En Venezuela estamos familiarizados con la enfermedad holandesa. Se llama así a los efectos causados por un incremento en los ingresos externos de una economía que sobrevalúa la moneda nacional y altera la asignación de recursos entre los sectores productivos, favoreciendo a los que hacen bienes no transables[1] (que no son importables ni exportables) por encima de los productores de bienes transables –que son comercializables tras fronteras—. Ante la mayor demanda resultante, los bienes no transables suben de precio, pues su oferta en el corto plazo es inelástica ya que no se puede aumentar inmediatamente la cantidad producida. Ello hace más rentable su elaboración. Pero los bienes transables no pueden aumentar de precio por la competencia de los bienes importados. En su producción inciden, además, muchos bienes no transables –construcción, servicios, mano de obra– que ahora son más caros. Su estructura de costos se infla, por tanto, perjudicando su competitividad y rentabilidad. Ello incentiva la reasignación de recursos hacia sectores productores de bienes no transables, que ahora son más lucrativos. El país pierde el efecto dinamizador de la industria y la agricultura.
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