Lo que podría haber sido impensable unos años atrás, cuando el proyecto autoritario del actual gobierno se fundamentaba, en buena medida, en el aislamiento de una parte la sociedad civil adversa al régimen, en su reclusión a un estado de oposición permanente y en construirles la aureola de una imposible alternativa de poder, paradójicamente pasó a constituir la mejor salida posible ante las difíciles circunstancias en las que se encuentra el país. La conflictividad social que padecemos muestra la magnitud del problema que afronta el gobierno y que solo puede resolverse con un cambio del modelo socio-político que ha venido desarrollando. La quiebra de los servicios sociales, la marginación, la hiperinflación, el desempleo, el engaño, la forma maniqueísta como el régimen presenta las esperanzas de redención en tiempos de desintegración social han determinado que la otrora multitudinaria adhesión al régimen muestre un inexorable descenso. Al modelo del gobierno no se le percibe como una alternativa para la cohesión social, sino más bien como un factor de exclusión y segregación dentro de la sociedad venezolana. Representa, para el ciudadano común, un fracaso más que no le compensa el castigo sufrido por las fracturas sociales y la pérdida de estatus. Ese ciudadano ha comenzado a entender que es moral y existencialmente inaceptable que un proceso de inclusión como el que preconiza el gobierno se fundamente en la exclusión ajena y se pretenda clasificar a las personas e instituciones en dignas e indignas, dependiendo del grado de adhesión y lealtad con el dictador de Miraflores....
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