Monday, August 31, 2015

Colombia y la encuesta Seijas

EN: http://www.noticierodigital.com/2015/08/colombia-y-la-encuesta-seijas/

José Guerra

El 16 de agosto de 2015 terminó la recolección de datos de una de las encuestadoras más reputadas de Venezuela, la presidida por el profesor Félix Seijas. Efectivamente, el estudio del Instituto Venezolano de Análisis de Datos, Ivad, contiene cifras importantes sobre la situación económica y política, que en buena parte explican la decisión del gobierno de Venezuela cerrar la frontera con Colombia y decretar el estado de excepción en el estado Táchira. 
 
Antes de agarrarla con Colombia, a comienzo de este año, Maduro, valido de un decreto emitido por el presidente Obama, desató una campaña donde afirmaba que Estados Unidos pretendía invadir a Venezuela y apropiarse del petróleo. La bulla pasó y de Obama, Maduro dio un salto hacia España al acusar al primer ministro Rajoy de estar dirigiendo una conspiración en su contra. Esto duró muy poco ante la falta de credibilidad y de allí, a velocidad supersónica se trasladó Maduro a Guyana, a reclamar un Esequibo que el gobierno ha abandonado por años. Salió con las tablas en la cabeza cuando todos los países del Caribe, que habían recibido petrolero barato de Venezuela, se solidarizaron con Guyana.
Con el transcurso del tiempo la situación económica y social lejos de mejorar se deterioraba al compás de la ineptitud del gobierno. Había que recurrir rápidamente a un nuevo culpable exterior, como los anteriormente mencionados. Es en ese contexto que el gobierno opta por lanzarse al cierre indefinido de la frontera con Colombia y con ello canalizar la opinión pública hacia ese asunto en medio de un estado de calamidad social y de hambre en varios sectores de la población, aunado a una caída vertical en la popularidad del gobierno y del Psuv. Aquí los números que avalan esta tesis.
Según el estudio del profesor Seijas, Ivad, que cerró el 16 de agosto, 80,6% de los venezolanos consideran que la situación nacional es mala, respecto al 12,2% que la valora como buena. Los principales problemas nacionales siguen siendo los de naturaleza económica por cuanto la inflación obtiene 41,0% de mención como el tema más importante del país y la escasez el 81,8%. Ello explica el desespero del gobierno por buscar culpables a la crisis económica que él mismo propició con sus políticas erradas. De allí que para el 62,1% de los encuestados Maduro y el gobierno aparecen como los responsables de la situación económica mientras que los empresarios comparten el 5,1% de la culpa y la guerra económica apenas el 0,9%. En lo relativo a las preferencias políticas, 43,8% se declara de oposición, 34,3% se afirma ser independiente y solamente un 23,0% oficialista.
Finalmente, en cuanto a la intención de voto de cara a las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre, un escuálido 19,3% dice que votaría por el Psuv y un sólido 57,9% lo haría por la Unidad Democrática. Estos son los números que metieron al gobierno en la aventura en la frontera con Colombia.

Maduro: Le he ordenado a Padrino López que descanse

EN: http://www.lapatilla.com/site/2015/08/31/maduro-le-he-ordenado-a-padrino-lopez-que-descanse/

El presidente Nicolás Maduro, se refirió este lunes a la salud del general en jefe Vladimir Padrino López, ministro de la Defensa, y aseguró que está cumpliendo un reposo médico.
Maduro agregó que Padrino López “cumple una orden que le he dado, está en fase de recuperación, le he dado la orden expresa que descanse, que esté tranquilo, que se recupere, que lea bastante, que estudie, es un gran ser humano, es un gran venezolano, general en jefe Padrino López, y es un extraordinario soldado bolivariano y chavista, leal hasta más allá de las lealtades, a la revolución, al pensamiento, al legado del comandante Chávez, y le he dado la orden que descanse, que se recupera, toda la Fuerza Armada Nacional Bolivariana está atenta”.
Durante el fin de semana se corrió el rumor de la supuesta gravedad de Padrino López, y se dijo que estaría hospitalizado fuera del país.

Una paradoja: censura reveladora

EN: http://prodavinci.com/blogs/una-paradoja-censura-reveladora-por-ruben-monasterios/

