EN: http://konzapata.com/2015/09/el-chavismo-lleva-la-derrota-pintada-en-la-frente/
Por Gloria M. Bastidas @gloriabastidas.
Cuando Chávez anunció en aquella cadena nacional trasmitida desde La
Habana el 30 de junio de 2011 que le había sido diagnosticado un cáncer, hizo una semblanza de su vida política. El
hiperlíder aparecía con muchos kilos menos y su voz carecía del tono atronador de siempre. Era una voz que
exhalaba tristeza. Aun así, mantenía el aplomo. Chávez era más histrión que otra cosa. Más histrión que militar. Más
histrión que jefe de Estado. Parecía un producto manufacturado en el Actors Studio. Lo sabemos: tenía un gran
dominio de escena. Incluso en los momentos más perturbadores.
Ese día, comenzó por citar una frase de su deidad particular, Simón Bolívar: “Yo espero mucho del tiempo” y luego
empató con otra del Eclesiastés: “El tiempo y sus designios”. El Chávez que veíamos en la pantalla era un Chávez
filosófico. Un Chávez colocado en plan reflexivo. Un Chávez a lo Nietzsche. Un Chávez que enfrentaba una sentencia
de muerte (después lo supimos) y que veía hacia atrás para presentarnos, en un arrebato de sinceridad propio del
trance que vivía, su memoria y cuenta existencial.
Como era un animal político por excelencia, no puso el acento en su vida personal. Eso quedaba reservado para su
intimidad, aunque mencionó a sus hijos y a su madre tangencialmente en su discurso. Chávez puso el acento en su
paso por la historia. Su paso por la historia como un predestinado. Y entonces soltó una confesión que sonó muy
auténtica: enumeró, con gran carga lírica, sus dos grandes ocasos. Esos dos momentos estelares en que el sol se
evaporó y todo lo vio negro. Los dos momentos en que verdaderamente naufragó. Fue demasiado preciso. Dos nada
más.
Chávez leyó esa noche. Que Chávez leyera su mensaje no era algo usual. Recordemos lo obvio: estaba dotado de
gran destreza oratoria y era muy dado a la improvisación. Pero la solemnidad del momento lo ameritaba. Nada de
incontinencias verbales. Nada de espontaneidad. Chávez calculó milimétricamente lo que diría veinte días después de
que el canciller Nicolás Maduro informara que el Presidente había sido operado de un acceso pélvico y el país, en
consecuencia, estuviera en vilo.
Todo fue muy bien meditado. Chávez sabía que estaba frente a un ajuste de cuentas ante la historia. Y, sobre todo,
ante sí mismo. Por eso soltó ese balance de sus dos ocasos. Por eso hizo gala de esa síntesis, él, tan amante de los
incisos y de los megadiscursos.
Esta vez no fue así. Solo habló quince minutos. Qué contundencia: después de soltar que le habían detectado células
cancerígenas en un tumor abscesado, pasó al balance a lo Nietzsche. Se hizo un autoexamen. Habló de esos dos
momentos que lo hicieron sentir como un perdedor. Cuando el mundo se le vino encima. Un meteorito que acababa
con todo.
Esto fue lo que dijo Chávez esa noche del 30 de junio: ““Estoy obligado a hablarles desde lo más hondo de mí mismo.
En este instante, recuerdo el 4 de febrero de aquel estruendoso año de 1992. Aquel día no tuve más remedio que
hablarle a Venezuela desde mi ocaso, desde un camino que yo sentía que me arrastraba hacia un abismo insondable.
Como de una oscura caverna de mi alma brotó el por ahora y luego… me hundí”.
“También llegan a mi memoria ahora mismo —agregó— aquellas aciagas horas del 11 de abril del 2002. Entonces le
envié a mi amado pueblo aquel mensaje escrito desde la base naval de Turiamo donde estaba prisionero. Presidente
derrocado y prisionero. Fue como un canto de dolor lanzado desde el fondo de otro abismo que sentía que me
tragaba en su garganta y me hundía y me hundía”.
El 4F y el 11A fueron un apocalipsis. Y aunque uno supone que el tercer ocaso debió ser el anuncio de la
enfermedad, Chávez, que desde luego hacía su balance desde lo removido que estaba tras el parte médico que había
recibido, no lo contabilizó como tal. Todavía tenía esperanzas. Era muy temprano para perderlas. Un Mesías no se
rinde tan fácilmente ante unas células insurrectas.
