EDITORIAL EL NACIONAL
Que un presidente se convierta en
fiscal acusador y que, de la manera más burda y resentida, se aproveche de una
autoridad de la que carece, porque así expresamente se lo prohíbe la
Constitución al señalar la independencia de los poderes, no es más que otra
demostración de vileza e ignorancia de las tantas que se han venido dando en
estos años de autoritarismo cívico militar.
Para la democracia resulta vital
que sus gobernantes al menos tengan la decencia de respetar las leyes que lo
llevaron al poder y que, gracias a ellas, le permitan desarrollar sus planes y cumplir
con las promesas formuladas a los ciudadanos en el transcurso de la campaña
electoral.
Pero cuando un hombre llega al
poder sin tener las condiciones para ello y mucho menos la experiencia exigida
para atender los importantes asuntos de Estado que su alto cargo le impone,
entonces ocurre que la realidad va poniendo al descubierto el grave error
cometido por quienes lo llevaron a tan altas funciones sólo pensando en sus
intereses particulares y no, como cabría esperarse, en las necesidades colectivas
que inicialmente estamparon en su proyecto político.
A menudo, en la historia
venezolana surgen estos personajes incoloros e insípidos que nunca llegan a
alcanzar la estatura necesaria que motive una especial admiración o una lealtad
que no sea aquella generada por la ambición, el oportunismo y la abierta
posibilidad de meter manos en los dineros públicos. Esa ha sido una de las
desgracias históricas que más ha golpeado el futuro y la felicidad de la
república.
Detrás de cada uno de los héroes
de la guerra de Independencia que lograron llegar al poder siempre con una
prótesis mental caminando a su lado, alumbraba por encima de ellos mismos y de
sus condiciones éticas las habilidades de su círculo íntimo para hacerle creer,
sin el menor pudor, la grandeza de su mandato, la agudeza de su ingenio, la
perspicacia de sus observaciones. Todo ello era necesario e indispensable para
poder navegar en ese intensamente competitivo mar de la corrupción
oficial.
Sin embargo, a medida que llegó
la democracia se hicieron más subrepticias las vías para acercarse al poder y
enriquecerse en el menor tiempo posible. Solo en los gobiernos militares se
mantuvo el estatus de comandita para los grandes negocios, pero contando
siempre con el concurso de los civiles, más hábiles y más conocedores que
coroneles y generales.
Lo del gobierno de Pérez Jiménez
y sus dos generales socios fue inaudito por el corto tiempo en el poder y la
rapacidad que demostraron para llenar sus bolsillos a una velocidad típica de
una competencia de Fórmula Uno.
Pero a los venezolanos les
faltaba todavía por ver los capítulos finales de esta serie tan exitosa
económicamente, valga decir, la de “Alí Babá y sus cuarenta conspiradores”, que
a paso de vencedores y envueltos en la bandera tricolor tomaron por asalto el
país y saquearon sus riquezas.
Llegaron limpios, sin medio en el
bolsillo, flacos y mal vestidos. Hoy no quieren soltar el botín.
Vía El Nacional
Que pasa Margarita
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