursos a menudo incoherentes de Chávez, que fueron efectivos para movilizar su base contra las élites ‘escuálidas’ que él decía eran responsables de los problemas de Venezuela”.
El pueblo venezolano se puso bravo y trajo a Chávez. La consecuencia es que ahora ese mismo pueblo está bravo y desesperado. No tanto como los refugiados sirios, afganos, iraquíes y somalíes, que llegan por miles diariamente al continente europeo con lo que llevan puesto, por las tragedias que ocurren en sus países de origen. Los venezolanos que se han ido con el chavismo son educados, emprendedores, jóvenes que no encuentran futuro en su país, que ven sus oportunidades truncadas. Es otra cosa.
Pero el pueblo venezolano también está bravo y por eso va a votar contra el chavismo el 6 de diciembre, en las parlamentarias. Ojalá el desespero por la escasez de productos de primera necesidad, de medicinas, de servicios públicos, de atención médica, por la alta criminalidad y la impunidad, por el mal gobierno y la pésima administración de los dineros públicos pueda ser canalizado constructivamente a partir del año próximo para recuperar el país perdido.
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