Rubén Monasterios

En la Venezuela de hoy todo lo chino tiene interés, por cuanto nos encontramos sometidos a su imperialismo; viene a lugar, en consecuencia, resaltar un caso curioso: la censura de una telenovela china de sesgo histórico; la serie La Emperatriz de China se refiere a un personaje cuyos hechos públicos las autoridades de ese país prefieren mantener en la sombra; una mujer que, no obstante su relevancia histórica, es ignorada por la generalidad de los occidentales y hasta por los chinos de educación media; se trata de la emperatriz Wu Tse Tiang (s. VII).
 Aunque como en todas las “historias” hubo en China mujeres políticamente influyentes, antes, durante y después de Mao, la señora Wu ha sido la única en ejercer el poder absoluto en forma legítima con el título de emperatriz; siendo esta apenas una de las singularidades suyas que la hacen notable.
Evidentemente, la censura se impuso por razones morales; la razón alegada por las autoridades alude a “problemas técnicos”, pero la verdad es que resultaban irritantes al sentido del pudor oficialista los escotes pronunciados exhibidos por las actrices, entre ellas la hoy en día vista como el símbolo sexual por excelencia del showbiss chino, Fan Bing Bing. La serie emitida por el canal Hunan TV salió del aire abruptamente en diciembre del 2014; de la misma forma volvió poco después a todas luces editada; así, escenas en las que se veían las actrices a medio plano o en plano americano, ahora solamente aparecía su cara; con los resultados de frustrar la gratificación erótica de los espectadores y de deteriorar la estética del montaje, apoyada en el espectacular vestuario, en la escenografía y en vistosos encuadres, que fueron descartados.
La protesta de los televidentes no se hizo esperar; el 95% de los encuestados por la red social Weibo desaprueba los cambios y expresa opiniones ácidas sobre la intervención del gobierno.
No fue nada fácil la escalada al trono de Wu Tse Tiang a partir de iniciarse en la corte como concubina de quinta categoría, e involucró traiciones, calumnias, adulterio, incesto, conspiraciones, filicidios (al menos dos) y hasta una combinación de uxoricidio y magnicidio; lo primero, de admitir que se trata del asesinato de un cónyuge por el otro; lo segundo, porque el finado en cuestión era el jefe del Estado; en efecto, la leyenda negra en torno al personaje hace saber que envenenó progresivamente a su marido, el emperador Gao Zong, quien la había hecho su emperatriz consorte; a medida que la salud de Gao Zong se deterioraba, ella empezó a gobernar desde la sombras y a fortalecer su red de aliados en la corte mediante la concesión de beneficios, especialmente a los jefes militares, a la clase sacerdotal y a los intelectuales. Fallecido Zong en 683, Wu mandó a matar a sus ministros y a uno de sus hijos que aspiraba legítimamente al trono; pero siendo consciente de que era políticamente incorrecto asumir el poder de una vez por todas, por cuanto no sería respaldada por la conservadora élite dominante, escandalizada ante la posibilidad de una mujer ocupando el trono, se valió de otros de sus hijos, que aterrorizados por obvias razones no vacilaron en respaldarla; los utilizó como “títeres a cargo” por breves lapsos, hasta encontrar el momento justo para proclamarse jefe del Estado, apoyándose en la corrupta fuerza armada, convirtiéndose en la primera y única mujer en la historia de China en elevarse a la dignidad de emperatriz. Se dice que mató a todo aquel que significara un obstáculo en su meta sin valerse de manos ejecutoras, por cuanto prefería hacerlo por sí misma, previa recreación personal en la tortura de la víctima.
Ahora bien, a propósito de juzgar los hechos de la señora Wu es imprescindible tomar en consideración el contexto sociocultural y político de sus tiempos. Pasando por alto el detalle de su complacencia en la tortura de sus víctimas, evidencia de un componente sádico muy patológico en su aparato psíquico, desbrozar el camino hacia el trono mediante el asesinato de parientes y otras personas apreciadas como obstáculos era un recurso de la lucha por el poder poco menos que “normal” en las cortes del mundo oriental, sin que faltaran casos en Europa. Sobran las historias de sultanes que mataron o encerraron de por vida a sus hermanos para descartar luchas dinásticas; de concubinas y esposas que hicieran lo mismo con los hijos de otras mujeres del harén para facilitar el ascenso al poder de su vástago.
Por otra parte, desde su estatus como emperatriz la dama realizó lo que los historiadores califican de un buen gobierno; se ha llegado a afirmar de ella que fue “uno de los mejores gobernantes, hombre o mujer, del mundo”; lo cual no debe asombrarnos, porque si bien todos los dictadores son crueles y cínicos, no todos son imbéciles.
La emperatriz Wu ejerció una forma de despotismo brutal, con purgas y persecuciones de aquellos que se mostraban hostiles a su poder, no obstante contribuyó al progreso de las artes, ciencias y literatura y demostró honesta preocupación por el bienestar del pueblo, protegiendo al campesinado, abriendo escuelas y facilitando la educación de las niñas; de hecho, fue una precursora del feminismo, realizando campañas para elevar el estatus servil de la mujer en la sociedad china; en tal sentido promovió la idea de que Buda era mujer en su encarnación Maitreya; desde luego, no fue una maniobra gratuita, por cuanto consistió en una interpretación de la doctrina budista que le daba sustento a su mandato; gracias a ella el budismo se convirtió en la religión oficial de China en 691.
Al entendimiento de la modernidad el último acontecimiento citado quizá no se valore en toda su trascendencia, pero es un hecho que al impregnar a la sociedad china de una doctrina filosófica-religiosa benevolente se mitigó de alguna manera la crueldad de las costumbres y se fortaleció en la mentalidad colectiva la espiritualidad y el amor hacia al prójimo.
Y he aquí otra singularidad de la emperatriz Wu: empeñada en su encomiable propósito de promover a la mujer, la dama institucionalizó en su corte la norma de que todo dignatario debía rendirle públicamente el homenaje de un cunilingüo. No es ninguna leyenda infamante; estampas de la época la exhiben abriéndose la falda del vestido para permitir la reverencia de embajadores y altos funcionaros arrodillados ante ella.
Asombroso, pero de ninguna manera una arbitrariedad a la luz del pensamiento chino; en la doctrina Tao esa práctica erótica tiene un profundo significado en varios sentidos; la caricia oral en la Gruta Secreta es una de las tres formas de absorber la esencia de la mujer (las otras dos son de su boca y de sus pechos) y de corresponder a la ofrenda rendida por ella a su compañero mediante la felación.
Volviendo a la telenovela, si las autoridades chinas se escandalizaron por la exhibición de “demasiado pecho” por las actrices, ¿qué harán cuando llegue a la escena en la que se represente a la señora Wu recibiendo el homenaje del osculo cunnis?
¡Qué no cunda el pánico! Probablemente no harán nada, porque con toda seguridad el acontecimiento histórico no aparecerá en la pantalla. Las dictaduras comunistas se especializan en alterar la Historia en función de sus intereses ideológicos; con el desmoronamiento de la Unión Soviética debieron recogerse millares de libros llenos de falsedades, y no sólo de Historia y Sociología, sino también de Ciencias Físicas y Naturales.
En Venezuela nos veremos obligados a hacer lo mismo con los libros de Historia impuestos en la educación primaria y secundaria.

A 40 años de la nacionalización petrolera

EN: http://prodavinci.com/blogs/a-40-anos-de-la-nacionalizacion-petrolera-por-jose-ignacio-hernandez/

