Sabemos que los partidos políticos son necesarios para el desenvolvimiento de la democracia y para el resguardo de los hábitos republicanos. Pueden fallar en el trabajo que les corresponde, de ver por el bien común, pero son imprescindibles. Gracias a ellos se puede evitar el autoritarismo y buscar fórmulas de alternabilidad en el ejercicio de las funciones públicas, según se puede comprobar en la historia que han llevado a cabo en Venezuela desde la segunda mitad del siglo XX. No pocas veces se equivocan y tuercen el rumbo, pero son necesarios en todas las circunstancias.
Conviene remachar estas ideas sobre el trabajo de las organizaciones políticas debido a que se ha puesto en tela de juicio su utilidad. En ocasiones por la desconfianza que pueden provocar en la ciudadanía a causa de los tumbos injustificados que dan, pero también por los intereses de los regímenes autocráticos que los consideran como un estorbo.
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