Monday, August 31, 2015

Una paradoja: censura reveladora

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Rubén Monasterios

En la Venezuela de hoy todo lo chino tiene interés, por cuanto nos encontramos sometidos a su imperialismo; viene a lugar, en consecuencia, resaltar un caso curioso: la censura de una telenovela china de sesgo histórico; la serie La Emperatriz de China se refiere a un personaje cuyos hechos públicos las autoridades de ese país prefieren mantener en la sombra; una mujer que, no obstante su relevancia histórica, es ignorada por la generalidad de los occidentales y hasta por los chinos de educación media; se trata de la emperatriz Wu Tse Tiang (s. VII).
 Aunque como en todas las “historias” hubo en China mujeres políticamente influyentes, antes, durante y después de Mao, la señora Wu ha sido la única en ejercer el poder absoluto en forma legítima con el título de emperatriz; siendo esta apenas una de las singularidades suyas que la hacen notable.
Evidentemente, la censura se impuso por razones morales; la razón alegada por las autoridades alude a “problemas técnicos”, pero la verdad es que resultaban irritantes al sentido del pudor oficialista los escotes pronunciados exhibidos por las actrices, entre ellas la hoy en día vista como el símbolo sexual por excelencia del showbiss chino, Fan Bing Bing. La serie emitida por el canal Hunan TV salió del aire abruptamente en diciembre del 2014; de la misma forma volvió poco después a todas luces editada; así, escenas en las que se veían las actrices a medio plano o en plano americano, ahora solamente aparecía su cara; con los resultados de frustrar la gratificación erótica de los espectadores y de deteriorar la estética del montaje, apoyada en el espectacular vestuario, en la escenografía y en vistosos encuadres, que fueron descartados.
La protesta de los televidentes no se hizo esperar; el 95% de los encuestados por la red social Weibo desaprueba los cambios y expresa opiniones ácidas sobre la intervención del gobierno.
No fue nada fácil la escalada al trono de Wu Tse Tiang a partir de iniciarse en la corte como concubina de quinta categoría, e involucró traiciones, calumnias, adulterio, incesto, conspiraciones, filicidios (al menos dos) y hasta una combinación de uxoricidio y magnicidio; lo primero, de admitir que se trata del asesinato de un cónyuge por el otro; lo segundo, porque el finado en cuestión era el jefe del Estado; en efecto, la leyenda negra en torno al personaje hace saber que envenenó progresivamente a su marido, el emperador Gao Zong, quien la había hecho su emperatriz consorte; a medida que la salud de Gao Zong se deterioraba, ella empezó a gobernar desde la sombras y a fortalecer su red de aliados en la corte mediante la concesión de beneficios, especialmente a los jefes militares, a la clase sacerdotal y a los intelectuales. Fallecido Zong en 683, Wu mandó a matar a sus ministros y a uno de sus hijos que aspiraba legítimamente al trono; pero siendo consciente de que era políticamente incorrecto asumir el poder de una vez por todas, por cuanto no sería respaldada por la conservadora élite dominante, escandalizada ante la posibilidad de una mujer ocupando el trono, se valió de otros de sus hijos, que aterrorizados por obvias razones no vacilaron en respaldarla; los utilizó como “títeres a cargo” por breves lapsos, hasta encontrar el momento justo para proclamarse jefe del Estado, apoyándose en la corrupta fuerza armada, convirtiéndose en la primera y única mujer en la historia de China en elevarse a la dignidad de emperatriz. Se dice que mató a todo aquel que significara un obstáculo en su meta sin valerse de manos ejecutoras, por cuanto prefería hacerlo por sí misma, previa recreación personal en la tortura de la víctima.
Ahora bien, a propósito de juzgar los hechos de la señora Wu es imprescindible tomar en consideración el contexto sociocultural y político de sus tiempos. Pasando por alto el detalle de su complacencia en la tortura de sus víctimas, evidencia de un componente sádico muy patológico en su aparato psíquico, desbrozar el camino hacia el trono mediante el asesinato de parientes y otras personas apreciadas como obstáculos era un recurso de la lucha por el poder poco menos que “normal” en las cortes del mundo oriental, sin que faltaran casos en Europa. Sobran las historias de sultanes que mataron o encerraron de por vida a sus hermanos para descartar luchas dinásticas; de concubinas y esposas que hicieran lo mismo con los hijos de otras mujeres del harén para facilitar el ascenso al poder de su vástago.
Por otra parte, desde su estatus como emperatriz la dama realizó lo que los historiadores califican de un buen gobierno; se ha llegado a afirmar de ella que fue “uno de los mejores gobernantes, hombre o mujer, del mundo”; lo cual no debe asombrarnos, porque si bien todos los dictadores son crueles y cínicos, no todos son imbéciles.
La emperatriz Wu ejerció una forma de despotismo brutal, con purgas y persecuciones de aquellos que se mostraban hostiles a su poder, no obstante contribuyó al progreso de las artes, ciencias y literatura y demostró honesta preocupación por el bienestar del pueblo, protegiendo al campesinado, abriendo escuelas y facilitando la educación de las niñas; de hecho, fue una precursora del feminismo, realizando campañas para elevar el estatus servil de la mujer en la sociedad china; en tal sentido promovió la idea de que Buda era mujer en su encarnación Maitreya; desde luego, no fue una maniobra gratuita, por cuanto consistió en una interpretación de la doctrina budista que le daba sustento a su mandato; gracias a ella el budismo se convirtió en la religión oficial de China en 691.
Al entendimiento de la modernidad el último acontecimiento citado quizá no se valore en toda su trascendencia, pero es un hecho que al impregnar a la sociedad china de una doctrina filosófica-religiosa benevolente se mitigó de alguna manera la crueldad de las costumbres y se fortaleció en la mentalidad colectiva la espiritualidad y el amor hacia al prójimo.
Y he aquí otra singularidad de la emperatriz Wu: empeñada en su encomiable propósito de promover a la mujer, la dama institucionalizó en su corte la norma de que todo dignatario debía rendirle públicamente el homenaje de un cunilingüo. No es ninguna leyenda infamante; estampas de la época la exhiben abriéndose la falda del vestido para permitir la reverencia de embajadores y altos funcionaros arrodillados ante ella.
Asombroso, pero de ninguna manera una arbitrariedad a la luz del pensamiento chino; en la doctrina Tao esa práctica erótica tiene un profundo significado en varios sentidos; la caricia oral en la Gruta Secreta es una de las tres formas de absorber la esencia de la mujer (las otras dos son de su boca y de sus pechos) y de corresponder a la ofrenda rendida por ella a su compañero mediante la felación.
Volviendo a la telenovela, si las autoridades chinas se escandalizaron por la exhibición de “demasiado pecho” por las actrices, ¿qué harán cuando llegue a la escena en la que se represente a la señora Wu recibiendo el homenaje del osculo cunnis?
¡Qué no cunda el pánico! Probablemente no harán nada, porque con toda seguridad el acontecimiento histórico no aparecerá en la pantalla. Las dictaduras comunistas se especializan en alterar la Historia en función de sus intereses ideológicos; con el desmoronamiento de la Unión Soviética debieron recogerse millares de libros llenos de falsedades, y no sólo de Historia y Sociología, sino también de Ciencias Físicas y Naturales.
En Venezuela nos veremos obligados a hacer lo mismo con los libros de Historia impuestos en la educación primaria y secundaria.

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