José Ignacio Hernández

Hace cuarenta años, en la Gaceta Oficial Nº 1.769 extraordinario de 29 de agosto de 1975, fue publicada la “Ley Orgánica que Reserva al Estado la Industria y el Comercio de los Hidrocarburos”, que entraría en vigencia el 1 de enero de 1976. A través de esa Ley el Estado consolidó el monopolio sobre la actividad petrolera, marcando así a la Venezuela petrolera que se mantiene hasta nuestros días.
Repasar las causas y consecuencias de la nacionalización petrolera permitirá reflexionar sobre la relación entre el Estado y el petróleo en Venezuela, lo que ha influido a su vez en la relación entre el Estado y la sociedad. En estas muy breves reflexiones se sostiene que la nacionalización petrolera ha marcado una concepción estatista de la sociedad, por la dependencia de ésta hacia el Estado. Y esa concepción estatista –que encontró en la nacionalización una de sus máximas expresiones- ha deformado a la sociedad venezolana, socavando las bases institucionales de nuestro Estado.
Una aventura que comenzó con un vendedor de galletasLa historia de la industria de los hidrocarburos en Venezuela puede decirse que comenzó con un peculiar vendedor de galletas, el señor Horatio R. Hamilton. Los anales registran un antecedente previo, el de la Compañía Petrolera del Táchira, que en 1878 comenzó una rudimentaria explotación de petróleo en la Hacienda La Alquitrana, del estado Táchira. Sin embargo, el caso de Hamilton marcaría a la industria de los hidrocarburos con un signo que le será propio hasta la nacionalización: la explotación basada en la concesión. Así, luego de entrar en el círculo de Antonio Guzmán Blanco -a través de la venta de galletas- Hamilton logra obtener en 1883 una concesión para la explotación de asfalto, en el entonces estado Bermúdez. Dos años después la concesión sería traspasada a la New York & Bermúdez Company, una filial de la empresa americana National Asphalt Company, de acuerdo al pormenorizado relato efectuado por el historiador Nikita Harwich Vallenilla.
El caso de la New York & Bermúdez Company resumió las tensiones derivadas de la industria de los hidrocarburos. Tensiones que no solo afloraron entre los inversionistas extranjeros y Venezuela, sino también, entre Venezuela y otros Estados interesados en la protección de sus intereses comerciales. Pocos casos, como el de la New York & Bermúdez Company, resultan en este sentido tan interesantes, tal y como señalara Simón Alberto Consalvi.
La tesis propietarista y la “danza de las concesiones”Con el inicio del siglo XX, el interés por los hidrocarburos en Venezuela fue creciente. Para ese momento, como sucedió en el siglo XIX, los hidrocarburos  no contaban con una legislación especial, razón por la cual se rigieron por la legislación minera y el instrumento que le era propio: la concesión.
Esto dio lugar a lo que he llamado la “tesis propietarista”. Para el Estado venezolano, los hidrocarburos eran bienes de su propiedad que “libremente” adjudicaba a terceros mediante concesiones, sin interesarse mayormente en la explotación petrolera.
Por ello, la industria de los hidrocarburos en Venezuela se desarrolló a partir de la concesión minera, en especial, bajo el largo régimen de Juan Vicente Gómez, caracterizado por el otorgamiento de grandes concesiones, como por ejemplo, las concesiones Vigas y Valladares. El método empleado fue el otorgamiento de concesiones a particulares que luego las cedían a empresas extranjeras, destacando la participación de la Royal Dutch Shell primero, y de la Standard Oil después. Rómulo Betancourt llamó a esa época “la danza de las concesiones”.
La relación entre Gómez y el petróleo ha permitido calificar al régimen de Gómez como “dictadura petrolera”. Creo que el calificativo resulta indebidamente impreciso. Cuando el petróleo irrumpe en las finanzas venezolanas  -década de los veinte- el régimen de Gómez estaba ya consolidado y con él, su principal obra: la centralización del Estado nacional.
Sin embargo, lo anterior no debe pasar por alto los beneficios personales que Gómez y sus allegados obtuvieron de las concesiones petroleras, como relata McBeth en un libro fundamental para comprender esta época: Juan Vicente Gomez and the oil companies in Venezuela, 1908-1935.
De esa manera, Gómez marcó la relación entre el Estado y el petróleo de un claro talante liberal: el Estado no intervenía, ni podía intervenir, en la industria petrolera. Así lo explicó Pedro Manuel Arcaya, en su obra Venezuela y su actual  régimen, de 1935:
“Mas como Venezuela y todas las Naciones del mundo, excepto Rusia, practican el sistema capitalista, no constituye violación de ningún principio jurídico ni moral que el Estado, en vez de explorar directamente lo suyo, lo arriende para obtener renta sin correr riesgos de pérdidas”
La tesis propietarista era así una tesis liberal, como correspondía a la legislación minera que rigió a las concesiones de hidrocarburos. Una tesis que, muy pronto, comenzaría a cambiar.
El inicio de la conciencia nacional rentísticaEl hecho fue que el Estado no intervenía ni participaba en la explotación de hidrocarburos, y la existencia de empresas extranjeras que monopolizaron el sector llevó a considerar que el petróleo era una actividad extranjera. Por ejemplo, en el Boletín de la Cámara de Comercio de Caracas de 1929 se lanzó esta acusación: “no se nos hable del petróleo; ese producto no es nuestro”. Lapidaria resultó también la frase de Alberto Adriani, analizada por Asdrúbal Baptista: el petróleo es una actividad extranjera.
Ello comenzaría a cambiar con la designación de Gumersindo Torres como Ministro de Fomento de Gómez, en 1917. Torres asumiría –de acuerdo con Baptista y Mommer- el despertar de la “conciencia nacional rentística”. Es decir, la propuesta de ampliar la participación económica del Estado sobre la riqueza petrolera, lo que llevaría a Torres incluso a pensar en el reconocimiento de la propiedad privada sobre el subsuelo y los yacimientos. Junto a Pedro Manuel Arcaya, Torres comenzó estudiar, con estos propósitos, el desarrollo de una regulación especial para la entonces incipiente industria.
Fue así como se dictó, en 1920, la primera Ley de hidrocarburos en Venezuela: la Ley sobre Hidrocarburos y demás Minerales Combustibles. Una Ley que no fue del agrado de los concesionarios extranjeros, quienes veían con resquemor el interés del Estado de ampliar su participación y control sobre la incipiente industria. Su destino fue así resumido por Rómulo Betancourt: “la primogénita de entre las leyes petroleras de Venezuela, nació para morir asfixiada en la cuna. Tenía un grave defecto: no era del agrado de las compañías extranjeras”.
A pesar de lo anterior, las bases para un cambio en el pensamiento jurídico petrolero ya estaban definidas. Puede afirmarse que el consenso a partir de entonces fue que el Estado tenía que ampliar su control sobre la industria. Por ello, con la Ley de hidrocarburos dictada en 1938, se rompió con el “dogma liberal”, al reconocerse que el Estado venezolano podía gestionar directamente actividades petroleras.
Ese cambio se dio en la larga transición a la democracia, luego de la muerte de Gómez, en 1935. Ya para entonces el petróleo formaba parte de los incipientes debates políticos. Aun a riesgo de simplificar un tema ciertamente complejo, puede afirmarse que dos pensadores destacan en esta nueva etapa: Arturo Uslar Pietri y Rómulo Betancourt. Pese  a las diferencias entre sus posiciones, había un punto en común: el necesario uso que el Estado debía hacer de la renta petrolera. La variación podía encontrarse en la forma en la cual el Estado debía cumplir ese cometido, pero no en cuanto a la necesaria presencia del Estado. La “siembra del petróleo”, por ello, en sus diversas variantes, asumía la presencia del Estado en la economía. Es decir, el principio que denomino “estatista”: el Estado no solo es propietario de los hidrocarburos sino que además, debe participar en la industria.
Tal fue la consigna que, al menos parcialmente, quiso recoger una Ley de gran importancia: la Ley de Hidrocarburos de 1943. En parte se trató de una Ley bisagra, es decir, una Ley que llevó a la transición del principio propietarista al principio estatista. La Ley trató de armonizar, así, las aspiraciones del Gobierno, de las empresas extranjeras y de la incipiente oposición. Muy ilustrativo resulta leer, en este sentido, las críticas contenidas en el voto salvado presentado por Juan Pablo Pérez Alfonso ante el entonces Congreso Nacional.
