Monday, August 31, 2015

Vamos hacia un estado de facto?

EN: http://prodavinci.com/2015/08/30/actualidad/al-limite-vamos-hacia-un-estado-de-facto-por-luis-garcia-mora/

Luis Garcia Mora

Son tiempos de incertidumbre. Nicolás Maduro cierra otro tramo de frontera, aumenta la presión y extiende el conflicto con Colombia con más ataques y actos de bravuconería, al tiempo que militariza y se pone a mamar gallo, siempre dentro de este libreto tragicómico al que nos ha acostumbrado: una jocosería a lo Titanic, sin que se avance en ninguna medida concreta ante la verdadera crisis.
Repite el mismo guión de grandes sacudidas propagandísticas. No en balde proceden del más alto nivel: la alta magistratura de la Nación. Y así, tras el fracaso del asunto con Guyana y el desagradable show del descuartizamiento propio del cine gore, de una política estilo splatter, ahora le toca sonar las trompetas de guerra.
Porque, de acuerdo con la tesis oficial, es el paramilitarismo y no esta crisis ciclópea lo que realmente nos está jodiendo a los venezolanos.
Y, bueno, como idea de propaganda no está mal, si no fuera por su alto costo en víctimas y la previsible crisis humanitaria con la que están jugando con los fósforos, ¿pero contra Colombia? ¿Contra los colombianos? ¡No, qué va! ¡Contra Álvaro Uribe!
Tras lo de Cuba con Washington, hay que sacar de la manga otro conejo. ¿Y quién mejor que este radical ultraderechista, imagen invertida de Hugo Chávez, de Nicolás Maduro? Una bestia negra fácil de agitar entre los fantasmas de la fantasía.
¿Recato, decencia, honestidad política? No: se trata del planteamiento de una guerra en la que vale todo.
Y además, según Bank of America Merrill Lynch, tras el cruce de los resultados de cuatro encuestas, la ventaja promedio opositora con respecto al oficialismo ya alcanza los 28 puntos porcentuales. Y eso los obliga a pasar la otra palanca, cuando hasta hay un informe deHinterlaces, que filtró el semanario Quinto Día, que recomienda al Gobierno un plan de acción urgente ante un 74% que está preocupado y un 64% que está molesto. Eso sí, dándole al Gobierno la razón en el sentido de que no están ante una crisis histórica, sino ante “una campaña de desestabilización emocional y neurotización contra la sociedad venezolana”, que “ha logrado sobredimensionar la crisis y avivar el descontento, acentuar la angustia y la incertidumbre colectivas” y “que es urgente revertir”.
Y entonces se declara el estado de excepción en cuatro municipios fronterizos, que luego llevan a cinco y después a otros cinco más… y al Zulia… y al resto de la frontera, militarizándola fuertemente: hablamos de tres mil efectivos, una cantidad que crece más y así el estado de excepción amenaza con extenderse a toda la frontera. Y cuidado con extenderlo al resto del país, porque aquí la duda mata, dadas las circunstancias.
Y hay quien vaticina un escenario de votos y tanquetas… ya veremos. Algo que nos obliga a alguna reflexión sobre este mar de interrogantes que está agobiando al país político. Por ejemplo: ¿qué pasa o qué ha pasado en el mundo militar con este tema de los asaltos y ataques a miembros de las FANB, desde hace mucho, mucho rato, sin que hasta ahora reaccionaran de esta manera?
¡Ni siquiera Chávez se atrevió a dictar un estado de excepción! ¡Y mire que el hombre experimentó lo suyo durante los sucesos del 11-A! Con golpe de Estado incluido.
Repasemos: en 2004, tras la captura del jefe guerrillero Rodrigo “El Canciller” Granda, en la que Chávez alegó que fue un secuestro y una operación militar en territorio venezolano, no se hizo algo como lo de ahora. En 2007, cuando Álvaro Uribe Vélez decidió poner fin a la mediación de Chávez y Piedad Córdoba para un acuerdo humanitario con las FARC tampoco. Ni en 2008, tras el bombardeo al campamento de las FARC en Ecuador, donde murió Raúl Reyes y ocasionó que Chávez desplegara varios batallones en la frontera, el gobierno venezolano no se atrevió a perpetrar esa medida. Ni en 2009, con aquella crisis tras el anuncio de la instalación de siete bases militares norteamericanas en territorio colombiano.
¿Qué es lo que pasa ahora que, según Nicolás Maduro, estamos viviendo algo peor a todas aquellas circunstancias?
¿Por qué este salto excepcional que claramente sobrepasa cualquier precaución anti-derrota el 6-D?
