Estados Unidos y Cuba comenzaron a negociar formalmente en junio de 2013. No es casualidad: tres meses antes había fallecido Chávez y dos meses antes Capriles estuvo a un paso de ganarle a Maduro. Cuba sacó sus cuentas. La derrota embrionaria que sufrió el chavismo en abril más la muerte del caudillo la obligaban a armar un Plan B. Y para remate, luego se desploma el mercado petrolero.
Por Gloria M. Bastidas.-
Y era lo que decían los números sin margen de dudas: Henrique Capriles, a pesar de un ventajismo oficial obsceno, sin recursos económicos, sin la petrochequera, vetado en los medios, boicoteada su campaña, obtuvo 7 millones 363 mil 980 votos contra los 7 millones 587 mil 579 votos que logró un Maduro al que Chávez, casi en estado de rigor mortis, le levantó la mano. Pese a que Chávez ungió a su delfín, la diferencia fue de un pírrico 1,49 por ciento. Es lo que se llama un empate técnico. Un final de fotografía. Y Raúl Castro, que si de algo sabe es de escenarios políticos, debe haber interpretado el match como una derrota embrionaria para el chavismo. La cuenta que sacó Cuba es que el chavismo estaba condenado a muerte, más allá de que pudiera apelar a maniobras electorales y a la represión para intentar preservar el poder. “Esto no pinta bien”, debe hacer sido la inferencia que sacaron Raúl Castro y su Estado Mayor. Y recurrieron a su Plan B, que ahora pareciera ser el Plan A. Jugaron en dos tableros a la vez. En el de su flirteo con Estados Unidos y en el de una Venezuela cuyo gobierno llevaba plomo en el ala.
Y que conste: cuando los cubanos hicieron sus cálculos políticos todavía no se había producido el descalabro del mercado petrolero. Estamos hablando de 2013, cuando el barril pasaba de los cien dólares. Hablamos de una Venezuela aparentemente boyante. Pero es que los cubanos, que sí conocen las cifras que el BCV no publica, que saben a cuánto asciende nuestro endeudamiento (era de poco más de treinta mil millones de dólares cuando Chávez se montó en el poder y ahora pasaría de 200 mil millones de dólares), que conocen el verdadero estado de salud de las finanzas venezolanas, que saben que el aparato productivo está postrado, que manejan información de inteligencia sobre el descontento social, pensaron lo elemental: un maná petrolero administrado por unos herederos tan manirrotos como el padre no es garantía de nada. El maná termina convertido en un barril sin fondo. En un despeñadero.
Y, como para satisfacer el ego de Raúl Castro, como para ratificarle que su olfato es mejor que el de Jean Baptiste Grenouille, el protagonista de la novela El perfume, ocurre luego la debacle de los precios del crudo. Entonces eso se convirtió en un acelerador para el Plan B, que termina siendo el Plan A. Un Obama y un Castro en plan de reconciliación. Un David y un Goliat moviéndose en el terreno de la diplomacia. Y no sólo es la debacle petrolera lo que cuenta, hecho que, sin duda, es un factor de muchísimo peso. Es que al mismo tiempo que cae el barril de petróleo, cae también la popularidad de Maduro. Eso lo dicen todas las encuestas. Y los cubanos lo saben. Así que, dicho en una sola línea, el restablecimiento de las relaciones políticas y comerciales entre Cuba y los Estados Unidos ha de interpretarse como que los cubanos no tienen muy buenos augurios sobre el destino del chavismo, cuya subvención a la isla alcanzaba los cien mil barriles diarios de petróleo, pero que ahora, con la crisis que arropa a Venezuela, está en entredicho.
Ya se sabe por qué Cuba decide capitular ante Estados Unidos: por una razón utilitaria. Y ya se sabe por qué negocia actualmente (y desde abril pasado) con la Unión Europea: también por razones utilitarias. Cuba quiere insertarse en la economía global porque el parasitismo no da dividendos. A lo mejor Raúl Castro desea pasar a la historia como el gran reformador, casi como el Gorbachov del Caribe. Ya se sabe, también, por qué le ha puesto los cuernos al chavismo: porque olfatea un destino fatal para los herederos de Chávez y porque, para remate, el mercado petrolero ha entrado en crisis. La pregunta ahora es: ¿Y cómo incidirá este nuevo ajedrez político que ahora juega Cuba en la Venezuela actual y en la del futuro próximo? ¿Qué impacto tendrá eso en el chavismo? ¿Qué hará ahora el Gobierno visto que su propio mentor, Cuba, le ha despojado de su principal bandera política: los Estados Unidos como el enemigo externo, David contra Goliat? ¿Será que ahora Venezuela pasará a ser la nueva Cuba de América Latina, un quijote que lucha contra los molinos de viento gringos? ¿Un quijote utilizado por Cuba, que jugaría en dos tableros? ¿O será que la bandera que se izará ahora será solamente la del enemigo interno, la de la ultraderecha apátrida y terrorista? Lo clave es qué pasará ahora que a Venezuela le han quitado su piso ideológico.
Hay más preguntas que respuestas. Lo que está claro es que ya Cuba no puede constituir un paradigma para los chavistas porque Cuba está a punto de ingresar al Consenso de Washington. Y esto cambia radicalmente las cosas. ¿No suena como extemporáneo ahora hablar desde el chavismo de expropiaciones y de estado comunal y de bloqueo financiero internacional cuando Raúl Castro se ha convertido en partnerde Barack Obama y está a punto de serlo de la Unión Europea? Si antes del armisticio ya el discurso del chavismo lucía desfasado, autárquico, anclado en el pleistoceno, fuera de foco (dada la imponente presencia de la globalización), ¿qué quedará ahora que Cuba se ha abierto al imperio y ha puesto sus ojos en Europa?
Definitivamente, el olfato de Raúl Castro es como el de Jean Baptiste Grenouille. Que Cuba haya capitulado ante el imperio (atención: ya había aprobado una Ley de Inversión Extranjera muy importante este año) implica una sentencia de muerte para el chavismo. Lo que ocurre es que a veces las sentencias tardan en ejecutarse.
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