Nadie debe ser divinizado…
Albert Einstein
“No permitáis que la ambición se burle del esfuerzo útil de
ellos / De sus sencillas alegrías y oscuro destino; / Ni que la grandeza
escuche, cono desdeñosa sonrisa / los cortos y sencillos hechos de los
pobres. / El alarde de la heráldica, la pompa del poder y todo el
esplendor, toda la abundancia que da, / espera igual que lo hace la hora
inevitable. Los senderos de la gloria no conducen sino a la tumba”.
Thomas Gray (1716 – 1771)
Todas las esperanzas realistas quedaron puestas en la renovación del
armisticio. Volver a comenzar las hostilidades significaba enfrentar a
un enemigo que estaba muy activo en todos los frentes y con una moral en
el triunfo elevada. Todo lo contrario sucedía entre los realistas,
cansados y disminuidos y sin la fe en las capacidades militares y de
liderazgo de La Torre que tuvo que enfrentar numerosos conatos de
insubordinación de parte de algunos de sus más importantes subalternos
como Morales. Pero lo que condenó a los realistas a una derrota
anunciada fue una vez más la indiferencia con que la Metrópoli trató el
asunto de la pacificación de América a partir del año 1820. Frustradas
las conversaciones de paz los liberales se desatendieron por completo de
La Torre y otros jefes realistas. La guerra en América iba a terminar
como comenzó: un asunto entre los propios americanos; unos favorables de
romper con España y otros queriendo mantenerse dentro de los límites de
la Monarquía. La tesis que expuso Vallenilla Lanz en las primeras
décadas del siglo XX sobre la Independencia como conflicto autárquico no
podía corroborarse mejor hasta en el mismo desenlace.
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