El lento camino a la concepción estatista del petróleoA partir de entonces se iniciará el lento camino a la concepción estatista del petróleo. Los principales cambios en este sentido se desarrollaron entre 1945 y 1948, bajo el régimen de la Junta Revolucionaria de Gobierno. Si en algo la oposición no tenía que improvisar, recuerda Betancourt, era en cuanto a la política petrolera, pues el tema había sido largamente debatido. Por ello, en esos años se ampliaron las bases del principio estatista, al prohibirse las concesiones y al ampliarse la participación económica del Estado en los ingresos petroleros, es decir, la política del “fifty-fifty“.
Este cambio no fue ni podía ser aislado. Al proponerse el Estado venezolano ampliar su participación y control sobre el petróleo, en suma, estaba también ampliando su participación en la economía. Ello llevó a asumir la tesis del “Estado empresario” que debe redistribuir la riqueza petrolera. Quizás el signo más evidente de esa nueva perspectiva fue la creación de la Corporación Venezolana de Fomento, en 1946.
Luego del paréntesis dictatorial de Pérez Jimenez, estos principios se retomaron con importantes avances a partir de 1958. Así, en 1960 se creó  la empresa pública Corporación Venezolana de Petróleo (CVP), para materializar la intervención pública directa en el sector. Asimismo, ese año Venezuela tuvo un rol protagónico en la creación de la Organización de Países Exportadores de Petróleos (OPEP), la cual reforzó el control del Estado venezolano sobre el comercio externo y por ende, sobre la industria petrolera, encuadrándose así al emergente “nuevo orden económico internacional”, que realzó la soberanía nacional respecto de los recursos naturales.  Como lo resume muy bien Consalvi, “si el petróleo fue el primer producto de la globalización, era obvio que los países petroleros se juntaran entre sí”.
La (inevitable) nacionalizaciónLa creciente participación del Estado en la industria petrolera dio su paso definitivo a partir de la década de los setenta. Fue ésa la época de las nacionalizaciones en sectores como el gas, las cuales partieron del principio según el cual el Estado debía tener un rol determinante en la economía. En esa década se dictó también una Ley que quizás ha pasado un tanto desapercibida, pero cuya relevancia jurídica es enorme: la Ley sobre Bienes Afectos a Reversión en las Concesiones de Hidrocarburos,  de 1971.
Una de las grandes dificultades jurídicas para incrementar el control del Estado sobre la industria petrolera, era la vigencia, en la jurisprudencia, del principio según el cual las concesiones debían regirse por la Ley en vigor al otorgar tales contratos, con lo cual, reformas legislativas no podían aplicarse de inmediato.  En 1971, sin embargo, se dictó una Ley que permitió al Estado adquirir la propiedad de todos los bienes afectos a las concesiones, luego que éstas vencieran o terminaran por “cualquier causa”. Poco después, la Corte Suprema de Justicia, en sentencia de 3 de diciembre de 1974, dictaminaría que esa Ley era aplicable, incluso, a las concesiones vigentes.
El camino a la nacionalización estaba despejado.
¿Nacionalización o estatización?En el primer Gobierno de Carlos Andrés Pérez (1974-1979) el principio estatista, no solo del petróleo sino de la economía en general, alcanzó cotas importantes. Con la Ley de 1971 el camino quedó despejado. En 1974 se toma la decisión de “nacionalizar la industria y comercio de los hidrocarburos”. Jurídicamente, en realidad, lo que sucedió fue que la Ley de 1975 reservó esas actividades al Estado y extinguió las concesiones vigentes, con lo cual, todos los bienes afectos a esas concesiones pasaron a propiedad del Estado a partir del 1 de enero de 1976. Es decir, que el control del Estado sobre la industria se dio a partir de la reversión sancionada conforme a la Ley de 1971.
Fue el momento de la “Gran Venezuela”, que en realidad, fue la del “Gran Estado”. El V Plan de la Nacional resumió muy bien esa visión al disponer lo siguiente:
“A partir de la nacionalización del petróleo, Venezuela es un país diferente en lo que respecta a los deberes de sus habitantes. Asume una nueva dimensión el cuadro histórico de necesidades nacionales, abarcando igualmente el potencial de recursos para satisfacerlas y las obligaciones de la colectividad para construir una economía próspera e independiente, consolidar la sociedad democrática y asegurar el porvenir de las futuras generaciones (…)
Para el logro de estos propósitos, el Estado acrecienta con la nacionalización su capacidad rectora sobre el proceso económico, hasta una dimensión sin precedentes, debiendo organizar el esfuerzo nacional de todos los sectores y procurar la optimización del uso de los recursos (…)”.
Por ello, la nacionalización fue más bien una “estatización”, pues el dueño de las actividades petroleras no pasó a ser la nación venezolana sino el Estado. Tan es así que la nacionalización afectó incluso a las empresas venezolanas, como es el caso -notable por lo demás- de Petrolera Mito Juan, empresa privada que, pese a su espíritu de emprendimiento, no logró subsistir ante el estatismo entonces imperante.
Con esto se consolidó una analogía peligrosa, que subsiste hoy día: la de confundir la ansiada “venezolanización” del petróleo con la “estatización” del petróleo, en tanto ello implica, ni más ni menos, confundir a la sociedad civil con el Estado. Y como dijo Uslar Pietri: si hay algo peor que depender del petróleo, es depender del Estado.
La nacionalización petrolera cuarenta años despuésLa anterior situación ha llevado a plantear una crítica al llamado rentismo petrolero. No hace mucho Asdrúbal Baptista señalaba, críticamente, que esos planteamientos pretenden asignar consecuencias negativas a lo que es, simplemente, una observación económica.
Pedro Luis Rodríguez y Luis Roberto Rodríguez, en un fundamental y reciente libro (El petróleo como instrumento de progreso, 2013) han señalado por ello que el problema no es tanto la renta petrolera sino la forma en la cual ésta es usada, esto es, el pensamiento estatista. Un pensamiento que lamentablemente fue llevado a la Constitución de 1999, la cual reitera que el Estado es dueño de las actividades de exploración y explotación de hidrocarburos, lo que en la práctica lo convierte en dueño de la economía.
Esto constituye, casi sobra decirlo, una traición a nuestra fundamentación republicana, pues el petróleo ha convertido al Estado en un ente poderoso, especie de ogro filantrópico,  parafraseando a Octavio Paz. El crecimiento del Estado petrolero, en el marco del llamado “socialismo del siglo XXI”, ha sido en ese sentido exponencial. Y de tanto crecer,  como en la fábula de la rana y el toro, el Estado venezolano ha terminado por colapsar. Pues la realidad es que no tenemos un Estado fuerte, sino un Estado débil.
Ello, además, ha deformado a la sociedad civil, que ha abdicado del concepto republicano de ciudadano para convertirse en una sociedad reclamadora de renta. Diego Bautista Urbaneja ha publicado, en este sentido, lo que creo es una de las mejores y más importantes reflexiones escritas sobre este tema entre nosotros: La renta y el reclamo. Ensayo sobre petróleo y economía política en Venezuela (2013).
Allí se explica la configuración de la sociedad venezolana como reclamadora de rentas, lo cual se traduce en mayores exigencias al Estado que derivan en una mayor intervención pública.  A partir de la década de los cincuenta “el reclamo de la renta se convierte en una especie de principio organizador de la sociedad venezolana y, el otorgamiento de ella, en el correspondiente principio organizador del Estado” (p. XVII). Siendo la renta el ingreso proveniente de la explotación petrolera, el reclamo de la renta  es la distribución de ese ingreso en la sociedad, a consecuencia de peticiones formuladas. La sociedad venezolana no busca la renta, sino que reclama porciones de esa renta, del ingreso ya causado. Esa es la causa primera de la intervención el Estado en el orden socioeconómico: “los recursos los posee el Estado, casi únicamente. Estos hechos tan de bulto imponen como de por sí la idea de que el Estado tiene que jugar un papel muy activo en el desarrollo social y económico, porque si no lo hace él, no hay nadie que lo haga” (p. XXIV).
Depender de un solo hombre es esclavitud, proclamó Juan Germán Roscio. Tal es quizás el legado más obscuro de la nacionalización petrolera: convertir al ciudadano en un sujeto que al depender del Estado y su petróleo, termina siendo un esclavo. No todo ha sido negativo, claro está: muchas de las metas que hemos alcanzado en el desarrollo nacional han sido gracias a los ingresos petroleros. Pero a un costo, quizás, muy alto.
El gran reto de los venezolanos de hoy es, por ello, replantear la relación entre el Estado, el petróleo y la sociedad civil. Quizás ha llegado el momento de ponerle punto final a la nacionalización petrolera y el estatismo inherente a ella.