¿Por qué producir un estado de conmoción así y, peor aún, en medio de esta crisis estructural?
Llegados aquí, es inevitable que comiencen las presunciones a funcionar junto a hipótesis, sean creíbles o no.
Según algunos, se ha aprovechado el ataque para subir la temperatura electoral, de por sí muy tensa. Según otros, es posible que un sector militar sano (que aún debe de existir) podría estar exigiendo respuestas ante el atentado. Y la respuesta ha sido ésta: el estado de excepción. Eso junto a otro elemento: hasta ahora el Ministro de la Defensa, el general Padrino López, (a quien se le considera el actual líder de las FANB) no ha tenido presencia.
Incluso: Nicolás Maduro designó a otro militar como Jefe Único para el estado de excepción fronterizo.
Y a estos análisis hay que sumarle otro detalle que mortifica: Maduro militariza cada vez más su gobierno. Sacó a Jesse Chacón de Corpoelec y del Ministerio y mete a otro militar.
¿Debe leerse como una señal hacia el mundo castrense, de donde viene Diosdado Cabello y donde siempre ha tratado de ser el líder?
A todas éstas, el miércoles pasado Cabello monta en escena a todos los candidatos del PSUV. Pero eso sí: sin la primera dama, Cilia Flores, la primera de la lista por el estado Cojedes. Y ese día toma la decisión de reunir a la Comisión Delegada de la Asamblea Nacional en una sesión solemne en Táchira, sugiriendo la militarización de toda la frontera.
No se olvide que, aunque no lo parezca, estamos en plena campaña electoral. Y el tema militar, antes y después del estado de excepción, forzosamente es parte del discurso.
Hay tensiones evidentes que signan y rodean esta coyuntura, plagada de demasiados agujeros negros, esas regiones del espacio en cuyo interior existe tan elevada concentración de masa y energía como para generar un campo gravitacional tal que ninguna partícula material, ni siquiera la luz (ni siquiera lo militar) puede escapar de ella.
Y hay especulaciones que vienen y van, dentro y fuera del país. Esta semana, por ejemplo, el periodista Andrés Oppenheimer encabezaba su columna con esta duda: “¿Autogolpe en Venezuela?”
Es que, más allá del paramilitarismo y la fanfarria, el descontento es generalizado.
Aquí en Prodavinci, Eugenio Martínez citaba el último estudio de opinión pública del IVAD, según el cual la situación actual se podía resumir en cuatro perspectivas:
1. Los ciudadanos no confían en la capacidad del jefe del Estado para solucionar la crisis del país.
2. Sólo quienes se autodefinen como chavistas avalan su desempeño y el rumbo del país.
3. Por primera vez en diez años, en los “bloques políticos situacionales” el segmento opositor supera por 40 puntos al segmento chavista,
4. Por primera vez en una década la percepción de triunfo previa a un proceso electoral es favorable a la oposición.
Y es ante tal contundencia que el gobierno produce este despliegue inusitado, porque aparte del desaforado conflicto con Colombia (una crisis que pone a prueba la diplomacia de Santos), es un hecho que el Gobierno ha comenzado a acusar a la oposición de todos tipo de crímenes.
Y con eso crecen las sospechas, como advertía la historiadora María Teresa Romero, de que el gobierno quiera crear un clima de caos como excusa para anular las elecciones. O que, como señala la periodista colombiana Diana Calderón, Maduro use a Colombia con la declaratoria del estado de excepción para evitar que se pueda votar en los estados de la frontera, Táchira y Zulia y luego (¿por qué no?) Apure y Barinas, regiones donde perderían las elecciones el 6-D.
Tanta tirantez, tanto nerviosismo escondido detrás de la cumbia, el vallenato y los chistes malos. Tanta angustia, tanto estrés, tal vez estén conduciendo antes que a un autogolpe (como se pregunta Oppenheimer), a un tipo de acción de otras características.
Tal vez sólo se esté encarrilando a aumentar las tensiones de Maduro, para que renuncie.
Con lo rocambolesco de la actual situación, se puede generar un escenario difícil previo a las elecciones parlamentarias, que plantearían las condiciones para la dimisión.
¿O quizás esperan que lo haga luego del 6-D, tras el consiguiente cambio de la correlación de fuerzas con motivo de la derrota?
Son demasiados nubarrones en el horizonte.
