ASDRÚBAL AGUIAR| EL UNIVERSAL
martes 13 de agosto de 2013 12:00 AM
Leo un testimonio histórico interesante -De frente a la realidad venezolana, 1963- cuyos aspectos conceptuales no comparto pero lo encuentro narrado con fina pluma. El teniente coronel Oscar Tamayo Suárez, tocuyano, comandante de la Guardia Nacional en tiempos de Delgado Chalbaud y luego con Pérez Jiménez hasta que éste le pierde la confianza, es su autor. Cuenta sus andanzas de militar y luego como golpista de oficio, en una trama que se aproxima a la del fallecido Hugo Chávez pero sin arrestos de frustración, como éste.
Escribe Tamayo de la historia o de nuestra antihistoria a partir de la suya, forjada a fuerza de rupturas sin solución de continuidad -Tamayo se dice revolucionario- y alimentadas por una mescolanza libresca e incoherente que logra colarse en nuestros cuarteles, burlando la censura.
No me sorprende, así, que el ilegítimo Nicolás Maduro permanezca en el Palacio de Miraflores, apuntalado más por las bayonetas y su lenguaje épico que por los votos escrutados o validados por poderes públicos sirvientes de la voluntad militarista dominante.
Maduro no es Chávez y eso le preocupa. Tanto que de tanto en tanto se dirige a la antigua sede de la Escuela Militar -hoy Cuartel de la Montaña- en La Planicie, para tratar que los efluvios de su causante muerto algo le penetren. Se sabe civil y por ello minusválido, preso de los militares. Y al haberse formado a la vera de Chávez siente que el poder no le corresponde, legítimamente, pues este reside, como lo cree, en los militares.
Tamayo Suárez, explicando sus primeros pasos de cuando hace parte del primer Curso de la Escuela del Servicio Nacional de Seguridad: semilla de la Guardia Nacional -degenerada en guardia del pueblo- creada por el presidente López Contreras, refiere a su manera y como militar nuestra historia patria. Pone énfasis en tres momentos. Afirma que tras el general Páez, en 1830, se reúnen los civiles de simpatías monárquicas y antimilitaristas; derrotados por la independencia, traidores a Bolívar. En cuanto a los civiles de la generación de 1928, destaca su "odio instintivo hacia los militares". Y al juzgar las razones de la caída del presidente Medina - "náufrago en un dédalo de errores"- señala que se enajenó la opinión pública, sin la cual "no es posible gobernar". Y al hilo muestra Tamayo lo que para sus pares se entiende por tal opinión: "Medina Angarita no supo poner a tono a las Fuerzas Armadas... Olvidó la historia del país, en la cual las Fuerzas Armadas han ejercido siempre una función rectora".
Pues bien, mucho antes de que la perversa zaga de Fidel Castro se hiciese presente en el Caribe con su contrabando marxista, provocando muertes e invasiones sobre Venezuela, ahora pacíficamente invadida bajo el ucase de sus militares, los más leídos de éstos -como Tamayo- reúnen en sus pequeñas bibliotecas a la Venezuela heroica de Eduardo Blanco con El desarrollo del capitalismo en Rusia, de Lenin; La revolución traicionada de Trotzki con La imitación de Cristo de Kempis; o el libro de Clausewitz Acerca de la guerra con La técnica del golpe de Estado de Malaparte.
Este mondongo tropical es el que ha servido de muleta, para fijar también la línea divisoria entre militares "chopos de piedra" como Castro, el nuestro, y Gómez, o los que presumen tener escuela; pero todos a unos militares, todos a unos revolucionarios.
De modo que, lo que divide hoy a Venezuela es eso, exactamente. Pugnan aún la cultura de quienes se miran en el ejemplo de los padres fundadores, hombres de levita -Andrés Bello, Juan Germán Roscio, Cristóbal Mendoza, Andrés Narvarte, Miguel Peña, entre otros- o de los presidentes civiles, José María Vargas -a quien critica Tamayo por no ser militarista- o Rómulo Gallegos -a quien tumban los militares- y la contracultura de quienes, como Chávez y sus verdaderos herederos -los mayores generales quienes hoy fungen de ministros de Maduro o el teniente que gobierna en la Asamblea- creen a pie juntillas en la visión de Tamayo.