Sándor Marai en Nápoles//Lecturas de Alejandro Oliveros

EN: http://prodavinci.com/2015/08/29/actualidad/sandor-marai-en-napoles-lecturasdealejandrooliveros/

Alejandro Oliveros

Uno de los más escrupulosos biógrafos de Márai, aseguraba que todas las novelas del autor eran autobiográficas, algo que se ha dicho de casi todos los narradores. En el caso de Márai, uno piensa que eso puede ser cierto de ficciones como Los rebeldes, Liberación y tal vez La gaviota; pero qué puede haber de autobiográfico en La herencia de Eszter o Casanova en Bolzano? Hay gente, generalmente críticos literarios o de arte, que ve más que los demás, a veces demasiado. Me detengo en esto, a propósito de la relectura (la primera vez fue en diciembre de 2010, de acuerdo con mis diarios) de La sangre de san Genaro, la novela napolitana del escritor húngaro. Tal vez, con propiedad, la más autobiográficas de todas sus narraciones y la más extraordinaria. Se trata del caso, tal vez único, de una autobiografía avant la lettre, en la cual el autor nos habla, con inquietante precisión, no de lo que le ha ocurrido, sino de lo que le va a ocurrir. A sus cincuenta y dos años, Márai cuenta, con detalles, lo que le ocurrirá a los ochenta. Y lo que cuenta nos interesa a todos en la Venezuela de estos tiempos de exilios, pseudo-exilios, para-exilios, exilios pendulares, exilios circulares y otras variantes.
La lectura de La sangre de san Genaro, uno de los logros narrativos europeos más distinguidos del segundo novecientos, es urgente. Márai fue experto en destierros, se podría decir de él que nació predestinado para el exilio. En sus Confesiones de un burgués, esa gran elegía a una clase a la cual perteneció de manera brillante (cuando ingresó a la Universidad de Budapest, el rector era tío suyo), es inevitable el presentimiento de que ese destino lo esperaba a la vuelta de la esquina, a pesar de que la narrativa se detiene en 1934. Algo parecido se siente en su novelaLiberación, aquellas sucesivas ocupaciones militares, una más fascista que la otra, no prometían nada bueno, ante lo cual la huida no era sino lo más recomendable. Una sensación no muy distinta a la del millón de venezolanos que, ante otra forma de ocupación, han optado por la fuga. Sándor Márai se decidió por el exilio sin retorno, que es lo que es el exilio para la Enciclopedia Británica(“la ausencia prolongada del propio país, impuesta por la fuerza de la autoridad”). Tierra, tierra, uno de sus libros de memorias, cuya vigencia en entre nosotros es, asimismo, considerable, termina cuando el círculo del totalitarismo estalinista se cierra sobre Hungría, que no es, aún, el caso de Venezuela. Un momento trágico, cuando alcanzamos, lo cual no debe suceder, la certeza de que la única libertad posible queda más allá de unas fronteras nacionales secuestradas. Al gran escritor húngaro, no siempre bien leído por algunos contemporáneos y menos entendido (J.M. Coetze, por ejemplo), no se le escapó, en sus años bajo el comunismo, la atracción fatal que este poder hegemónico puede ejercer sobre distinguidos miembros de la intelectualidad. Hablando del protagonista de La sangre de san Genaro, un destacado científico, pero que bien puede, como en Venezuela, tratarse de un músico o un director de orquesta:
Y era apreciado también en el exterior… Era uno de esos individuos
cuya presencia en el país es tolerada de buen grado por cualquier
sistema político fundado en la violencia. Generalmente no se les
exige ni siquiera adherirse al partido político… A los gobiernos
totalitarios les agrada que un personaje famoso, bien conocido
internacionalmente, se quede en la patria y trabaje en un campo
políticamente neutro…A todos los sistemas fundados en la violencia
les complace que científicos, artistas, escritores permanezcan
en su país, en las fronteras de la patria.
Por supuesto, se trata de una falacia, la de pretender ser neutros, como si la música fuera neutral, o la poesía o el arte; mientras la represión no se detiene, y el cerco se estrecha sobre los pobres músicos, que no son distintos, ni en su profesión ni en nada, a las otras víctimas de la catástrofe nacional.
El lugar escogido por Márai para los primeros cuatro años de su destierro no era el más obvio y, de nuevo, en Tierra tierra, nos ofrece la justificación de su escogencia: “Después de Roma fui a Nápoles. El sol refulgía sobre Posílipo, su brillo debía acompañarme todo el viaje, e incluso más tarde, después de mi regreso a Hungría. Fue el único recuerdo positivo de mi expedición en Europa Occidental, lo único me incitaba a regresar. Mucho después, al abandonar mi país para nunca más volver, fue a ese llamado que respondí. Fui directamente a Posílipo para hundirme desde la cabeza en su luz, como el suicida que, después de mucho pensarlo, se deshace de su salvavidas y se lanza al Niágara”. La evocación no deja de asombrar porque, aun cuando no fue precisamente al Niágara, el protagonista de La sangre de san Genaro termina sus días ahogado en las aguas procelosas del Golfo. Como quiera que sea, lo que uno espera de un desterrado, en esos años de la postguerra, es un destino más estimulante, Australia, Suramérica o el ancho y ajeno Estados Unidos. La gente se estaba viniendo a Venezuela, Brasil y Argentina, cuando Márai, a contracorriente, decide hacer vida en la vieja colonia griega, Neapolis; como se conoció en esos tiempos a esta irrepetida geografía urbana, la única fundada por una sirena, Parténope.
