De donde menos se espera salta la liebre, especialmente en una pradera caracterizada por un silencio mezclado con resignación que no quiere encender los motores para mostrar sus balbuceos. Pero la pradera, cada vez más yerma y agotada, hace que sus criaturas comiencen a levantar el vuelo. No hay que arrojarle gasolina, ni convocar las iras de los pájaros a través del micrófono, sino solamente ponerse a ver cómo su estrechez provoca conductas de repulsa que estaban depositadas en el subsuelo.
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