Monday, November 2, 2015

Plan antigolpe y guerra desesperada

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Nadie puede pasarlo por alto. Basta pasear la mirada por el tumultuoso escenario nacional para percibir la decadencia de Venezuela, otrora espejo de libertad y progreso donde aspiraban a mirarse nuestros hermanos latinoamericanos, hoy en día transformada en un páramo físico y espiritual del que millones y millones de venezolanos desearían escapar cuanto antes. De ahí que una honda sensación de desasosiego se enquiste en el fondo del alma nacional y nos obligue a glosar la terrible frase que le sirvió a Mario Vargas Llosa de punto de partida a Conversación en La Catedral, quizá su mejor novela y sin duda la más dolorosamente comprometida con su país: ¿Cuándo se jodió Venezuela?
Podemos ensayar múltiples respuestas para satisfacer esta inquietud, pero lo único que de veras salta a la vista es el penoso efecto ocasionado por una supuesta revolución que hace 16 años se comprometió a rescatar a los millones de compatriotas que vivían en la exclusión y la pobreza, promesa que no se ha cumplido en absoluto sino todo lo contrario, a pesar de la inmensa riqueza generada por más de una década de boom petrolero.
Tras esos penosos años de retrocesos y sinrazones, lo único que ahora le ofrece el régimen al país son los discursos de Nicolás Maduro. Peroratas diarias, transmitidas en agotadoras cadenas de radio y televisión, desprovistas de contenido real, deshilvanadas y tremendamente aburridas, como último e infructuoso recurso presidencial para intentar eludir el peligro que le aguarda en la sombría encrucijada del 6 de diciembre. Rotundo fracaso del régimen a la hora de al menos suavizar el impacto devastador de las colas interminables en mercados y farmacias, la hiperinflación galopante, la resurrección de epidemias casi prehistóricas, como la malaria, y el dominio de un hampa que actúa despiadadamente y con impunidad a todo lo largo y ancho del país.
Estos discursos desesperados de Maduro, en realidad, sólo han logrado afligir aún más a los venezolanos, abrumados por la magnitud de la crisis y de pronto por la desconcertante amenaza que lanza Maduro a los cuatro vientos desde que todas las encuestas le repiten la verdad ineludible de que ya perdió las elecciones de diciembre. Incluso en el bastión chavista del 23 de Enero. Según su visión personal, porque la oposición se ha puesto a conspirar de nuevo con el imperio y con Álvaro Uribe, sus enemigos de siempre, para desarticular la economía nacional y generar un malestar social que le abra las puertas de Venezuela a la contrarrevolución, cuya criminal finalidad es arrebatarle al pueblo los logros luminosos de su revolución.
En el marco de su proyecto golpista, la oposición, por definición enemiga del pueblo, se dispone a desvirtuar la naturaleza democrática de las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre. Nada más natural, pues, que para defender al pueblo, Maduro haya decretado estados de excepción en buena parte del país, la creación de 99 distritos militares para articular la defensa cívico-militar de la revolución y la construcción de mil nuevas celdas donde encerrar a quienes pongan la torta antes, durante y después del 6 de diciembre.
Lo cierto es que Maduro ha sido cada día más explícito. El pueblo, ha sostenido una y mil veces, no se dejará arrebatar su revolución y ganará las elecciones “como sea.” Y el pasado jueves, para que sepamos que su advertencia no es una bravuconada más sino el anuncio de un plan perfectamente organizado, informó que en el supuesto negado de que la oposición gane esas elecciones, “Venezuela entraría en una de las más turbias etapas de su vida política”. O sea, que si el 6-D la oposición comete el error de obtener el favor soberano de los electores en las urnas, “la revolución pasaría a una nueva etapa”. De lo cual se desprende una conclusión sencilla y terrible: o el régimen gana estas elecciones “como sea”, o convierte a Venezuela en un auténtico campo de batalla. Eso, y al parecer nada más que eso, es lo que hay. ¿O no?

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