Podría decirse, en una muestra de absurdo reduccionismo, que existen dos Nápoles: Posílipo y Nápoles. La primera, la menos evidente, se extendería aproximadamente desde Castel del Uovo, donde Virgilio sorprendía a los oficiales del imperio romano con su sabiduría y actos de magia, hasta el propio cabo de Posílipo. Uno de los paisajes costeros de más dramática belleza del Mediterráneo. La otra Nápoles se abre hacia el Vesuvio, y llega hasta el bendito pueblo de Santa Agata sui due Golfi. Es la geografía urbana probablemente más reproducida del mundo, la que aparece en todos los menus de las trattorias y adorna las paredes de la mayoría de las pizzerías del planeta; el laberíntico espacio del Duomo y el Quartiere Spagnolo. El corazón de Spacca Napoli con los artesanos y fabricantes de los más ingeniosos pesebres; la sede de la universidad, fundada por Fedérico II y donde se rinde homenaje a Giordanno Bruno, miembro de su facultad y el hombre más sabio de su tiempo. Es la Nápoles “verace”, la propia, la más estricta a la hora de escoger sus amistades. No hay términos medios aquí, te gusta o no te gusta. Y si no te gusta, es que Nápoles no vio méritos suficientes en ti para hacerte participar de su secreta belleza. No estamos en París, Londres o Viena y, sin embargo, o por lo mismo, ninguna ciudad más acogedora que la capital de Campania. En su diario de estos años (Napló 1945-1957 todavía sin traducción a lenguas occidentales, salvo fragmentariamente), Márai refiere la experiencia:
Todas las tardes de paseo por las callejuelas de Nápole por los
alrededores de San Biagio dei Librai. Todos viven aquí, Benedetto
Croce (en las tiendas repletas de gente de habla de él como
el santo vivo y pagano de Nápoles), el obispo, los príncipes, en medio
de la mugre, en edificios tambaleantes. Es aquí donde vive el
pueblo napolitano. Hombres de todas las clases y condiciones, que comen
y beben lo mismo, piensan y sueñan del mismo modo. Se trata
de hombres mediterráneos. No tanto italianos como mediterráneos.
Y esta es su condición social.
En las primeras páginas de La sangre de san Genaro, Márai encarga a uno de sus personajes de aventurar la causa de esta condición socio-psicológica de complejidad fascinante,
Los extranjeros no lo entienden. Creen que los napolitanos son
muy religiosos. Sin embargo, esto no es verdad. El nuestro es un pueblo
supersticioso, es cierto, mas no religioso
 Solo cree en los milagros.
Y este es el fundamento de la vida de los napolitanos, el “milagro oficial” de la licuefacción de la sangre de San Genaro, que tiene que ocurrir, porque para eso es oficial, dos veces al año, en primavera y otoño. El que quiera conocer el alma de Nápoles, uno de los pocos refugios del mito en Occidente, no puede dejar de leerse las dos primeras partes de La sangre. Los que tengan interés en la psique desterrada de su autor, y de todos los desterrados, no importan las categorizaciones, deben sentir como obligatoria la lectura de las otras dos secciones. Sobre el exilio, como sobre el suicidio, con el cual lo asociamos por lo menos desde Sócrates, nunca se sabe demasiado; el que lo crea, es porque nada sabe. La sangre de San Genaro está protagonizada por la gente de Nápoles, a la cual el libro está dedicado, y un par de extranjeros sin nombre, en una cruel metáfora de la identidad perdida de estos refugiados. De los dos, ya entrados en años, sólo oiremos la voz de la mujer, al final, y en un confesionario. Gracias a ella, al sacerdote y al detective encargado de la investigación, conoceremos la existencia de este hombre, imagen especular de Márai. En este caso, un científico distinguido cuyos horizontes sufrieron las fracturas de dos invasiones, la de los nazi y luego la de los comunistas. Ante el riesgo, que corremos todos en situaciones no distintas, de pacificarse, de integrarse, de abandonar el cuestionamiento, decide que mejor el exilio peligroso que la acomodaticia entrega a los enemigos de las libertades. El protagonista siente que, también él, está destinado al destierro, y abandona, lo cual no siempre es lo más recomendable, toda esperanza.
La cuarta sección, el largo monólogo de la mujer en el confesionario, suena conocido, como si lo hubiéramos leído en el diario inexistente de la esposa de Márai, antes de morir dos años antes que él.
Quería que fuera yo quien le pusiera fin a su vida… En un libro leí una entrevista de un escritora un paciente que había sido curado de una esquizofrenia… Le preguntaba que es lo que recordaba de su enfermedad, y el enfermo respondió que tenía siempre la sensación de encontrarse frente a una puerta cerrada, pero sin saber, en ningún momento, de que lado se encontraba… Así es cómo estábamos viviendo. Nunca sabíamos, ni por un instante de qué lado de la puerta nos encontrábamos… la puerta era el presente, la realidad cuotidiana en la que vivíamos. De un lado de la puerta estaba el pasado. Del otro lado estaba el futuro. Pero no sabíamos en que lado estábamos viviendo. En dirección del pasado, de los recuerdos, de la identidad, un tiempo ya transcurrido, o en dirección del futuro.
Sólo estoy seguro de algo: en las condiciones de aguda precariedad existencial en la cual vivimos en una Venezuela de indigencias, no será esta mi última relectura de la novela de Márai. Ya no la veo simplemente como una de las mejores novelas europeas de su tiempo; ahora la entiendo como un inventario de todas las miserias del exilio, esa condición ante la cual los antiguos se resistían. Al final, uno piensa en Walter Benjamin, otro desterrado sin regreso, cuando nos recordaba para quiénes se había inventado la esperanza.