Con decir que, con tantas trancas y barrancas, muchos nos preguntamos si no existe realmente el peligro de que Venezuela se esté acercando, no digamos a un Estado fallido (que ya ha sido anunciado) sino a un Estado de facto.
♦♦♦
CRÁTERES
Ante una situación como esta, ¿qué le quedaría hacer a la oposición? Las salidas son muy concretas: o estimular la calle, o 2) simplemente no participar como en el 2005, aunque las condiciones no son las mismas, o 3) denunciar una amenaza creíble en las instancias internacionales. El CNE se cerró a las peticiones de observación internacional del secretario general de la OEA Almagro, calificándolas de injerencistas, como si Venezuela no constituyera formalmente (firma incluida) parte de esos organismos multilaterales como la OEA, y el propio Maduro, como si le correspondiera a él tal decisión, mucho antes que el CNE, ya había descalificado la misma opción.
Suspender las parlamentarias constituye el mayor riesgo para el Gobierno, pues, entonces sí, terminaría de perder lo único que le queda de rostro democrático: la realización de elecciones, pues jamás internacionalmente ha sido evaluado con rigor democrático en todos sus extremos, como lo es el ventajismo grotesco del uso de los medios de comunicación, del uso impune de todos los recursos del Estado, y el desproporcionado apoyo del propio CNE. Con lo que de saltarse las parlamentarias del 6-D prácticamente se colocaría dentro de un Estado de facto. ¿Hacia qué, hacia dónde nos acercamos? ¿Hacia dónde va el barco?
Vamos a ver cómo termina esto. La decadencia de la élite gobernante es el fracaso de un experimento social funesto. El fracaso de un experimento político. De un experimento económico. Que quiso ser un salto hacia delante por parte de un liderazgo sin ninguna formación ni capacidad para acometerlo, y peor aún, si al mismo tiempo debía gobernar y administrar a un país que los sobrepasaba en todos los sentidos, menos en el de apoderarse de sus riquezas y sus bienes. No hay que esforzarse para darse cuenta de la gravedad de la crisis. Se vive una especie de conmoción sorda. Apagada. De choque.
El impacto de la devaluación es devastador. Y a medida que pasan los días y las semanas, el presidente (como otros en su misma situación y en otros países arrastrados a la ruina como éste) habla de un plan de “desestabilización” supuestamente concebido por un grupo de criminales, sin darse cuenta de que el sistema político ni siquiera ha comenzado a enfrentarse a una clásica revolución popular, sino a un gradual desmoronamiento interno. Los vínculos económicos y las relaciones de complicidad que han mantenido unidas a las tribus durante mucho tiempo, se están resquebrajando. Ya no se tiene un presidente fuerte como Chávez, temido, reverenciado, para resolver las disputas internas mediante el desembolso de toneladas de dinero, sino que la disputa es abierta.
La corrupción es el aceite que hace girar a la maquinaria del gobierno y el pegamento que mantienen unidas las alianzas políticas. El barril cayó a 36 dólares y sigue en picada. Ahora, como en el esquema clásico, cada camarilla deberá luchar por su propia supervivencia, compitiendo por los trozos de un pastel más pequeño. Según las anteriores reglas del juego, la decisión del presidente, de Chávez, era sagrada: había un entendimiento generalizado dentro de esta élite gobernante en el que la palabra presidencial era aceptada por ganadores y perdedores. Ya no.
Durante la crisis mexicana de los 90, del famoso efecto tequila, el gran pensador e inmenso poeta Octavio Paz, interrogado sobre la amenaza que el debilitamiento de la presidencia planteaba, en el sentido de que México no fuera capaz de controlar las diversas fuerzas que estaban socavando la ley y el orden desde dentro y afuera del poder, señaló: “Estamos presenciando el fin del sistema del PRI, y esto puede abrir la historia de México hacia un régimen de varios partidos. Pero si no tenemos eso, si las diferentes fuerzas no logran ponerse de acuerdo entre ellas para hacer un tránsito pacífico hacia otra situación política, vamos a tener agitaciones, probablemente violencia en las ciudades y el campo, luchas intestinas, y finalmente un período de un régimen de fuerza, una dictadura o algo semejante”. Y “a la larga, el México aperturista, moderno, democrático, prevalecerá”, concluyó Paz. “Pero será un camino muy penoso, muy difícil”.

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