Hace algunas semanas fui invitado por una organización de emigrantes para reflexionar sobre la diáspora venezolana. Propusieron organizar la discusión alrededor de unas cuantas preguntas, que son las mismas que muchos venezolanos dentro y fuera del país llevamos haciéndonos durante años. ¿Para qué sirve la diáspora? ¿Qué debe hacer? ¿Cuál es su rol en la reconstrucción del país? ¿Tendremos la oportunidad de volver? ¿Cuántos de nosotros volveremos? ¿Qué podemos hacer los demás? La invitación me abrió la oportunidad de repasar mi propia experiencia en un exilio que ahora llega a su octavo año, me obligó a poner en palabras algunas lecciones difíciles que he ido asimilando y que hasta entonces habían quedado implícitas. No hay nada como ponerle palabras a las cosas, a los sentimientos, para adueñarse de ellos.
Quiero contarles tres historias que nos van a ayudar a pensar sobre la diáspora venezolana: la historia de un país y su diáspora, la historia de un pequeño pueblo y la historia de un emigrante, mi papá, que es también mi propia historia.
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