Vamos hacia un estado de facto?

EN: http://prodavinci.com/2015/08/30/actualidad/al-limite-vamos-hacia-un-estado-de-facto-por-luis-garcia-mora/

Luis Garcia Mora

Son tiempos de incertidumbre. Nicolás Maduro cierra otro tramo de frontera, aumenta la presión y extiende el conflicto con Colombia con más ataques y actos de bravuconería, al tiempo que militariza y se pone a mamar gallo, siempre dentro de este libreto tragicómico al que nos ha acostumbrado: una jocosería a lo Titanic, sin que se avance en ninguna medida concreta ante la verdadera crisis.
Repite el mismo guión de grandes sacudidas propagandísticas. No en balde proceden del más alto nivel: la alta magistratura de la Nación. Y así, tras el fracaso del asunto con Guyana y el desagradable show del descuartizamiento propio del cine gore, de una política estilo splatter, ahora le toca sonar las trompetas de guerra.
Porque, de acuerdo con la tesis oficial, es el paramilitarismo y no esta crisis ciclópea lo que realmente nos está jodiendo a los venezolanos.
Y, bueno, como idea de propaganda no está mal, si no fuera por su alto costo en víctimas y la previsible crisis humanitaria con la que están jugando con los fósforos, ¿pero contra Colombia? ¿Contra los colombianos? ¡No, qué va! ¡Contra Álvaro Uribe!
Tras lo de Cuba con Washington, hay que sacar de la manga otro conejo. ¿Y quién mejor que este radical ultraderechista, imagen invertida de Hugo Chávez, de Nicolás Maduro? Una bestia negra fácil de agitar entre los fantasmas de la fantasía.
¿Recato, decencia, honestidad política? No: se trata del planteamiento de una guerra en la que vale todo.
Y además, según Bank of America Merrill Lynch, tras el cruce de los resultados de cuatro encuestas, la ventaja promedio opositora con respecto al oficialismo ya alcanza los 28 puntos porcentuales. Y eso los obliga a pasar la otra palanca, cuando hasta hay un informe deHinterlaces, que filtró el semanario Quinto Día, que recomienda al Gobierno un plan de acción urgente ante un 74% que está preocupado y un 64% que está molesto. Eso sí, dándole al Gobierno la razón en el sentido de que no están ante una crisis histórica, sino ante “una campaña de desestabilización emocional y neurotización contra la sociedad venezolana”, que “ha logrado sobredimensionar la crisis y avivar el descontento, acentuar la angustia y la incertidumbre colectivas” y “que es urgente revertir”.
Y entonces se declara el estado de excepción en cuatro municipios fronterizos, que luego llevan a cinco y después a otros cinco más… y al Zulia… y al resto de la frontera, militarizándola fuertemente: hablamos de tres mil efectivos, una cantidad que crece más y así el estado de excepción amenaza con extenderse a toda la frontera. Y cuidado con extenderlo al resto del país, porque aquí la duda mata, dadas las circunstancias.
Y hay quien vaticina un escenario de votos y tanquetas… ya veremos. Algo que nos obliga a alguna reflexión sobre este mar de interrogantes que está agobiando al país político. Por ejemplo: ¿qué pasa o qué ha pasado en el mundo militar con este tema de los asaltos y ataques a miembros de las FANB, desde hace mucho, mucho rato, sin que hasta ahora reaccionaran de esta manera?
¡Ni siquiera Chávez se atrevió a dictar un estado de excepción! ¡Y mire que el hombre experimentó lo suyo durante los sucesos del 11-A! Con golpe de Estado incluido.
Repasemos: en 2004, tras la captura del jefe guerrillero Rodrigo “El Canciller” Granda, en la que Chávez alegó que fue un secuestro y una operación militar en territorio venezolano, no se hizo algo como lo de ahora. En 2007, cuando Álvaro Uribe Vélez decidió poner fin a la mediación de Chávez y Piedad Córdoba para un acuerdo humanitario con las FARC tampoco. Ni en 2008, tras el bombardeo al campamento de las FARC en Ecuador, donde murió Raúl Reyes y ocasionó que Chávez desplegara varios batallones en la frontera, el gobierno venezolano no se atrevió a perpetrar esa medida. Ni en 2009, con aquella crisis tras el anuncio de la instalación de siete bases militares norteamericanas en territorio colombiano.
¿Qué es lo que pasa ahora que, según Nicolás Maduro, estamos viviendo algo peor a todas aquellas circunstancias?
¿Por qué este salto excepcional que claramente sobrepasa cualquier precaución anti-derrota el 6-D?
¿Por qué producir un estado de conmoción así y, peor aún, en medio de esta crisis estructural?
Llegados aquí, es inevitable que comiencen las presunciones a funcionar junto a hipótesis, sean creíbles o no.
Según algunos, se ha aprovechado el ataque para subir la temperatura electoral, de por sí muy tensa. Según otros, es posible que un sector militar sano (que aún debe de existir) podría estar exigiendo respuestas ante el atentado. Y la respuesta ha sido ésta: el estado de excepción. Eso junto a otro elemento: hasta ahora el Ministro de la Defensa, el general Padrino López, (a quien se le considera el actual líder de las FANB) no ha tenido presencia.
Incluso: Nicolás Maduro designó a otro militar como Jefe Único para el estado de excepción fronterizo.
Y a estos análisis hay que sumarle otro detalle que mortifica: Maduro militariza cada vez más su gobierno. Sacó a Jesse Chacón de Corpoelec y del Ministerio y mete a otro militar.
¿Debe leerse como una señal hacia el mundo castrense, de donde viene Diosdado Cabello y donde siempre ha tratado de ser el líder?
A todas éstas, el miércoles pasado Cabello monta en escena a todos los candidatos del PSUV. Pero eso sí: sin la primera dama, Cilia Flores, la primera de la lista por el estado Cojedes. Y ese día toma la decisión de reunir a la Comisión Delegada de la Asamblea Nacional en una sesión solemne en Táchira, sugiriendo la militarización de toda la frontera.
No se olvide que, aunque no lo parezca, estamos en plena campaña electoral. Y el tema militar, antes y después del estado de excepción, forzosamente es parte del discurso.
Hay tensiones evidentes que signan y rodean esta coyuntura, plagada de demasiados agujeros negros, esas regiones del espacio en cuyo interior existe tan elevada concentración de masa y energía como para generar un campo gravitacional tal que ninguna partícula material, ni siquiera la luz (ni siquiera lo militar) puede escapar de ella.
Y hay especulaciones que vienen y van, dentro y fuera del país. Esta semana, por ejemplo, el periodista Andrés Oppenheimer encabezaba su columna con esta duda: “¿Autogolpe en Venezuela?”
Es que, más allá del paramilitarismo y la fanfarria, el descontento es generalizado.