Con mucha habilidad (para disipar cualquier duda en cuanto a la posibilidad de que tuviera que abandonar el cargo o
de que perdiera el control del país), señaló: “Ahora, en este nuevo momento de dificultades, y sobre todo desde que
el mismo Fidel Castro en persona —el mismo del Cuartel Moncada, el mismo del Granma, el mismo de la Sierra
Maestra, el gigante de siempre— vino a anunciarme la dura noticia del hallazgo cancerígeno, comencé a pedirle a mi
Señor Jesús; al Dios de mis padres, diría Simón Bolívar; al manto de la Virgen, diría mi madre Elena; a los espíritus
de la sabana, diría Florentino Coronado, para que me concedieran la posibilidad de hablarles, no desde otro sendero
abismal, no desde una oscura caverna o noche sin estrellas. Ahora quería hablarles por este camino empinado por
donde siento que voy saliendo ya de otro abismo. Ahora quería hablarles con el sol del amanecer que siento que me
ilumina. Creo que lo hemos logrado. Gracias, Dios mío”.
El sol se ocultó definitivamente para Chávez el 05 de marzo de 2013. Pero, si Chávez viviera hoy y le tocara hacerse
otro autoexamen a lo Nietzsche, tendría que incluir el ocaso del 6D. Ese será otro gran hito. El tercero, si
descontamos la enfermedad y muerte.
Por eso he querido hacer la introducción que he hecho: porque el momento político que vivimos (el chavismo va
perdiendo hasta en los estados llaneros, que eran un bastión rojo) es tan dramático para el proyecto revolucionario
como dramáticos fueron el 4 de febrero de 1992 y el 11 de abril de 2002 para Hugo Chávez.
Si la cadena de Chávez se produjera post 6D, la cuenta de los ocasos aumentaría a tres. Eso fue lo que se me ocurrió
cuando, en un ejercicio de holgazanería digital, me puse a ver videos viejos de Chávez y quedé atrapada por el del 30
de junio de 2011. Y no por el morbo de la enfermedad, sino por la sinceridad con la que el líder hablaba de sus dos
peores momentos. La imagen que se me vino encima fue la de un boxeador que ha caído fulminado en el ring. Un
boxeador que llora su desgracia.
Chávez —hay que reconocerlo— logró resucitar después de las “muertes” del 4F y del 11A. De la del 4 de febrero,
porque luego, guiado por el zorro Luis Miquilena, optó por la vía electoral en un país habituado a los certámenes en
las urnas. Y de la del 11 de abril, por los graves errores cometidos por sus adversarios. Chávez hizo como el ave
fénix. Logró resurgir de las cenizas.
Y no sólo el 4F y el 11A. También en otros momentos, que no entraron en la contabilidad que hizo desde La Habana,
pero que constituyeron circunstancias muy difíciles para él, como, por ejemplo, el bajón que tuvo en las encuestas en
vísperas del revocatorio. Él mismo confesó después que si no se hubiese puesto a trabajar lo habría perdido.
Chávez logró remontar la cuesta con dos armas Una: corriendo la fecha del referéndum para agosto de 2014 de
manera de ganar tiempo y reposicionarse en los sondeos. Y dos: creando esa herramienta magistral del populismo
llamadas las misiones. “No es magia: es política”, dijo al referirse a su hazaña electoral. Chávez apeló a la política
para superar las adversidades. Con ventajismo, cierto; con uso de recursos del Estado, cierto; violando la Ley, cierto,
pero la columna vertebral de su estrategia fue política.
Eso no lo hacen sus herederos. Sus herederos, a falta de la destreza estratégica de su líder y de su carisma, recurren
al arma nada simpática de la represión para mantenerse en el poder. Eso marca una diferencia brutal.
Por supuesto: los herederos han tenido que sortear la crisis económica y social más delicada de nuestra historia, que
es producto del “legado”. Chávez no vivió lo suficiente como para tomarse ese trago amargo. Una inflación galopante.
Una amenaza de default. Una tasa de homicidios que rompe record mundial. Una escasez propia de una guerra. Una
guerra de verdad y no la que Maduro inventa.
Frente a este oscuro panorama —un panorama de caverna, un panorama sin estrellas, para usar las metáforas de
Chávez—, el ungido Maduro no hace política sino que apela a la represión. Y con represión y militarización no se
ganan votos.
Por eso es que a ellos, al ungido y a sus correligionarios del PSUV, a la nomenclatura chavista, les costará un mundo
voltear los números esta vez. La brecha entre lo que capta el chavismo y lo que capta la oposición de la torta
electoral oscila entre 20 y 30 puntos a favor de la segunda. Sideral. La petrochequera está en rojo. Las cuentas
fiscales son una alarma que suena y suena las 24 horas.
Pueden darle una patada a la mesa, sí. Pueden hacer maniobras para sabotear la consulta electoral, sí. Pueden
inventardakazos y efectos especiales a lo Spielberg, sí. Pueden recurrir a la coacción, sí. Pero no lograran eso que
Chávez dice que no es magia sino política. En las urnas electorales no se cuentan cañones sino votos. El proyecto que
Chávez comenzó a urdir desde que estaba en el Ejército va a ser aplastado en las parlamentarias. El chavismo lleva
la derrota pintada en la frente. Chávez se ahorró ese otro trago amargo, el de inventariar el tercer ocaso. El que se
producirá el 6D
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