Wednesday, January 25, 2017

Mentiroso

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Adolfo Thaylardat

A todos los calificativos que caracterizan al doblemente ilegítimo hay que agregar el del título de este artículo, con todos sus sinónimos y afines (falsario, hipócrita, embustero, tramposo, perjuro…, y pare de contar). El 4 de enero de 2015, hace dos años, afirmó que pondría en libertad a Leopoldo López si liberaban al líder puertorriqueño Oscar López Rivera, quien está encarcelado por pedir la independencia del Estado libre asociado de Puerto Rico. Leopoldo está encarcelado por pedir democracia y respeto a los derechos humanos.
En aquella oportunidad el doblemente ilegítimo dijo: “La única forma de que yo usara las facultades presidenciales que tengo es para montarlo en un avión que vaya a Estados Unidos, lo deje allá y me entreguen a Oscar López Rivera, pelo a pelo, hombre a hombre, es la única forma, entreguen a Oscar López Rivera, es la única forma en que pasaría por mi mente la utilización de las facultades presidenciales para soltar al monstruo de Ramo Verde”.
Aquel anuncio, a pesar del tono grosero y de la condición que puso, inevitablemente generó expectativas e ilusiones, no solamente en su esposa, sus hijos y familiares, sino también en sus amigos, entre quienes me honra figurar, a pesar de que ya Leopoldo había dicho que no se irá de Venezuela bajo ninguna circunstancia.
Después de haber permanecido 35 años preso, el pasado martes 17 de enero el presidente Barack Obama conmutó la sentencia impuesta a López Rivera. La decisión se hará efectiva dentro de 4 meses, el 17 de mayo próximo. Apenas se conoció esa noticia se le exigió al doblemente ilegítimo que cumpliera su palabra, que liberara a Leopoldo de la prisión en que se encuentra recluido y aislado como resultado de acusaciones e imputaciones falsas e infames. La respuesta ha sido igualmente infame. Dijo que aquella promesa había sido “jocosa” o lo que es lo mismo, fue dicha en juego, fue un chiste, una chocarrería.
Dijo además que, para poder ser puesto en libertad, Leopoldo “debe someterse a la decisión de la comisión de la verdad y del Poder Judicial”. ¿Cuál comisión de la verdad? ¿Dónde está esa comisión? ¿Quiénes la integran? Si existe debe estar compuesta de títeres incondicionales. ¿Cuál Poder Judicial? ¿El mismo cuya instancia superior ha quedado desprestigiada por servir de instrumento servil del doblemente ilegítimo? ¿El mismo Poder Judicial que durante el juicio que condujo a Leopoldo a la cárcel violó todas las normas del procedimiento, desestimó las pruebas de inocencia que presentaron sus abogados defensores y dictó sentencia al gusto del doblemente ilegítimo?
Cuando una periodista extranjera le recordó que él había ofrecido poner en libertad a Leopoldo cuando liberaran a López Rivera respondió: “Todavía el señor López no ha tenido la altura de pedir el perdón por lo que hizo a las víctimas, viudas y viudos que dejaron las guarimbas”. Quien en ningún momento ha tenido altura y dignidad es él.
La palabra empeñada es sagrada y debe ser honrada en cualquier circunstancia. Más si es un gobernante quien se ha comprometido. Aquella promesa, transmitida por televisión, lo obligó ante los venezolanos, ante sus pares gobernantes de otros países y ante la comunidad internacional que desde todos los rincones del globo aboga por la libertad de Leopoldo. Cuando se empeña la palabra, esta se convierte en ley. Pero si no respeta la Constitución ni las leyes escritas, a nadie sorprende que para zafarse de su promesa le reste valor diciendo que estaba bufoneando. Lo cual es, evidentemente, un signo de inmadurez mental y política.
Según el doblemente ilegítimo Leopoldo López debe pedir perdón “por lo que hizo a las víctimas viudas viudos”. ¿Y dónde están los verdaderos autores de los desmanes y crímenes que le atribuyen a López? Son ellos los que deben pedir perdón a las víctimas de aquel día y al propio Leopoldo López.
Una vez más ha quedado evidenciada la calaña de ese elemento que en mala hora ocupa o, mejor, usurpa, el sillón presidencial. Es una razón más para defenestrarlo por la vía más expedita que no es otra que la presión unificada, sostenida y tenaz de la voluntad popular.

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