Aquí en Prodavinci, Eugenio Martínez citaba el último estudio de opinión pública del IVAD, según el cual la situación actual se podía resumir en cuatro perspectivas:
1. Los ciudadanos no confían en la capacidad del jefe del Estado para solucionar la crisis del país.
2. Sólo quienes se autodefinen como chavistas avalan su desempeño y el rumbo del país.
3. Por primera vez en diez años, en los “bloques políticos situacionales” el segmento opositor supera por 40 puntos al segmento chavista,
4. Por primera vez en una década la percepción de triunfo previa a un proceso electoral es favorable a la oposición.
Y es ante tal contundencia que el gobierno produce este despliegue inusitado, porque aparte del desaforado conflicto con Colombia (una crisis que pone a prueba la diplomacia de Santos), es un hecho que el Gobierno ha comenzado a acusar a la oposición de todos tipo de crímenes.
Y con eso crecen las sospechas, como advertía la historiadora María Teresa Romero, de que el gobierno quiera crear un clima de caos como excusa para anular las elecciones. O que, como señala la periodista colombiana Diana Calderón, Maduro use a Colombia con la declaratoria del estado de excepción para evitar que se pueda votar en los estados de la frontera, Táchira y Zulia y luego (¿por qué no?) Apure y Barinas, regiones donde perderían las elecciones el 6-D.
Tanta tirantez, tanto nerviosismo escondido detrás de la cumbia, el vallenato y los chistes malos. Tanta angustia, tanto estrés, tal vez estén conduciendo antes que a un autogolpe (como se pregunta Oppenheimer), a un tipo de acción de otras características.
Tal vez sólo se esté encarrilando a aumentar las tensiones de Maduro, para que renuncie.
Con lo rocambolesco de la actual situación, se puede generar un escenario difícil previo a las elecciones parlamentarias, que plantearían las condiciones para la dimisión.
¿O quizás esperan que lo haga luego del 6-D, tras el consiguiente cambio de la correlación de fuerzas con motivo de la derrota?
Son demasiados nubarrones en el horizonte.
Con decir que, con tantas trancas y barrancas, muchos nos preguntamos si no existe realmente el peligro de que Venezuela se esté acercando, no digamos a un Estado fallido (que ya ha sido anunciado) sino a un Estado de facto.
♦♦♦
CRÁTERES
Ante una situación como esta, ¿qué le quedaría hacer a la oposición? Las salidas son muy concretas: o estimular la calle, o 2) simplemente no participar como en el 2005, aunque las condiciones no son las mismas, o 3) denunciar una amenaza creíble en las instancias internacionales. El CNE se cerró a las peticiones de observación internacional del secretario general de la OEA Almagro, calificándolas de injerencistas, como si Venezuela no constituyera formalmente (firma incluida) parte de esos organismos multilaterales como la OEA, y el propio Maduro, como si le correspondiera a él tal decisión, mucho antes que el CNE, ya había descalificado la misma opción.
Suspender las parlamentarias constituye el mayor riesgo para el Gobierno, pues, entonces sí, terminaría de perder lo único que le queda de rostro democrático: la realización de elecciones, pues jamás internacionalmente ha sido evaluado con rigor democrático en todos sus extremos, como lo es el ventajismo grotesco del uso de los medios de comunicación, del uso impune de todos los recursos del Estado, y el desproporcionado apoyo del propio CNE. Con lo que de saltarse las parlamentarias del 6-D prácticamente se colocaría dentro de un Estado de facto. ¿Hacia qué, hacia dónde nos acercamos? ¿Hacia dónde va el barco?
Vamos a ver cómo termina esto. La decadencia de la élite gobernante es el fracaso de un experimento social funesto. El fracaso de un experimento político. De un experimento económico. Que quiso ser un salto hacia delante por parte de un liderazgo sin ninguna formación ni capacidad para acometerlo, y peor aún, si al mismo tiempo debía gobernar y administrar a un país que los sobrepasaba en todos los sentidos, menos en el de apoderarse de sus riquezas y sus bienes. No hay que esforzarse para darse cuenta de la gravedad de la crisis. Se vive una especie de conmoción sorda. Apagada. De choque.
El impacto de la devaluación es devastador. Y a medida que pasan los días y las semanas, el presidente (como otros en su misma situación y en otros países arrastrados a la ruina como éste) habla de un plan de “desestabilización” supuestamente concebido por un grupo de criminales, sin darse cuenta de que el sistema político ni siquiera ha comenzado a enfrentarse a una clásica revolución popular, sino a un gradual desmoronamiento interno. Los vínculos económicos y las relaciones de complicidad que han mantenido unidas a las tribus durante mucho tiempo, se están resquebrajando. Ya no se tiene un presidente fuerte como Chávez, temido, reverenciado, para resolver las disputas internas mediante el desembolso de toneladas de dinero, sino que la disputa es abierta.
La corrupción es el aceite que hace girar a la maquinaria del gobierno y el pegamento que mantienen unidas las alianzas políticas. El barril cayó a 36 dólares y sigue en picada. Ahora, como en el esquema clásico, cada camarilla deberá luchar por su propia supervivencia, compitiendo por los trozos de un pastel más pequeño. Según las anteriores reglas del juego, la decisión del presidente, de Chávez, era sagrada: había un entendimiento generalizado dentro de esta élite gobernante en el que la palabra presidencial era aceptada por ganadores y perdedores. Ya no.
Durante la crisis mexicana de los 90, del famoso efecto tequila, el gran pensador e inmenso poeta Octavio Paz, interrogado sobre la amenaza que el debilitamiento de la presidencia planteaba, en el sentido de que México no fuera capaz de controlar las diversas fuerzas que estaban socavando la ley y el orden desde dentro y afuera del poder, señaló: “Estamos presenciando el fin del sistema del PRI, y esto puede abrir la historia de México hacia un régimen de varios partidos. Pero si no tenemos eso, si las diferentes fuerzas no logran ponerse de acuerdo entre ellas para hacer un tránsito pacífico hacia otra situación política, vamos a tener agitaciones, probablemente violencia en las ciudades y el campo, luchas intestinas, y finalmente un período de un régimen de fuerza, una dictadura o algo semejante”. Y “a la larga, el México aperturista, moderno, democrático, prevalecerá”, concluyó Paz. “Pero será un camino muy penoso, muy difícil”.