Wednesday, July 30, 2025

Laceiba de Ramón Muchacho el 30 de julio

 EN: Recibido por email

Saludos,

Hubo una época en la que las petroleras del mundo hacían cola en Caracas. La apertura petrolera de los años noventa convirtió a Venezuela en la meca de la inversión en energía: las principales compañías del planeta competían por poder operar en un pedazo de nuestra Faja Petrolífera del Orinoco, por un contrato, por una oportunidad de trabajar en un país que ofrecía cierta estabilidad jurídica, reservas gigantescas y la promesa de beneficios seguros.

Hoy la escena es diametralmente opuesta. Si usted tiene una empresa petrolera y quiere operar en Venezuela, ya no hace cola en Caracas, la hace en Washington. No le pide permiso a PDVSA ni al Ministerio de Energía, sino a la Oficina de Control de Activos Extranjeros de Estados Unidos. Sin esa licencia no hay negocio - a menos claro que Usted quiera operar en los bajos fondos del mercado negro.

Chevron, Eni, Repsol, Maurel & Prom y Reliance esperan luz verde no de nosotros sino desde el norte para poder operar en Venezuela. La paradoja no deja de ser cruel: en nombre de la soberanía, se destruyó la institucionalidad petrolera, se expropiaron activos, se ahuyentó la inversión y se expulsó al recurso humano que tanto nos costó preparar en el sector. Dos décadas después, la misma revolución que prometió independencia nos dejó más dependientes que nunca del "imperio" al que juró enfrentar.

Ese es sin duda el legado más estúpido de una revolución fallida: transformar el mayor recurso natural del que fuera un país libre y soberano en prácticamente una concesión tutelada por terceros, por ese empeño criminal de alinearnos con la delincuencia global y mantenernos al margen de las leyes internacionales y de nuestros aliados naturales en Occidente.

Edición elaborada por el Consejo Editorial de Laceiba.

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