KARL
KRISPIN
Un año
antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial el escritor venezolano Julio
Garmendia describía las estaciones de trenes de Francia repletas de refugiados
llegando de Alemania. Después de descargar a quienes huían del horror
totalitario, los trenes volvían vacíos y en uno de ellos partió hacia aquel
país ensombrecido el autor de La tienda de muñecos. Alemania, que
sí fue una potencia desde su unificación, terminó en la ruina moral, económica
y social que le procuró el nazismo, y sus ciudadanos en los difíciles años de
la posguerra trabajaron de voluntarios para reconstruir piedra a piedra los
cimientos para su nueva edificación. El tiempo que vino después se conoció como
el “milagro alemán” que no se ha detenido. Alemania perdió la guerra y ganó la
paz y hoy en día no solo es el dinamo económico de Europa sino la correctísima
nación que ha sembrado la democracia y los derechos humanos en su conciencia
colectiva. Ahora los trenes corren en su dirección. Por supuesto no todo
es un cuento de los hermanos Grimm. Producto de las lacras del socialismo,
grupos minoritarios de la antigua Alemania comunista, cultivan la violencia y
el odio a los extranjeros.
No es esta crisis puntual en la
que Angela Merkel ha dicho que su país puede absorber hasta medio millón de
desplazados, donde se ha demostrado el talante hospitalario de los alemanes
sino los años de la República Federal en que ha recibido a los perseguidos del
mundo para que recuperaran sus vidas. Hoy esta anomalía de desterrados, fruto
de las torpezas –especialmente americanas– en Oriente Medio, ha traído de
vuelta el desprecio y el racismo. El video que le dio la vuelta al mundo
de una periodista húngara pateando y zancadilleando a un emigrante con su hijo
es la expresión vil de quienes han debido leer mejor en el inventario del
pasado el desconsuelo de la persecución. Los asilados no abandonan sus hogares
porque quieran conocer las elegantes tiendas de la Maximilianstrasse de Múnich
o los escaparates de la avenue Montaigne de París. La historia de sus
entornos ha vuelto trizas sus vidas y los ha obligado a desarraigarse de sus
lugares de origen. ¿Creen ustedes que ese padre humillado por la reportera
centroeuropea quería someterse a ese escarnio?
No basta con acogerlos sino
formular una paz duradera para el Medio Oriente. Pueblos como Estados Unidos o
Venezuela han sido ininterrumpidamente receptores de migrantes. Y con ello no
hemos perdido los rasgos distintivos de nuestra cultura sino la hemos
enriquecido. En lo personal le doy la bienvenida a los 20.000 sirios que
vendrán como refugiados a nuestro país y celebro que existan pueblos como el
alemán confirmando la idea europea, la de la civilización.
@kkrispin
Vía El Nacional
No comments:
Post a Comment