El inquilino del cementerio Cuartel de la Montaña, en 2004, al inaugurar la sede del Comando Regional Nro. 5 de la Guardia Nacional no por azar le recrimina a sus compañeros de armas haber permitido la pérdida de sus fueros, durante casi medio siglo, a manos de civiles o de oligarcas que para ellos es lo mismo. El saldo, después de 14 años, está a la vista. Y el dilema venezolano sigue en pie después de 200 años. "El pueblo asocia siempre la presencia del jefe o caudillo a la ejecución de toda obra de superación", observa Tamayo finalmente antes de criticar a los partidos y luego de rendirle culto al catecismo de nuestras desgracias: "cesarismo democrático".
Escribe Tamayo de la historia o de nuestra antihistoria a partir de la suya, forjada a fuerza de rupturas sin solución de continuidad -Tamayo se dice revolucionario- y alimentadas por una mescolanza libresca e incoherente que logra colarse en nuestros cuarteles, burlando la censura.
No me sorprende, así, que el ilegítimo Nicolás Maduro permanezca en el Palacio de Miraflores, apuntalado más por las bayonetas y su lenguaje épico que por los votos escrutados o validados por poderes públicos sirvientes de la voluntad militarista dominante.
Maduro no es Chávez y eso le preocupa. Tanto que de tanto en tanto se dirige a la antigua sede de la Escuela Militar -hoy Cuartel de la Montaña- en La Planicie, para tratar que los efluvios de su causante muerto algo le penetren. Se sabe civil y por ello minusválido, preso de los militares. Y al haberse formado a la vera de Chávez siente que el poder no le corresponde, legítimamente, pues este reside, como lo cree, en los militares.
Tamayo Suárez, explicando sus primeros pasos de cuando hace parte del primer Curso de la Escuela del Servicio Nacional de Seguridad: semilla de la Guardia Nacional -degenerada en guardia del pueblo- creada por el presidente López Contreras, refiere a su manera y como militar nuestra historia patria. Pone énfasis en tres momentos. Afirma que tras el general Páez, en 1830, se reúnen los civiles de simpatías monárquicas y antimilitaristas; derrotados por la independencia, traidores a Bolívar. En cuanto a los civiles de la generación de 1928, destaca su "odio instintivo hacia los militares". Y al juzgar las razones de la caída del presidente Medina - "náufrago en un dédalo de errores"- señala que se enajenó la opinión pública, sin la cual "no es posible gobernar". Y al hilo muestra Tamayo lo que para sus pares se entiende por tal opinión: "Medina Angarita no supo poner a tono a las Fuerzas Armadas... Olvidó la historia del país, en la cual las Fuerzas Armadas han ejercido siempre una función rectora".
Pues bien, mucho antes de que la perversa zaga de Fidel Castro se hiciese presente en el Caribe con su contrabando marxista, provocando muertes e invasiones sobre Venezuela, ahora pacíficamente invadida bajo el ucase de sus militares, los más leídos de éstos -como Tamayo- reúnen en sus pequeñas bibliotecas a la Venezuela heroica de Eduardo Blanco con El desarrollo del capitalismo en Rusia, de Lenin; La revolución traicionada de Trotzki con La imitación de Cristo de Kempis; o el libro de Clausewitz Acerca de la guerra con La técnica del golpe de Estado de Malaparte.
Este mondongo tropical es el que ha servido de muleta, para fijar también la línea divisoria entre militares "chopos de piedra" como Castro, el nuestro, y Gómez, o los que presumen tener escuela; pero todos a unos militares, todos a unos revolucionarios.
De modo que, lo que divide hoy a Venezuela es eso, exactamente. Pugnan aún la cultura de quienes se miran en el ejemplo de los padres fundadores, hombres de levita -Andrés Bello, Juan Germán Roscio, Cristóbal Mendoza, Andrés Narvarte, Miguel Peña, entre otros- o de los presidentes civiles, José María Vargas -a quien critica Tamayo por no ser militarista- o Rómulo Gallegos -a quien tumban los militares- y la contracultura de quienes, como Chávez y sus verdaderos herederos -los mayores generales quienes hoy fungen de ministros de Maduro o el teniente que gobierna en la Asamblea- creen a pie juntillas en la visión de Tamayo.
El inquilino del cementerio Cuartel de la Montaña, en 2004, al inaugurar la sede del Comando Regional Nro. 5 de la Guardia Nacional no por azar le recrimina a sus compañeros de armas haber permitido la pérdida de sus fueros, durante casi medio siglo, a manos de civiles o de oligarcas que para ellos es lo mismo. El saldo, después de 14 años, está a la vista. Y el dilema venezolano sigue en pie después de 200 años. "El pueblo asocia siempre la presencia del jefe o caudillo a la ejecución de toda obra de superación", observa Tamayo finalmente antes de criticar a los partidos y luego de rendirle culto al catecismo de nuestras desgracias: "cesarismo democrático".
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